Os lo voy a confesar: me
gustaba la idea de empezar un relato nuevo, pretendía llevaros hasta
el País de las Nieves y presentaros a los Lil Xaii, hablar a través
de esa historia sobre pérdida y despedidas, sobre dolor y derrota;
hablaros también de esperanza y de nuevos encuentros, de amistad y
de fortaleza. Escribo lo que me sale del corazón, ya os lo he dicho
otras veces; y lo que siente mi corazón en estos momentos es
precisamente lo que acabo de enumerar, lo siento si la imagen que os
sugieren esas ideas es de tristeza. Así es como me siento ahora.
Pero pedí vuestra
opinión, y la mayoría votó por el primer relato, el de los
príncipes de Räel Polita, los hijos del rey Cornell, a quien ya
conocéis de oídas. Y en parte porque la mayoría eligió el camino,
en parte porque soy partidaria del orden (en este caso cronológico)
y creo que será más fácil entender la historia del cazador si os
cuento lo que pasó antes de que estallara la guerra, he decidido
hablar a través de los relatos de lealtad, de promesas cumplidas, de
confianza, de valor y de fe. Porque aunque todas esas cosas se han
resquebrajado a mi alrededor en los últimos tiempos, no han
desaparecido del todo, y jamás por mi parte, y también es eso lo
que siente mi corazón en estos momentos.
Pero no voy a empezar por
el capítulo en el que los dos hermanos entran en el Laberinto
Subterráneo. Así que no os extrañéis si el comienzo de esta
historia no es “Aquello daba bastante miedo”, como os mostré
hace dos entradas. He decidido irme un poco más hacia atrás en el
tiempo, mostraros a los dos niños y la ciudad en la que viven, y
algunas de las Leyes de esa ciudad, para que podáis entender por qué
deciden adentrarse en el Laberinto que recorre el subsuelo de la
Ciudad de los Reyes, y de paso los vayáis conociendo. Se llaman
Silenia y Eugene, por cierto.
Miremos al pasado un momento.
Os cuento: Silenia ha
accedido a los Prados de las Fuentes Cristalinas, un lugar secreto y
mágico al que sólo uno puede entrar. ¿Os acordáis de la primera
laudana?: “pa Nùn komme kham sil”; bien, pues ése es el lugar
que se encuentra tras la puerta siete veces sellada. Allí, la niña
ha visto al unicornio, May-tê-addi, el amado de los dioses, y ha
hablado con Ariiama, la Dama de la Fuente, una Saloma Nayden, una
Sirena (aunque la habéis conocido en Wad Ras como una addimantol,
hija de Traytum y amada de Eshor; pero eso fue antes de que llegara a
Thèramon bajo otra Apariencia; y esto es un spoiler, que lo sepáis).
Ariiama le ha hablado de su destino, de la necesidad de proteger al
unicornio, le ha regalado una joya muy especial (más spoiler:
efectivamente, le ha regalado a Miussaura, o Lummenii-a-Llaut,
camuflada bajo la Apariencia de un broche, horquilla o hebilla de
plata y coral), y le ha dicho que debe ir a Mitrali Güae, el
Estanque de Plata, y allí hablar con los Dragones Cisne, o Dragones
Plateados.
El problema es que
Silenia vive en Räel Polita, la Ciudad de Plata o Ciudad de los
Reyes, que se llama así porque en realidad son cinco ciudades en
una, con cinco castillos y cuatro reyes que la gobiernan, y Räel
Polita es la ciudad más segura y mejor protegida de Thèramon.
Naturalmente, pues en algún lugar de la ciudad mora el unicornio, o
eso dicen las leyendas, y eso saben los que saben más que el resto
de los mortales (hablo de Cornell, claro, que para eso es “el
hombre que es más que un hombre”). Mencionar además que los
familiares de los reyes, y por extensión todos los nobles de la
ciudad, no tienen permitido abandonar su seguridad hasta que alcanzan
los quince años de edad (y los motivos son muy largos, así que en
esta ocasión me voy a ahorrar un spoiler que resultaría demasiado
extenso).
El segundo problema es
que Silenia debe mantener en secreto la existencia de los Prados de
las Fuentes Cristalinas, y no puede confesarle a su hermano mellizo
que necesita ir a Mitrali Güae. Porque si revela su secreto, la
puerta se cerrará para ella, y jamás volverá a ver al unicornio.
Ni seguirá siendo el Korceler.
Bien, ahora sabéis un
poco más. Ya podemos empezar con la historia.
(Y, por cierto, todavía amo y creo, a pesar de todo lo que se ha roto a mi alrededor)
*******
© Bea Magaña.
(Reservados todos los derechos)
Imposible escaparse (I)
"Los Dragones Plateados
vivían en Mitrali Güae, fuera de las murallas de Räel Polita. Eran
unas criaturas mágicas que se alimentaban de nieve y que extraían
la plata del Estanque, y el rey encargado de velar por ellos y
protegerlos era el rechoncho y afable Gidean. Esto era todo lo que
Silenia sabía de ellos. La princesa no tendría ocasión de verlos
hasta que cumpliera quince años, edad en la que se le permitiría
por fin atravesar cualquiera de las puertas de la ciudad para salir
al exterior, siempre que fuera acompañada por sus Paladim, pues para
entonces ya debería haber elegido al menos uno. La Dama de la Fuente
le había dicho que volverían a encontrarse dentro de trece lunas, y
Silenia se preguntaba si Ariiama esperaba que para entonces la
princesa hubiera cumplido su encargo.
Seguramente sí. ¿Por
qué la habría citado, de no ser así? La Sirena no parecía
comprender que una niña de diez años no tenía libertad para hacer
ciertas cosas. Le había encomendado una difícil misión, y Silenia
se sentía impotente, y no podía pedir ayuda a nadie.
(…)
Cumplió once años y
entró en la recta final de su edad infantil. Pronto dejaría de
tener tiempo para jugar y ocuparían sus días otras obligaciones que
no tenían ningún interés para ella. Quería ser un soldado, no una
doncella esperando a que apareciera el que sería su esposo algún
día. La separarían de Eugene. Dejaría de frecuentar el Laberinto,
y apenas tendría oportunidades para ver a May-tê-addi y a Ariiama. A
menudo sentía deseos de llorar, pues aborrecía el futuro que les
esperaba a todas las princesas. Y a pesar de que era muy joven,
sufría mucho. Una parte de sí había dejado la niñez atrás hacía
tiempo, maduraba deprisa y pensaba como una adulta. Y lo que deseaba
su parte adulta era seguir conservando los privilegios de la niñez,
que la habían llevado a conocer un mundo fantástico que nadie más
había descubierto. Por otro lado, su yo más infantil era consciente
de sus limitaciones, y quería rebelarse. ¡Once años, tantas
prohibiciones!
Räel Polita debía de
ser la ciudad más segura de todo Thèramon. Rodeada por altas
murallas que a su vez estaban bordeadas por un ancho foso, vigilada
por soldados día y noche, cerrada por cuatro puertas protegidas por
dentro y por fuera, inexpugnable. Imposible salir sin ser vista.
Imposible salir fuera como fuese.
Silenia no tenía
Protectores, era muy joven aún para elegirlos. El aya la acompañaba
siempre que quería salir del castillo, y sus dos Paladim las seguían
a donde fueran. Estos hombres eran soldados de Räel Polita que
cumplían dos funciones. Silenia no comprendía del todo la
importancia de su misión, pero desde hacía un año había empezado
a bordar la primera Insignia que un día entregaría a un soldado que
ella elegiría; éste se convertiría en su Protector y ya no la
abandonaría jamás. Y cuando llegara el momento en el que pudiera
salir de la ciudad, su Paladim la acompañaría para cuidarla,
vigilarla y protegerla de cualquier peligro.
Silenia no lo habría
tenido más fácil aunque hubiera contado con la protección de su
propio Paladim. Éste no podía desobedecer la Ley; no habría podido
ayudarla a salir antes de la edad permitida.
No podría salir por las
puertas de la ciudad.
Se le ocurrió que podía
descender por la muralla; era buena escalando paredes, y en la noche
nadie la descubriría a pesar de las antorchas que iluminaban el
exterior desde lo alto del camino de ronda. La altura era
considerable hasta para un adulto, pero podría conseguirlo si se
armaba de paciencia y de coraje. Buscó la manera de llevar a cabo su
plan. Nada de puertas, descendería por los muros como una araña.
Asomada desde el
parapeto descubrió el primer problema.
La muralla estaba hecha
de piedra, enormes bloques unos sobre otros, como las murallas
interiores y la mayoría de las construcciones de Räel Polita,
incluidos los castillos. Desde el Corredor no parecía difícil
practicar la escalada. La princesa ignoraba que desde el exterior la
muralla brillaba como un espejo bruñido. La cara externa de la
muralla estaba forrada de plata, grandes planchas de la más pura
plata soldadas como una armadura a lo largo de la pared, kilómetros
y kilómetros de gruesas láminas de plata fundidas sobre la piedra
que no dejaban ninguna hendidura en la que apoyar los pies o las
manos. Únicamente una auténtica araña podría trepar por tan lisa
superficie. Silenia no era una araña, y tuvo que renunciar a su plan
a pesar de que en un principio le había parecido un plan estupendo.
Pero la idea no era
mala. Y, además, no tenía muchas más opciones: o se descolgaba por
el muro, o lo olvidaba todo.
Descartó la imagen de
una araña trepadora y pensó en una serpiente, y esbozó una
sonrisa. Lo había leído en algún libro, en las historias que
hablaban de los pueblos del sur, donde existían hombres que podían
convertir a las serpientes en cuerdas. El truco consistía en tocar
una especie de flauta mágica que hacía dormir a las serpientes;
éstas salían de sus cestas al oir la música que las hipnotizaba y
se quedaban tiesas delante de su dueño; el hombre finalizaba su
número trepando hacia el cielo usando a la serpiente dormida como si
de una cuerda se tratara. Silenia no sabía encantar serpientes, ni
tampoco dónde encontrar alguna, pero podía descolgar una escala
desde lo alto de la muralla y descender por ella. Para regresar al
castillo sólo tenía que volver a trepar por la escala. Era una idea
estupenda.
Salvo que no lo era,
comprobó más tarde, mientras recorría el Corredor en busca de un
lugar en el que sujetar la escala. La Guardia recorría el camino de
ronda día y noche, y una cuerda atada a una de las almenas sería
descubierta tarde o temprano por algún soldado, quien no tardaría
en dar la alarma. Y Silenia no podía permitirse un alboroto
semejante.
Tampoco las serpientes,
pensó desalentada.
¡Debía haber algún
modo!
Lo peor lo descubrió
gracias a Eugene, y esto terminó por echar abajo su arriesgado plan
de una vez por todas. Era definitivamente imposible. No podría
salir.
El foso de aguas oscuras
que rodeaba la ciudad era ancho, pero Silenia pensaba que incluso una
niña pequeña podría cruzarlo a nado; llegaría al otro lado
empapada y cansada, pero se podía conseguir. El agua lamía la pared
de piedra y plata y no la corroía, y sin duda era profunda, o eso
parecía delatar su oscuridad. Si no podía descolgarse, bien podía
arrojarse al foso y nadar hasta la orilla. El problema era volver a
subir después.
Ése no era el único
problema.
Eugene se asomó desde
el parapeto lleno de curiosidad, con la esperanza de averiguar qué
era lo que llamaba la atención de su hermana, pero se cansó de
imaginar una explicación y por fin se interesó por sus
pensamientos. Silenia, un tanto distraída, señaló las negras aguas
con una mano. Eugene asintió.
—Vivimos en la ciudad
más segura de Thèramon —dijo con una mezcla de orgullo y de
consternación—. Nadie puede atacarnos, la muralla se diseñó con
ese fin. Forrada de plata para que nadie pueda escalar por ella,
protegida día y noche por soldados que recorren este Corredor,
iluminada con antorchas que van de una torre a otra, una antorcha
cada cincuenta metros para descubrir cualquier intento de invasión,
y rodeada por un foso que nadie podría cruzar a nado sin acabar
muriendo de una forma horrible.
Silenia le miró. Las
aguas eran oscuras y parecían tranquilas. No rezumaban un olor
extraño, como de ácido, no llegaban a corroer la plata del muro, ni
tenían el color verde sucio de la ponzoña. Nada se movía en ellas.
No existían corrientes ni remolinos. No entendía a qué se refería
Eugene, cuál era el problema.
—Los peces comedores
de carne —dijo el muchacho con tranquilidad—. Si alguien cayera
al foso, no llegaría a alcanzar nunca la orilla.
Silenia sintió que se
le caía el mundo encima. También sintió que se le ponía toda la
piel de gallina. ¡Peces comedores de carne! Jamás había oído nada
tan horrible.
—De todos modos
—prosiguió Eugene, con el ceño fruncido—, no entiendo por qué
alguien querría lanzarse al foso, si no hay modo de llegar a la
ciudad desde el agua. ¿Has visto los puentes levadizos? Hay más de
un metro desde la superficie del agua hasta cualquiera de ellos.
Silenia movió la
cabeza. Su impotencia crecía. Räel Polita era en verdad la ciudad
más segura del mundo.
Y con motivos, desde
luego, pues guardaba en su interior a la criatura más poderosa y
vulnerable de Thèramon.
La criatura a la que
ella debía proteger, pues ése era su destino. El destino de un
Korceler."
Oye, cómo que estás triste, no no no, no puede ser, que mi chica tiene que mostrar su cara alegre, que es el reflejo de lo maravillosa que eres y del talento que tienes, solo hay que leer esta entrada para darse cuenta de ellos, ains.... mira que me harás de ir a buscarte hasta que te saque carcajadas en plan dolor de tripillas jejejeje
ResponderEliminarMe quedo con esa imagen de la conversación, con esos peces comedores de carne, esas pirañas y esa mujer extrañada ^^
Un beso mi cielo y espero que tu animo jamas decaiga, eres maravillosa mi Bea :DDD
¡Me has dejado con la intriga! ¿Va a conseguir Silenia salir del pueblo? Uixxxxx ahora ya estás buscando un ratito para no dejarme así.... Y lo de la tristeza, haz el favor de sonreír, que cuando te pones a escribir nos muestras todo tu talento, que es mucho. Así que arriba ese ánimo, fuera lágrimas, adiós mala pata
ResponderEliminar¡Me encanta!mí niña,ya estoy deseando saber como dán con la salida y por lo que tienen que pasar para salir.Yo tampoco quiero verte triste,un besazo mí niña,sabes que para mí vales mucho.Te quiero
ResponderEliminarFirmado:Sara
Era la ciudad más segura de Theramon y una cárcel para Silenia.
ResponderEliminarY hablando de Silenia, parece que me has descrito a mí cuando tenía trece años. Siempre deseaba pertener al mundo de los mayores y al mismo tiempo, luchaba contra los cambios físicos de la adolescencia. Me ha encantado este personaje.
No sé como hará para escapar, pero estoy casi convencida de que lo logrará.
Un besazo Beaaa!
Un relato precioso y un personaje muy especial. Ya estoy deseando saber más de Silenia; me gusta mucho esta muchacha, me gustan su audacia y su valentía; creo que junto con Dayna, son de los personajes que más me gustan, ah, y las Gudamin. Nuevamente te has lucido; una vez más nos has hecho soñar con este relato. Espero que para el lunes haya uno nuevo. No te dejes vencer por el desánimo; los fieles quedarán; los infieles marcharán para siempre a donde nadie pueda encontrarlos. Tú sigue escribiendo, sigue soñando, sigue tejiendo hilos de Amor...
ResponderEliminarY recuerda: YO TAMBIÉN AMO Y CREO.
BESOS, mi niña.