martes, 24 de julio de 2012

Más cerca de los dragones


Hoy voy a ser breve, porque el capítulo con el que continúa la aventura de Silenia es un pelín largo y no me ha parecido oportuno dividirlo en dos, como he hecho otras veces. Lo cierto es que no había por dónde cortarlo, me arriesgaba a dejar dos relatos incompletos y a que esta parte de la historia perdiera su encanto y su intriga. Pero tengo que explicar un par de cosas.

Sobre Räel Polita: alguna vez he comentado que la Ciudad de los Reyes se formó a partir de la unión de las cinco ciudades más grandes de Minroq Dalnu, cada una de ellas gobernada por un rey. Al unirse en una, las distintas ciudades pasaron a convertirse en Secciones de la ciudad más grande. Hoy os las presento:
Habai, cuyo rey actual es Gidean; Mersha, la ciudad de Cornell; Anatur, regida por Charm; Ontaar, gobernada por Narob; y Angor, que en la Era de Sanaa, cuando tiene lugar la historia que se cuenta en Los Prados de las Fuentes Cristalinas, carece de rey, aunque muchos aseguran que su castillo continúa habitado por el espectro del difunto monarca, de ahí que a la Sección Angor se la llame Sección Espectral.

Sobre los Dragones Plateados: hace algunas Eras moraban en los picos helados de Boreade Nesst, las Montañas Próximas. Pero durante una de las grandes guerras fueron expulsados de su hogar y buscaron refugio en Mitrali Güae, el Estanque donde desemboca el Boreagü, río que nace precisamente en las Montañas Próximas.
El Estanque de Plata está protegido por los reyes de la Ciudad de Plata, y es Gidean el encargado de velar por el bienestar de los Dragones Cisne. Pero no se encuentra dentro de las murallas de Räel Polita, sino en las afueras. Junto a su orilla se alzan las Colonias de los Plateros, quienes se encargan de extraer la valiosa plata que producen los dragones y de darle forma antes de que sea llevada a la ciudad. Silenia, que no ha salido jamás de su castillo (excepto para visitar los otros castillos, y eso ha sido andando a lo largo del Camino de Ronda, por encima de los muros de la ciudad, o recorriendo el Laberinto Subterráneo) supone que las Colonias de los Plateros son un lugar seguro y custodiado por Guardias, dado el trabajo que se realiza en ese lugar y los tesoros que en él se guardan. No imagina que pueda haber ladrones en Räel Polita, no se ha encontrado nunca con la pobreza, con la necesidad, con la codicia, no se ha planteado todavía que en una ciudad tan pacífica y próspera como la suya puedan existir personas malvadas.

Sobre Lummenii-a-Llaut, el Arpa de Luz que pertenece a Ariiama: la Dama del Lago se lo entregó a la princesa, pero a la niña no le quedó claro si fue un regalo o un préstamo. Así que lo guarda como el valioso tesoro que es pero no lo considera suyo. Sin embargo, le pertenece, al menos durante el tiempo que lo lleve encima, pues lo hizo suyo cuando le dio un nombre. Dale un nombre, y verás su aspecto, le dijo la Sirena. Y lo que parecía un pasador para el cabello, o un broche para la ropa, adoptó su verdadera forma cuando Silenia lo nombró: Lálya, así fue como llamó a Miussaura.

Con esto, ya puedes seguir mejor el capítulo de hoy.
Dioses, no tengo remedio. Intento ser breve y siempre acabo escribiendo más de la cuenta.
Espero que esta explicación no te haya aburrido demasiado. El relato va un poco más abajo. Me gustaría que lo leyeras. Y que dejaras tu opinión. Si quieres más, debes decírmelo. No permitas que me vuelvan a asaltar las dudas, no ahora que he vuelto y que la Musa está dispuesta a darnos una historia completa.

Y recuerda: ama y cree.
Yo lo hago.

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(c)Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)

Sombras y Notas (III)

"A sus once años era una niña alta y delgada que sabía moverse con agilidad y había aprendido a confundirse con las sombras. Vestida con las ropas de muchacho que solía usar cuando jugaba a los soldados con Eugene, y armada con el estilete de entrenamiento que le había sustraído a su hermano, cruzó la puerta con sigilo y miró hacia arriba. Tenía algo más de seis horas hasta el amanecer. Distinguió una torre alta custodiada por dos torres más bajas delante de ella y se le escapó un bufido de consternación. Miró a sus espaldas y distinguió las negras aguas del foso y los muros del castillo del Espectro. Había salido al exterior en algún punto entre el castillo abandonado y el del rey Narob, demasiado lejos de Mitrali Güae. Debería correr hacia el este hasta localizar el castillo de Gidean y dirigirse desde allí hacia el sur entre las colonias de los plateros.
—Al menos no tendré que cruzar el foso a nado —se dijo, tratando de darse ánimos.
Después de asegurarse de que podría encontrar la puerta secreta a su regreso, echó a correr entre árboles y arbustos, sigilosa como un gato y veloz como un caballo. Se mantuvo prudentemente alejada del foso y de las garitas de la Guardia, y procuró no perder la dirección sureste en ningún momento. Debía encontrar el estanque y a los dragones y regresar antes del primer amanecer si no quería ser descubierta. Mientras corría, rezaba a los dioses para que el aya no se despertara y se acercara a su cama vacía, si la anciana no la hallaba dormida y a salvo, daría la voz de alarma y se armaría un buen jaleo.
Dejó atrás la silueta de la torre esbelta y maciza del castillo de Narob y continuó corriendo. Más adelante, avistó a lo lejos la torre ancha que terminaba en un tejado puntiagudo del castillo de Gidean, pero para entonces ya se había distanciado mucho de la ciudad. Antorchas dispersas y algún fuego encendido marcaban el emplazamiento de las Colonias. Corrió hacia el sur. El tiempo corría también, pero no tan veloz. La luna se desplazaba por el cielo con parsimonia.
Las Colonias de los obreros de la plata eran una sucesión de casuchas diseminadas cerca de las orillas del Estanque, que era tan ancho que desde las márgenes occidentales no se podía distinguir su límite oriental. Los dragones podían hallarse en cualquier parte. Y Silenia ignoraba si habría guardias vigilando las Colonias, pues en aquellas casas y talleres se almacenaba la valiosa plata a la que los obreros daban forma antes de que fuera transportada a la ciudad. Corrió lo más sigilosamente que pudo entre las casuchas, atenta a cualquier señal de presencia humana y mirando a su izquierda para no perder de vista las aguas del Estanque. Eran éstas oscuras como la propia noche, y sólo la luz de la luna les confería en algunas zonas cierta cualidad plateada. Buscó con la mirada, tratando de distinguir las colosales formas oscuras que creía debían tener los dragones por la noche. No sabía sus nombres, e ignoraba cómo llamarles. Pero no se rindió.
Dejó atrás las Colonias y continuó bordeando el Estanque de Plata, consciente de que no disponía de mucho tiempo. Recordó la melodía de la Sirena y se sintió fuerte. Podía conseguirlo. Tenía que hacerlo. La ciudad había quedado muy atrás, y la luna seguía su camino sobre la cabeza de la niña.
Se detuvo un momento para mirar al cielo, con la intención de calcular cuánto tiempo había perdido, y entonces escuchó las notas que sonaban no demasiado lejos. Alguien tocaba algún instrumento de viento, y varios alguien cantaban al compás de la melodía. Sólo que aquellas voces no eran humanas. Su corazón se ensanchó, pleno de alegría. ¿Eran los dragones, que cantaban en algún lugar cerca de donde ella se encontraba y le daban la bienvenida con su canción?
A la luz de las estrellas, Silenia era sólo una sombra delgaducha vestida con ropas de muchacho. No habría llamado la atención de no haber sido por su pasador, que brillaba como una valiosa joya entre su pelo recogido en dos trenzas, como lo llevaban los aprendices de caballero. No fue consciente de la presencia de otra persona hasta que la tuvo prácticamente encima, una mano sucia al final de un brazo huesudo estirado hacia su cabeza. Fue la Música la que la avisó. Un cambio en el sonido del aire de la noche, un silencio roto de pronto, una respiración uniéndose a la suya la obligó a girarse, y la mano atrapó y perdió un mechón de pelo en lugar del pasador que había codiciado.
Silenia echó mano de su estilete. La sombra se rió como un cuervo. A la niña se le congeló la sangre.
—¿Te has perdido? —preguntó una voz nada agradable desde la oscuridad—. Tal vez pueda ayudarte.
La Música de esa voz no le gustó. Sus notas recordaban a algo viejo y oscuro, peligroso y enajenado. Nunca había escuchado nada parecido en los Prados de las Fuentes Cristalinas, ni en el castillo de Cornell, ni siquiera en el Laberinto Subterráneo, ni en las mazmorras, que eran uno de los lugares más antiguos y temibles de todo Räel Polita.
—¿Quién sois? —gritó, forzando la voz para tratar de ocultar su edad y su sexo—. Mostraos a la luz —ordenó.
La voz se rió otra vez. Recordaba a cuevas oscuras y serpientes venenosas. Silenia no sabía cómo lo sabía, pues nunca había visto una serpiente ni entrado en una cueva, a excepción de los Pasadizos que discurrían más allá de las mazmorras, pero reconocía esas cosas, era la Magia de la Música que estaba creciendo en ella. Retrocedió un paso con su arma en alto. No sabía qué haría si la situación se volvía peligrosa.
—Así que vienes de los castillos —dijo la voz, graznando como un cuervo—. Y dime, ¿qué haces tan lejos de tu hogar? ¡Y has venido sin protección! Tu padre se disgustará mucho contigo cuando sepa que has incumplido la Ley de los nobles. ¿Has venido en busca de aventuras? No debes de saber que éste no es un buen sitio para ti.
—Parecéis saber muchas cosas. Y las que ignoráis no os importan. Mostraos, o apartaos de mi camino —dijo, recordando que ese tipo de frases eran las que se decían ella y Eugene cuando jugaban juntos. Pero ahora no era un juego. Y ella blandía un arma que no tendría el valor de utilizar si llegaba el momento de hacerlo.
La sombra avanzó, y la niña pudo ver por fin a quién pertenecía la voz de cuervo. Lo primero que pensó, horrorizada, fue que una bruja de sus libros de cuentos se había materializado frente a ella. No sabía cómo se luchaba contra una bruja. Se decía que comían niños y que no temían a nada. Comprendió la risa de la anciana: una bruja no retrocedería ante ningún arma, y no temería a una niña pequeña. Su valor se debilitó, y por fin cayó hecho añicos sobre el suelo frío.
—Pero si es sólo una niña —dijo la anciana, melosa pero sin rastro de dulzura—. Una joven niña noble. ¿Sabes lo que los colonos podrían hacer con una preciosidad como tú?
—Atrás —ordenó Silenia. La bruja se le estaba acercando demasiado.
—¿Atrás, me ordenas? —se rió la anciana. Su imagen daba pavor. Ni en los mejores dibujos de los libros había visto la princesa a una bruja tan aterradora—. ¿Me amenazas con un cuchillo de pelar manzanas y me ordenas como si fuera una vulgar criada? No te das cuenta de algunas cosas, chiquilla. Ya no estás en tu bonito castillo, y yo no soy una de tus sirvientas, ni voy a correr para acatar tus órdenes, ni me voy a arrodillar ante ti. Estás en mi colonia, y ahora eres tú la que vas a portarte bien y obedecer.
Se acercó un poco más. El cuchillo tembló en la mano de Silenia.
—Podría ponerme a gritar y acudirían muchos paisanos míos, a los que les encantaría divertirse con una florecilla como tú —continuó la anciana—. Me pagarían bien por entregarte a ellos. No volverías a ver a tu padre.
Alargó una mano nudosa de uñas largas y rotas. Silenia apartó la cara, pues le asqueaba la idea de sentir el contacto de esa mano.
—No eres muy obediente, ni tampoco sumisa, ¿por qué te das esos aires de princesa, acaso tu padre es un apestoso rey?
Silenia apretó los puños y sus ojos brillaron de furia.
El cuervo se rió una vez más.
—Eso es, eres una princesa. Entonces, vales mucho más de lo que pensaba.
—¿Qué es lo que queréis de mí? —vaciló Silenia. Pensaba en sus opciones. Sólo podía hacer dos cosas: correr o atacar a esa mujer. Si echaba a correr, la bruja no podría darle alcance, pero ¿hacia dónde correr? Si escapaba hacia la puerta secreta, perdería la oportunidad de ver a los Dragones Plateados, y no volvería a atreverse a abandonar la seguridad del castillo. Si corría hacia las Colonias, ¿quién sabía si se encontraría con otras brujas, o con gentes aún peores? Apretó los dientes. Si corría para huir de la anciana, estaría aceptando su derrota.
—Quiero el pasador —dijo la voz de cuervo, y una mano de dedos ávidos y sucios se abrió delante de la cara de la niña—. Dámelo.
—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Silenia, cuyo enojo empezaba a eclipsar a su temor.
La bruja volvió a reír.
—Porque te permitiría salir con bien de ésta —explicó—. Quizás hasta te devolvería a tu castillo, en lugar de entregarte a los tratantes de blancas, tu padre me pagaría más que ellos por recuperarte sana y salva. Piénsalo, es mejor la reprimenda de un padre preocupado que ser vendida como esclava a las tribus del desierto del sur.
Por fin, Silenia se encolerizó. No estaba acostumbrada a ser tratada con tan poco respeto ni a que la amenazaran, ni a que la tasaran como vulgar mercancía. Esa mujer no sólo pretendía robarle, sino que además le estaba haciendo perder un tiempo precioso. La sangre le hervía de rabia. ¿Sólo porque era una niña indefensa, esa bruja podía salirse con la suya? ¿Acaso no tenía cuanto necesitaba para vivir? Silenia aún sostenía el estilete en alto. Bien, no estaba indefensa, y no le iba a entregar a Lálya. Recordó el rostro de Eugene y esbozó lo más parecido a una sonrisa feroz que le salió.
—No os daré mi horquilla, pues no me pertenece, tan sólo soy su custodia. Y no me pondréis la mano encima, os hablo muy en serio, creed que es tan cierto como que existe una segunda luna en el cielo. Intentad acercaros y no dudaré en utilizar mi arma contra vos —dijo con decisión.
La bruja rió. Su risa daba escalofríos. Se adelantó, sus manos convertidas en garras extendidas hacia la niña. La mano de Silenia tembló un poco. Sus tardes en los Prados de las Fuentes Cristalinas le habían enseñado belleza y paz. No podía atacar a esa mujer. Cerró el puño con firmeza alrededor del mango del cuchillo. Tampoco iba a ceder. Dio un paso adelante.
Un golpe seco paralizó a la anciana a un centímetro escaso de la punta del estilete. Silenia cerró los ojos para no ver cómo el cuello de la mujer se hundía en él. La bruja se desplomó. La niña abrió los ojos y las lágrimas no le dejaron ver nada. Una mano aferró su muñeca y tiró de ella. Se deshizo de su parálisis y opuso resistencia. La mano no cedió su presa.
—Ven conmigo, antes de que despierte —susurró la voz que pertenecía al dueño de esa mano.
—¡Soltadme! —gritó Silenia, que se vio arrastrada hacia la orilla del Estanque de Plata.
La voz la ordenó guardar silencio.
—¿Quieres despertar a todo el mundo? Cállate y corre detrás de mí, hazlo antes de que nos metamos en un lío.
¿Eugene?, se preguntó Silenia, confusa y esperanzada. ¿Era su hermano quien la había rescatado de las garras de la bruja, su hermano que había adivinado lo que pretendía hacer y la había seguido a través de los Pasadizos sin que ella lo advirtiera? Corrió tras él, que no la soltó durante la carrera. Se detuvo cuando él lo hizo, y le costó recuperar el aliento. Habían corrido durante cinco minutos, y sin embargo le pareció a Silenia que habían sido horas."

miércoles, 18 de julio de 2012

Sombras y Notas

¡Cuántos días desde el último capítulo! ¿Recuerdas dónde dejamos a Silenia? ¿Todavía te interesa conocer esa parte de la historia? No sé si te está gustando tanto como las anteriores, pero te recuerdo que nos llevará de nuevo hasta Dayna y Vosloora. 


Todavía no he subido la continuación de ese capítulo y ya estoy preparando el siguiente. Me estoy tomando en serio lo de dejar atrás la tristeza y la desidia, de nuevo quiero escribir, quiero hacer muchas cosas; y, de pronto, se me acumula la faena. Tengo que pasar al ordenador los capítulos siguientes, que continúan en su cuaderno original, tengo que reescribir diez páginas de Criatura de Fuego, Criatura de Luz, y hay una corrección que quiero terminar antes de ponerme a escribir como si no hubiera nada más en el mundo. Y pasan los días y parece que me he olvidado de ti, de este blog, de que sigues ahí, esperando a que diga algo nuevo. 

Pues tengo algo nuevo que decir.

Ya sabes que hay cuatro Historias de Thèramon en activo. Las cuatro empezadas, algunas muy avanzadas y otras apenas empezando a definirse. Ninguna terminada. Parece que este año no va a ser el de la publicación, no en lo que a Thèramon se refiere, a menos que en las próximas semanas me invada la fiebre creadora y consiga lo que solamente he logrado en una ocasión: terminar una novela en menos de un mes. No, creo que Thèramon es demasiado complejo, creo que necesitaría al menos dos meses (mode optimista on), eso si escribiera poseída por esa fiebre que ahora mismo no es más que un recuerdo muy agradable. Cuatro historias en la cabeza, y las cuatro me hablan, unas en susurros y otras a gritos.
Durante todo este tiempo, mientras avanzaba a rastras y a ciegas, luchando contra la Oscuridad que pretendía apoderarse de mi alma, enferma como Vosloora y terca como Dayna, tenía dos excusas para no sentarme a escribir. Una era pensar que no iba a ser capaz de hilar dos frases coherentes, no puedo, no puedo escribir, no puedo compartir nada hermoso con el resto del mundo porque no hay nada hermoso en mi mundo en estos momentos; no soy buena, no puedo hacer aquello para lo que he nacido, aquello que necesito más que el aire, incluso más que el amor del que me alimento y sin el cual no puedo vivir. La otra era la incapacidad para tomar una decisión; ¿cuál de las cuatro historias quiero continuar narrando? ¿Cuál es la que me va a resultar menos dolorosa? La pregunta estaba mal formulada, por supuesto. La pregunta que me hice hace un par de semanas fue: ¿cuál de todas ellas es la que quiero conocer?
 ¿De cuál quiero conocer el final?
Ya he tomado esa decisión. Voy a retomar la historia con la que comencé este blog. Criatura de Fuego, Criatura de Luz.
Y ha sido decidirme, y la Musa ha empezado a mostrarme imágenes, como si estuviera ansiosa, más aún que yo, por ponerse con esa historia. Lo primero ha sido releer lo que llevo escrito. Lo segundo, descubrir que es bueno, más de lo que recordaba. Entonces volvieron las dudas: dioses, es tan bueno que no voy a ser capaz de superarlo. Eso es lo que suelo pensar cuando leo algún libro que me llega al corazón, que me encanta y me traumatiza porque ¿cómo voy a ser capaz de superar eso? Pero las dudas duraron poco. Porque enseguida recordé que eso tan bueno lo había escrito yo, yo misma. No tengo que superarme a mí misma, no tengo que competir en estilo o en imaginación conmigo misma, lo único que tengo que hacer es coger el hilo y seguir escribiendo donde lo dejé.
Y en cuanto las dudas fueron derrotadas, el capítulo que tantos problemas me estaba dando se resolvió por sí solo en mi cabeza. Ya sé cómo tengo que contarlo. Ya sé cómo sigue la historia. Ahora sólo tengo que contarla. Es cuestión de días que me ponga con ella, primero quiero terminar de corregir, no quiero tener asuntos pendientes en mi bandeja de entrada, quiero centrarme en mi novela, quiero verla terminada.

Espero que eso te alegre.

El momento ha llegado. Ahora sí estoy preparada. Voy en busca de mi destino.
Igual que Silenia.
¿Recuerdas dónde la dejé?

"La Magia de la Música era poderosa, se dejó llevar por esas notas, caminó, descendió, trastabilló, sintió el suelo cambiar bajo sus pies, hizo frente a su temor, buscó la puerta de salida.
No dudaba de que esa puerta existía."

Bien, pues aquí tienes el resto del capítulo. Espero que lo disfrutes.

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© Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)

SOMBRAS Y NOTAS (II)

"El camino se volvió de piedra y las paredes perdieron su uniformidad. Rocas de todos los tamaños y formas se amontonaban unas sobre otras conformando ya no un túnel, sino una cueva. La tierra del suelo era oscura y en algunos tramos húmeda y limosa, y el eco devolvía los sonidos deformados haciéndoles ver fantasmas a su alrededor.
Avanzaban muy despacio; las velas se consumían. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que decidieran apartar el tapiz y abrir la puerta secreta. No querían rendirse.
—¿Crees que seguimos en las mazmorras? —se atrevió a preguntar Silenia tiempo después, su voz convertida en un susurro que a Eugene no le costó ningún esfuerzo escuchar. Tenía la impresión de hallarse muy por debajo de la ciudad, más aún, pensaba que ya ni siquiera se encontraban bajo las calles de Räel Polita, sino que habían dejado ésta atrás y sobre sus cabezas había campo y hierba, acaso un riachuelo. La Música hablaba de agua y de soledad.
Eugene sacudió la cabeza.
—Cualquiera perdería el sentido de la orientación aquí dentro —susurró a su vez—. Creo que hemos estado descendiendo durante un buen trecho. Mira las paredes, esto ya no es el Laberinto Subterráneo, esto es otra cosa.
Se detuvieron, y Silenia alzó la vela para iluminar el túnel. El techo de la cueva estaba húmedo, las paredes de roca lloraban y se formaban charcos oscuros en el suelo que hacían que sus zapatos se mancharan de lodo.
Räel Polita era una ciudad pacífica; si eran ciertas las historias de ladrones y asesinos que vivían en la Sección Angor, éstos nunca eran apresados, o bien recibían un castigo rápido como la muerte o bien eran condenados al destierro; las mazmorras llevaban decenios vacías, sus únicos moradores eran las ratas y las arañas, y no quedaban restos de los últimos asesinos que habían hallado la muerte encadenados a las paredes de piedra. El olor que se respiraba era un tufo antiguo y húmedo, pero no se percibía el hedor de la descomposición que los dos hermanos habían imaginado.
Pero las mazmorras habían quedado atrás. Silenia ignoraba cuándo habían cruzado la puerta que les había llevado a otra zona de los pasadizos que discurría por debajo de un mundo que nunca habían visitado, y que ya no eran las calles de Räel Polita. Eugene tenía razón, aquella gruta era otra cosa. Y ella pensaba que el agua oscura que se filtraba por el techo y chorreaba por las paredes de roca procedía del foso que se encontraba por encima de ellos. Eso pensaba, si bien no estaba segura y por esa razón no quiso decir nada.
Las dos llamitas no eran luz suficiente para disipar las sombras. Eugene temía llegar a perderse en aquel mundo subterráneo y no saber regresar. Silenia no tenía miedo; para volver al castillo sólo tenían que dar media vuelta y desandar el camino en línea recta y ascendente, atravesar de nuevo las mazmorras y recorrer los pasillos que ya conocían hasta llegar a la escalinata de piedra. Apretó la mano de su mellizo para infundirle confianza y continuaron avanzando. Ella sabía algo que Eugene desconocía. Sabía que la Música les ayudaría a no perderse.
Mucho más adelante, las paredes de la cueva se fueron estrechando hasta conformar un pasillo por el que solo podían avanzar de uno en uno. Eugene agachó la cabeza y abrió la marcha, y no fue hasta que se arrodilló sobre el suelo de tierra reseca que comprendió que el techo se había encogido. Gateó a lo largo de un conducto demasiado estrecho para un adulto pero suficiente para dos niños de su estatura y complexión, hasta que la sensación de claustrofobia se hizo excesiva para él y le obligó a a detenerse.
—Creo que deberíamos dar la vuelta —dijo, preocupado e inquieto; apenas tenía espacio para girar la cabeza hacia su hermana, que se había detenido detrás de él—. Esto no parece llevar a ninguna parte, y si continúa estrechándose nos quedaremos atascados aquí abajo y nadie nos encontrará nunca.
Silenia oía la Música que sonaba desde el final de ese pasillo. Las notas que hablaban de libertad y de aire fresco la animaban a seguir. Estaba en el camino correcto. No iba a rendirse.
—Adelante, Eugene —le ordenó—. No importa a dónde nos lleve este pequeño túnel, ha de tener una salida y quiero llegar hasta ella. Sólo si salimos podremos volver a entrar y desandar el camino. No tengo ninguna intención de retroceder gateando de espaldas. Sigue, hermano mío, la salida no puede estar lejos.
Eugene no se atrevió a replicar. Gateó durante varios metros más y cuando quiso darse cuenta ya no estaba dentro de un conducto bajo y estrecho, sino en una sala de piedra redonda y amplia que parecía marcar el final de su aventura. Se puso de pie, iluminó la pared en cuya base había un agujero como de chimenea por el que él había salido, y vio aparecer la cabeza de su hermana. Silenia sonreía. La ayudó a incorporarse y después alzó la vela para reconocer el terreno. Se le escapó una exclamación de sorpresa e indignación.
—¿Cómo es posible, por todos los dioses? —preguntó, contrariado—. ¿Esto es todo? Hemos llegado hasta aquí en línea recta por pasadizos oscuros y húmedos, manchándonos de barro hasta las cejas, ¿y todo para nada? ¡Esto no conduce a ninguna parte! ¡Es un callejón sin salida!
Aquella estancia que parecía la entrada de alguna gruta era un muro abovedado, roca sobre roca y oscuridad intensa. El techo tenía una altura de dos metros, y había espacio suficiente para albergar a diez personas adultas. Pero no llevaba a ninguna parte, como había dicho Eugene. Ninguna grieta a la vista, ninguna puerta oculta en la pared, el mismo suelo de tierra sin remover que habían tocado con las palmas al avanzar a gatas. Ni una corriente de aire, ni un reguero de agua que les mostrara indicios del exterior. Estaban encerrados bajo tierra. Su excursión había sido en vano.
Eugene pateaba el suelo y golpeaba las paredes, descargando así su frustración. Silenia le ordenó guardar silencio. Miró la pared de roca, la recorrió con las manos abiertas, pegó el oído. Tanta era su concentración, y tan segura parecía de poder descubrir algo, que Eugene se limitó a observar sus movimientos sin decir una sola palabra. La princesa cerró los ojos y escuchó. Notas lejanas, notas más fuertes, notas de una música que conocía: aire fresco, verde y agua, una canción de vida y libertad. Y venía de la pared, del otro lado del muro de piedra.
—¿Qué oyes? —le preguntó a su hermano, y a él le pareció de pronto misteriosa y fantasmagórica—. ¿Qué ves?
El muchacho miró en derredor.
—Silencio y oscuridad —respondió, desanimado—. Hemos hecho un largo camino entre sombras más negras que la misma noche buscando algo que sólo existe en nuestra imaginación. Seguramente nos hemos perdido y nadie sabe que estamos aquí. Lamento haberte metido en este lío.
Silenia le miró con sorpresa.
—¿Cómo?
—Yo te dije lo de las puertas —dijo Eugene, consternado—. Me creíste y bajaste aquí conmigo. Lo lamento, hermana, me equivoqué.
Silenia volvió a mirar la pared. ¿Era posible que Eugene no lo viera?
—No te preocupes, Gene, ha sido una aventura estupenda —dijo, mordiéndose la lengua para no decir nada que pudiera delatarla—. Seguramente hay otras puertas y no las hemos visto. Regresemos.
Miró por última vez la pared y reprimió una sonrisa. Se sorprendía de no haberla visto al principio. Era maciza, ancha, baja, de hierro tan vetusto que se había confundido con la roca, y seguramente llevaba siglos sin ser abierta, pero era real, y estaba allí, como había supuesto, como había deseado. Estaba allí, delante de ellos, y Eugene no podía verla. Le habría gustado mostrársela a su hermano, compartir con él la gloria del hallazgo, pero decidió callar. Si Eugene no sabía que existía una salida, no pensaría que ella pretendía utilizarla.
—¿Y si nos hemos perdido? —protestó Eugene con un poco de temor. No por él mismo, sino por haber llevado a Silenia hasta allí.
La niña sonrió. No se habían perdido. La música que la había guiado a través de los túneles oscuros les devolvería al castillo, no tenía ninguna duda y ningún temor.
—Confía, Eugene, si hemos sabido llegar hasta aquí, sabremos regresar.
Hicieron el camino de vuelta cogidos de la mano.
La siguiente vez que Silenia llegó hasta la puerta secreta, lo hizo sola.
Era de día la primera vez que abrió la puerta. Aeblir bañaba con su luz los arbustos vacíos de flores y calentaba las aguas oscuras del foso. La música que la había llevado hasta allí se dejaba oir con mayor intensidad al abrir la puerta. Había encontrado el modo de salir. Esperaría el momento para hacerlo.
La primera vez que cruzó la puerta la recibió la plateada luz de la luna, el rumor de las aguas del foso y el canto de los grillos que se preparaban para afrontar el invierno.
Habían transcurrido diez meses desde que Ariiama le revelara su nombre."

miércoles, 11 de julio de 2012

Un aullido para Thèramon

Hay tres citas que he convertido en mi credo particular. La primera no es mía, pero no recuerdo quién la dijo por primera vez. La segunda la escuché una noche a las orillas de Mitrali Güae, esos Dragones Cisne son criaturas muy sabias. Y la tercera es mía, y supongo que también de mucha gente, aunque con el paso de los años la he adaptado a mis propias creencias. 

"Si dudas de tu poder, das poder a tus dudas."
No, no es mía, pero suena tan propia de Thèramon que la uso como si lo fuera.

"Ama y cree."
Ésta la reconocéis, ¿verdad? 8)

"Los sueños se cumplen cuando llega el momento. (Antes la completaba diciendo: Ojalá el futuro fuera mañana. Hace un año cambié el final). Y el momento es ahora."

Bien, está claro que las dudas son malas consejeras. Cuando piensas que no puedes hacer algo, realmente no puedes hacerlo, porque tu mente se bloquea. En mi caso, dejo de escribir, empiezo a pensar que a nadie le interesan mis historias, que la falta de comentarios en el blog indica que lo que escribo ha dejado de gustar, que mejor cierro el puesto y me dedico a otra cosa.
Pero cuando te enfrentas a las dudas y recuperas la fe en ti mismo, recuperas tu poder. Amas, crees. Y vuelves a crear. 
Y cuando vuelves a creer que puedes, vuelves a poder hacerlo. Y lo haces. Y de pronto te das cuenta de que se habla de ti, 
de que tus sueños no son sólo tuyos, sino que hay más gente que los comparte, que cree en ellos, que está esperando el momento de ver cómo los haces realidad, para celebrarlo contigo. Para poder tocar con sus propias manos el sueño que tú has creado y puesto en sus corazones. Para leerlo de un tirón y saber qué pasa, cómo termina, qué hay más allá de lo que dejas entrever en este rinconcito.

Alienta saber que hay personas que han oído hablar de una, que han leído un fragmento de su obra, que están deseando compartirla con el resto del mundo. 
Alienta que hablen de una, que crean en una, que le tengan a una en tan alta consideración.
Alienta que hablen de su trabajo.

Hoy se vuelve a hablar de Thèramon.

Los compañeros del proyecto Lupus In Fabula estrenan sección en su blog. Y esta servidora ha sido la afortunada elegida para estrenar esa Fan Zona, lo cual me llena de orgullo y de alegría, y mi forma de agradecerles su apoyo y de demostrarles el gran honor que me hacen es invitaros a visitar su blog, leer el relato de Thèramon que han elegido y dejarles un comentario. Recordad que todo blog se alimenta de los comentarios de sus lectores. Y que los que escribimos un blog lo hacemos para los lectores. Para vosotros, compañeros de viaje, visitantes anónimos, que hacéis subir el contador de visitas y que con cada huella de vuestro paso que dejáis nos animáis a seguir haciendo esto.

Pinchad en la foto y os llevará a mi relato.



GRACIAS, LIF.
Gracias por este aullido.


Lo curioso del caso es que esta noticia llega justo cuando he dejado atrás el camino tan oscuro que llevaba meses recorriendo y he decidido cuál de las Historias de Thèramon que empecé el año pasado voy a seguir escribiendo. Justo cuando he encontrado el camino de regreso a Thèramon, cuando la Música ha vuelto a sonar para mí, cuando he vuelto a mirar con los ojos de un Ilohiim y a confiar en mí misma y en mi talento. Justo cuando ya me siento preparada para escribir de nuevo. Para escribir esa gran historia que está destinada a convertirse en un éxito. Sí, creo que hoy he desayunado ración doble de optimismo. Pero es que ahora me siento optimista. Hoy más que nunca creo que todo ocurre cuando le corresponde, a su debido momento.
Sí, el momento es ahora.

Criatura de Fuego, Criatura de Luz, es la historia que voy a retomar. Y será una gran historia. Porque ya no soy más una niña asustada, ahora me siento preparada para ser por fin la diosa creadora de mundos. Y eso es lo que voy a hacer. Crear. 

El viaje continúa. ¿Me acompañas?

lunes, 9 de julio de 2012

La sombra de una esperanza


Hoy no vengo a hablaros de Thèramon. Tampoco vengo a hablaros de mí. No porque no tenga nada que decir, o porque no tenga un nuevo capítulo preparado. Todavía hay mucho que contar, y la historia que os voy narrando poco a poco es lo suficientemente larga como para daros un capítulo semanal de aquí a finales de año, y quedar todavía algunos para empezar el próximo, si es que con el transcurso de las semanas sigue quedando alguno de vosotros lo suficientemente interesado en ella, desde luego. 8)

Hoy vengo a hablaros de un sueño. Un sueño que comparto con la persona a la que dedico esta entrada, un espíritu afín, una amiga a la que quiero muchísimo y una escritora de la que me siento muy orgullosa. Porque ha sabido luchar por su sueño hasta verlo hecho realidad, dando ejemplo a muchos de nosotros, enseñándonos que no importan los obstáculos ni las dificultades, recordándonos que cuando se tiene un sueño y se lucha por él, al final se consigue.

Hablemos de sueños cumplidos.
Hablemos de la sombra de una esperanza.
Hablemos de Tamara Díaz y de su novela Eterna Oscuridad.

Enone. Por ese nombre la conocí, y grande fue mi sorpresa cuando entré por primera vez en su blog, Páramos de Soledad, del que os dejo nuevamente el enlace. Accedí a él desde el blog de una de mis recién encontradas amigas, y me encontré con una mención a mi propio blog, ¿imagináis la sorpresa? Una desconocida hablaba del mapa de Thèramon, y de este rinconcito, y hablaba muy bien, por cierto. Así que decidí curiosear, y me topé con su propio mapa, uno que parecía un mapa de verdad, no como el mío, y descubrí su mundo, Elindora, y me enamoré de él. Y me presenté. Y cuando lo hice encontré no sólo a una escritora con un gran talento, sino también a un espíritu afín, a una amiga.

¿Qué puedo deciros de su novela? No soy buena reseñando. Pero todos sabéis que soy una lectora muy exigente, y que no le doy el aprobado a cualquier novela que cae en mis manos. La de Tamara se llevó un aprobado con nota. Y eso a pesar de que necesitaba una revisión y, a mi parecer, algunos cambios. Sí, le hice una crítica, y también tuve el honor de corregir su novela. ¿Y se molestó conmigo al recibir mi opinión? No, se mostró agradecida. ¡Me menciona en la página de agradecimientos! Y, por lo que he podido ver, ojeando por encima, ya que no he tenido tiempo de leerlo (lo recibí el sábado), ha retocado algunas de las cosillas que yo le comenté. Me muero por ver el resultado final. Estoy convencida de que ha conseguido lo que se espera de toda buena novela: dejar al lector encantado y con ganas de más. Conmigo lo consiguió, y os recuerdo que yo la leí con el supertraje de correctora puesto.

Eterna Oscuridad es una saga, dividida en tres libros, que nos habla de un mundo poblado por humanos y por criaturas fantásticas, un mundo con mitología propia, ¿os parece que tiene cierta afinidad con Thèramon? 8) En La Sombra de una Esperanza empezamos a conocer Elindora y a los seres que la pueblan, se nos introduce en la historia, se nos presenta a la Miasma, que viene a ser algo parecido a la Sombra que acecha a Thèramon, aunque su origen es muy diferente al de Skadûr. Y mientras acompañamos a Elisa y a sus compañeros en un viaje que ni ellos mismos saben a dónde les conducirá, comprendemos que a todos nos cuesta superar el pasado y acostumbrarnos a los cambios que nos duelen, y aceptar que dentro de cada uno de nosotros hay Luz a pesar de que el destino nos haya convertido en monstruos, y que cuando el Mal nos acecha desde varios flancos no está permitido rendirse, sino que hay que luchar contra él, hasta vencerlo... o caer intentándolo.
Como en Thèramon. Como en la vida.
Fantasía, misterio, aventura, amor, humor, magia, lucha, sangre... bastante sangre, jajaja. ¿No os he dicho que también hay vampiros?
Espero haber despertado vuestro interés.
Pero si mis palabras no os convencen, echadle un vistazo a la portada. ¿No os resulta sugerente? ¿No deseáis saber qué hay más allá de esa imagen?


A partir de esta semana, Eterna Oscuridad se encontrará en la Fnac y en la Casa del Libro. No será difícil conseguirlo. Y para más información, os remito a su página web. También podéis poneros en contacto con la autora en esta dirección de correo: eternaoscuridad@gmail.com.

Desde Thèramon, todo el apoyo y toda la suerte del mundo, querida Enone.
Gracias por haberme mostrado la sombra de una esperanza. Por ser la valiente guerrera que eres. Por haberme recordado que ninguna dificultad, ninguna decepción, debe hacerme perder la confianza en mi trabajo ni alejarme de Thèramon.
Voy a seguir escribiendo.
Voy a seguir creyendo.
Voy a seguir luchando por mi sueño.

miércoles, 4 de julio de 2012

La Magia de la Música



La Magia de la Música y del Corazón.
Qué cursi suena ahora, diez años después de haber conocido a Ariiama y a los Dragones Cisne. Más que a fantasía épica seria, suena a película de Disney.
Pero cuanto más crece Thèramon, más comprendo que ésa es la clase de Magia que mueve este mundo. Pues todo empezó con un instrumento musical, Lummenii-a-Llaut, el Arpa de Luz que Eshor le regaló a Ariiama cuando ambos eran dos addimantol que vivían y se amaban en Wad Ras, Miussaura, una de las Joyas Hermosas que se convirtieron en leyenda con el transcurrir de las Eras, y una de las pocas que aún existe, aunque nadie sabe dónde se encuentra escondida.
Bien, nosotros lo sabemos: no habéis leído el capítulo en el que la Dama de la Fuente le regala esa joya a Silenia, pero hace poco yo os lo he contado en un breve resumen.

Ariiama le habla a Silenia de la Magia de la Música y le dice que escuche siempre con los oídos del corazón, porque sólo de esa forma conocerá la Magia que poseen los Ilohiim, la misma que la condujo a los Prados de las Fuentes Cristalinas la primera vez, el día en que cumplió siete años.
Y durante mucho tiempo la pequeña princesa escucha, y aprende, aunque no acabe de entender lo que oye o lo que ve. Cree, que es lo que importa. Cree en las palabras de la Dama de la Fuente. Y promete visitar a los Dragones Plateados, aunque sabe lo difícil que le va a resultar cumplir su promesa.

Pero su voluntad es grande, así como su determinación.
Y por eso hoy la encontramos iniciando su aventura, convencida de que hallará lo que está buscando en el lugar más inverosímil: el Laberinto Subterráneo que discurre bajo las calles de Räel Polita.

¿Os animáis a acompañarla en su viaje?



© Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)

SOMBRAS Y NOTAS (I)


"Aquello daba bastante miedo, ésa era la verdad, pero ninguno se atrevió a decirlo en voz alta; cada uno tenía sus propios motivos para no echarse atrás. Silenia no quería dar media vuelta mientras existiera una mínima posibilidad de hallar una salida, y Eugene no estaba dispuesto a admitir que no poseía el valor suficiente para acompañar y proteger a su hermana en cualquier momento y situación. De modo que continuaron avanzando cogidos de la mano, intentando mirar a todas partes al mismo tiempo, mientras la oscuridad se hacía más densa a su alrededor y el eco de sus pisadas se volvía siniestro y amenazador. Estaban juntos, y eso les hacía sentirse valientes.
Habían accedido al Laberinto Subterráneo por una puerta secreta que Cornell no les había mostrado nunca. La habían descubierto por casualidad dos años atrás, oculta detrás de un tapiz descolorido que colgaba de la pared de una de las habitaciones del segundo piso que nadie utilizaba y en la que se les permitía jugar siempre que quisieran. Cientos de peldaños y la más absoluta oscuridad terminaban en un pasadizo húmedo que conducía a una zona del Laberinto Subterráneo por la que su padre nunca les había llevado, y muchas veces habían bajado a explorarla, pensando que no acabarían llegando a ninguno de los otros castillos, y por lo tanto no serían descubiertos. En sus expediciones habían encontrado un camino que habían memorizado y que terminaba en una puerta de hierro oxidado más allá de la cual no se habían atrevido a seguir. La oscuridad, la humedad y la atmósfera viciada les hacía suponer que las mazmorras debían encontrarse al otro lado de la vieja puerta, y esa idea siempre les había frenado.
Esa mañana, burlando la vigilancia de sus preceptores, habían bajado por las vetustas y empinadas escaleras y se habían adentrado de nuevo por el pasadizo, provistos de velas y armados con un estilete de entrenamiento que Cornell le había regalado a Eugene por su último cumpleaños. Era ésta un arma de plata, como todas las cosas bellas de la ciudad, afilada y brillante, con una empuñadura sencilla y ligera, que no sería de gran utilidad a la hora de luchar contra fantasmas o contra criaturas de la oscuridad que reinaba en el Laberinto Subterráneo, pero ambos se sentían más seguros sabiendo que Eugene la llevaba y que tenía el valor suficiente para usarla en caso de peligro. Pues aunque era sólo un niño, tenía alma de guerrero, y habría muerto por defender a su hermana. Eso era suficiente para que Silenia olvidara su miedo.
Al principio habían iluminado su camino con una vela que la princesa portaba, pero pronto hubieron de encender otra, pues las sombras eran impenetrables más allá de la vieja puerta. A medida que avanzaban, el aire se notaba más enrarecido, haciendo comprender a los niños que no existían aberturas o respiraderos en ninguna parte. Las mazmorras debían estar vacías, nadie podía sobrevivir en un lugar sin ventilación. Silenia pensaba que las velas se mantenían encendidas porque ellos dos lo deseaban con todas sus fuerzas.
El Laberinto Subterráneo era obra de los hombres, piedra a piedra había sido construido bajo las calles de la ciudad, cada pared era igual a la anterior y el suelo estaba enlosado; ni una sola antorcha iluminaba los múltiples pasillos que llevaban a cualquier rincón de Räel Polita ni existían indicadores que guiaran a los exploradores. Solamente los reyes conocían los pasadizos a la perfección, pues los habían utilizado con frecuencia a lo largo de todo su reinado. Los dos hermanos se dejaban guiar por su intuición, y no sabían a dónde irían a parar. Después de traspasar la puerta oxidada que conducía a las mazmorras, empezaron a pensar que los hombres no se habían encargado de levantar mas galerías, que habían dejado que siguieran construyendo demonios u otras criaturas que no habían visto jamás la luz del sol. El suelo era allí de tierra, y las paredes antes lisas perdían en los calabozos su uniformidad. El olor era pesado, oscuro y muerto.
Y había algo más.
—¿Oyes eso? —preguntó Silenia, intrigada, deteniendo su avance y mirando a su hermano a la luz de las velas.
Eugene la miró, el ceño fruncido y el oído atento.
—¿El qué? —preguntó después, porque no había ningún sonido, sólo el leve eco de sus pisadas cuando caminaban.
Silenia sacudió la cabeza. ¿Eugene no lo oía? Era algo extraño y en cierto modo tranquilizador. Hacía un rato que sus oídos se habían acostumbrado a ese sonido, al que no había prestado atención hasta ese momento. Si Eugene no lo oía, podía ser que la niña se lo hubiera imaginado. Pero no lo creía. Lo que oía era algo parecido a música.
—El silencio —se decidió a decir—. Sólo se oye el silencio. Nadie ha estado aquí abajo desde hace muchos años.
—¿Estás asustada?
—No —dijo Silenia con decisión—. ¿Y tú?
—No —respondió Eugene.
Ambos lo estaban. Ambos lo negaban. Si estaban juntos, no temerían a la oscuridad. Seguirían adelante, como intrépidos aventureros.
Silenia podía oir el ruido apagado de sus pasos, su respiración, los latidos de su corazón. El silencio tenía peso. Pero existía cierta musicalidad en ese silencio, y la princesa se concentró en ella y siguió caminando en línea recta, escuchando las tristes notas que hablaban de dolor y de abandono, de remordimientos y de rabia, y también de esperanza. Eugene no podía oir la música de las mazmorras, pero Silenia escuchó y la siguió. La Magia de la Música era poderosa, se dejó llevar por esas notas, caminó, descendió, trastabilló, sintió el suelo cambiar bajo sus pies, hizo frente a su temor, buscó la puerta de salida.
No dudaba de que esa puerta existía."

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Por Susana © Registrado por Bea Magaña

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