domingo, 30 de septiembre de 2012

Sin prisa


Hace días que no me paso por aquí. Hace días que no entro a ver si el número de visitas sigue subiendo, si se ha unido a nuestro viaje algún compañero nuevo, si alguien ha dejado un comentario, ni siquiera estoy respondiendo a los comentarios que recibo. Podría dar la impresión de que he dejado de interesarme por el funcionamiento de mi blog. Nada más lejos de la realidad. Estoy inmersa en Thèramon, más que nunca, ya tengo en la cabeza casi todo el argumento de CDFCDL, la Musa me da imágenes y fragmentos de diálogos, me ha mostrado parte del viaje de Leelai, he conseguido situar a cada personaje que he ido descubriendo con el paso del tiempo, ahora cada uno tiene un rostro además de un nombre, y un lugar en Thèramon. Incluso he visto el final de esta historia, y es un final hermoso y sorprendente. Pero sigo atascada en un capítulo complejo, escribo párrafos deliciosos y paso horas moviéndolos arriba y abajo hasta que les encuentro su posición en el texto, quiero hacer un buen trabajo, que cada capítulo te haga sentir, en este caso la angustia de un personaje que ha aparecido sin ser llamado y que va a tener un papel muy importante en la historia. Como te dije, me está costando arrancar, han sido demasiados meses inactiva, demasiado tiempo bloqueada.

Me falta tiempo para hacer todo lo que quiero hacer. A ratos escribo, a ratos corrijo, tengo buenos amigos que además son muy buenos escritores, confían tanto en mi facilidad para descubrir errores ortográficos y en mi opinión crítica y sincera que me envían su trabajo, y disfruto mucho corrigiendo y leyendo. ¡Me enorgullece tanto ver que algunas de las novelas que yo he corregido están siendo publicadas en papel o en digital! Lo dije, éste es EADLP (El Año De La Publicación). Aunque parece que no va a ser mi año. Pero no me inquieto ni me impaciento, si la novela que envié a la agencia no llega a ver la luz, no me frustraré, ni pensaré que no es lo suficientemente buena; lo cierto es que cuando miro al futuro no visualizo mis viejas novelas en las estanterías de medio mundo, lo que veo es Thèramon en papel, enamorando a medio planeta.

Pero todavía falta para ver mi sueño hecho realidad. CDFCDL va creciendo, pero lentamente; me he dado un año de plazo para terminarla. No tengo prisa por publicar. Ha sido mi sueño desde niña, puedo esperar un año más.
Ojalá tuviera tanta voluntad como paciencia. Muchos días todavía me cuesta concentrarme, y pierdo demasiadas horas de las pocas de que dispongo perdida en fantasías. Tengo decenas de historias en la cabeza, a veces quisiera ponerme a escribir y no soy capaz de decidirme por una. Mi musa ha vuelto, y muy activa, pero algo desorganizada. Le daré tiempo. Las cosas buenas no hay que forzarlas, han de venir por sí mismas. Hace tiempo descubrí que cuando intento obligarme a escribir consigo el efecto contrario, me provoco frustración y me bloqueo yo sola.

El capítulo que estoy escribiendo ahora es una muestra de lo que digo siempre. No hay que tener prisa por nada. Hay que dejar que Cosmos nos muestre el camino. Hasta hace un año ni siquiera existía un relato acerca del origen de Thèramon. Fue casi por casualidad que empecé a escribirlo, y descubrí la existencia de Oreal, la Gema del Destino. Bien, pues en el capítulo que tengo entre manos acaba de aparecer una mención a Oreal. Y al releer las páginas que llevo escritas, comprendo que la Luz de Toda Vida es la clave, que todo el argumento de CDFCDL gira en torno a Oreal. Tenía que pasar todo este tiempo en blanco para que la Gema del Destino ocupara su lugar en mi historia. Todos estos meses en blanco no han sido en vano.
Como te digo siempre: todo ocurre cuando le llega su momento. Cuando estamos preparados.
Y, normalmente, ocurre cuando menos lo esperamos.
Así que hagamos las cosas sin prisa. Lo que deseamos siempre acaba llegando. 
Y yo amo y creo.

Estoy preparando el siguiente capítulo de la aventura de Silenia. Espero que seas paciente, no puedo alargar las horas, y es mucho lo que intento hacer al mismo tiempo. Tengo dos correcciones a medias, un capítulo a medias, mucha lectura acumulada en mi mesita de noche, un relato de terror que lleva toda la semana dándome vueltas en la cabeza, trabajo diez horas diarias, y ahora además hago un poco de vida social. Pero si yo he aprendido a no tener prisa, ¿no lo harás tú, que sabes que siempre cumplo mis promesas, aunque tarde?

Que pases un feliz domingo. Y que octubre te traiga océanos de amor, muy buenas noticias y ganas, inspiración, energía, valor, voluntad, te deseo lo mismo que espero para mí misma.
Gracias por seguir acompañándome.

martes, 18 de septiembre de 2012

La dosis de Sara


No me he olvidado de ti.
Muchas cosas han cambiado, mi forma de mirar el mundo, por ejemplo, ahora no hay día que no encuentre un motivo o más para sentirme agradecida por estar viva y feliz de tener un corazón que siente con tanta intensidad. He dejado de esperar, pero no de creer. Ya no espero a que salga el sol para sentirme animada, ahora es mi sonrisa y mi actitud ante la vida lo que hace que el sol se anime a brillar. Ya no busco al unicornio, ni lo persigo, ni lo espero; he comprendido que el unicornio es la criatura más libre del universo, y que no podré verle si él no desea ser visto. Ahora me dedico a repoblar Thèramon de dragones, en eso estoy teniendo mucha ayuda, debo decirlo; y si el unicornio se siente atraído por la vida que bulle a mi alrededor, quizás decida aparecer. Pero si no acude, si decide no escuchar la llamada de Thèramon, no dejaré morir a los dragones que me han devuelto la ilusión y las ganas de seguir creando mundos. Soy una laudaner, nací para contar historias. Escribir es lo que más amo en el mundo. Y aunque amo al unicornio, mi amor por los dragones no es menor. Seguiré contando mi historia, y Cosmos dirá quién acaba siendo protagonista. ¿El unicornio, los dragones? Yo voto por Thèramon.

Muchas cosas han cambiado. Cuando Thèramon nació, lo más importante era proteger al unicornio. A medida que voy escribiendo, el unicornio se va convirtiendo en un símbolo, más que una criatura de carne y hueso es un ideal, como la bondad, el valor o la lealtad. Lo que nos inspira a seguir luchando, a seguir superando obstáculos. Ahora lo veo como el Aslan de las Crónicas de Narnia, el ser divino del que todos hablan pero al que nadie ve hasta el final de la historia. Ya no es el consejero, el guía, la criatura de la que te enamoras nada más verla y a la que deseas proteger con tu propia vida si fuera preciso. Pero aunque ausente, sigue siendo el alma de Thèramon; y a pesar de que los dragones van ganando protagonismo, todos ellos luchan en su nombre. No sé qué pasará en el futuro, no sé qué hará la musa, o debería decir qué hará la propia historia, pues es ella misma la que se va contando a través de mí. Ya no me preocupa el final, he aprendido a aceptar los cambios y a disfrutar del viaje, de la aventura. Cuando la primera historia de Thèramon esté terminada, ya te contaré en qué lugar ha quedado el unicornio. De momento puedo decirte que todavía no lo he visto. Y que no he dejado de amarle.

Estoy escribiendo. De momento voy despacio, arrancar después de tantos meses de bloqueo y de vacío interior no está siendo fácil. Pero lo poco que me ha dado la musa hasta ahora es increíble. No me canso de releerlo y no dejo de maravillarme. Y cuando copio el trozo de capítulo que continúa la historia que te voy contando aquí me pregunto si crees realmente lo que te digo, porque la historia de Silenia, Dayna, Vosloora y el N'Ögard no es más que el relato de un niño en comparación con lo que no puedo enseñarte todavía. ¡Tengo tantas ganas de terminar Criatura de Fuego, Criatura de Luz, para mostrarte algunos fragmentos!

Novedades... hay muchas, pero no tengo buenas noticias que darte todavía. Sé que la novela que envié a la agencia está siendo valorada, pero aún no tengo una respuesta. Se me ha comentado la posibilidad de trabajar como correctora freelance, pero no hay nada seguro; aunque debo decir que el simple hecho de que alguien haya considerado la idea me hace muy feliz y me produce un subidón de autoestima increíble. He reunido el valor suficiente para enviar uno de mis relatos a un concurso. He aprendido lo básico sobre el funcionamiento de Twitter y ahora lo utilizo para escribir las "actualizaciones del dragón"; en las últimas dos semanas mi número de seguidores en Twitter se ha duplicado, creo que el dragón gusta. Durante las vacaciones he escrito menos de lo que me habría gustado, pero he aprovechado el tiempo para leer y he corregido dos novelas. He recibido muy buenas críticas por parte de varias personas sobre lo que llevo escrito hasta el momento. Ah, ¿y te he dicho que soy feliz?

No me he olvidado de ti. Han pasado diez días desde que vine a dejarte un trocito más de Thèramon. Tampoco es que haya estado desaparecida un mes. Han sido diez días muy intensos. He estado muy ocupada viviendo y disfrutando, después de tantos meses de solo vegetar. Pero te he tenido presente en todo momento. Porque sin ti este blog y todo lo que voy haciendo no tendría sentido. Así que no te olvides tú tampoco de Thèramon, ni te olvides de mí.

Hoy mi hermanita me ha esrito un mensaje. "Llevo ya tres días entrando cada dos por tres a ver si ya habías colgado algo y estoy de los nervios. Necesito mi dosis". Como en los viejos tiempos. Así que aquí está, la dosis de Sara, con mis disculpas por tenerte de los nervios y todo mi amor, mi niña. Espero que disfrutes del pedacito de hoy. Y recuerda que nunca me olvido de ti.

**********

© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)

Sombras y Notas (VI)

"El interior del castillo era lóbrego y ruinoso, pero el muchacho parecía conocerlo bien y no permanecieron en él mucho tiempo. Salieron a la ciudadela por una ventana después de comprobar que no había nadie a la vista y echaron a correr, alejándose del castillo. Ya podían ver a lo lejos las siluetas de las torres del castillo de Cornell recortadas contra un cielo sin estrellas. Silenia se detuvo bruscamente. El muchacho tiró de ella, pero la niña no se movió.
—¿Qué sucede? —le preguntó, volviéndose a mirarla.
—Vamos en dirección este —dijo Silenia. El muchacho asintió con la cabeza—. Vamos mal. El arco se encuentra al noroeste. El único arco abierto en la muralla. No hay salida por aquí.
—Confía en mí, princesa. Te aseguro que vamos en la dirección correcta. El castillo de tu padre se encuentra al noreste de aquí, y es al castillo de tu padre adonde queremos llegar, ¿no es cierto?
Silenia movió la cabeza.
—Escuchad, yo no conozco la ciudad. Nunca he salido de la Sección Mersha. De hecho, lo único que conozco bien es el Laberinto, y el edificio de los Archivos. Pero conozco la muralla, y sé que ésta sólo tiene una puerta.
El muchacho la miró sonriendo. Las sombras de la noche se retiraban con pereza, anunciando la inminente aparición de Plio, y empezaba a poder ver con claridad su rostro de niña hermosa.
—Es cierto —asintió—. Sólo hay una puerta. Un arco, en realidad. Abierto todo el tiempo, y no vigilado por Guardias. De cada arco parte una Calle Real, y cada Calle Real va a morir en la Plaza del Encuentro. ¿Eso es lo que te han enseñado tus preceptores?
—Conozco la historia de la ciudad, así como su geografía —asintió Silenia—. Y conozco sus murallas —insistió con terquedad.
—Bien, pero yo conozco sus calles, y sus atajos. No necesitamos bajar hasta la Plaza del Encuentro y volver a subir, nos llevaría demasiado tiempo. Hay formas de saltar la muralla, hay caminos abiertos en ella. No te ofendas, princesa, pero has aprendido con libros de historia anticuados. Te he prometido que te llevaría en menos de una hora, y eso es lo que haré. Tienes que confiar en mí.
Ahora que las sombras se retiraban, Silenia podía ver mejor el rostro del muchacho. Su sonrisa le hacía parecer más joven de lo que sin duda era. Se le veía seguro de sí mismo, y honesto. No era ningún chiquillo jugando a los exploradores.
—Confío en vos, señor —le aseguró.
Räel Polita era distinta vista desde el Corredor. Cuando uno corría por sus calles, descubría detalles de su geografía que no podían distinguirse desde lo alto de la muralla. Habían transcurrido cientos de años desde que las cinco pequeñas ciudades se unieran para formar una sola. Las antiguas murallas, despojadas de su función defensiva, se habían convertido en un obstáculo incómodo para los Raelitaro, los cuales se habían dedicado a modificar su estructura para su propia comodidad. Existían más arcos, puertas e incluso caminos despejados entre los restos de las viejas murallas derruidas de los que se podían adivinar mirando desde arriba. Pronto se encontraron en la Sección Mersha, y los primeros rayos de Plio aún no asomaban por el horizonte.
El muchacho se detuvo a tomar aliento.
—¿Y bien? —preguntó. Como Silenia le mirase con expresión de desconcierto, él señaló hacia delante con una mano—. Ahí está el Fuerte de los Caballeros, y tras él la puerta de entrada a tu castillo. ¿Se te ocurre cómo podríamos atravesar el patio lleno de soldados sin ser vistos?
Esta vez le tocó a Silenia el turno de sonreír.
—El Fuerte no es el único modo de acceder al castillo —dijo, con aire de entendida—. Hay otra puerta, señor. De hecho, cada vez que he salido a la ciudadela he utilizado esa otra puerta. Pero está vigilada día y noche. Me temo que no podré entrar por allí, si no deseo ser descubierta.
Por primera vez, el rostro del muchacho mostró desconcierto y desánimo.
—Entonces, no ha servido de nada —dijo en voz baja—. ¿Me has seguido hasta aquí sabiendo que no podrías entrar en el castillo?
La sonrisa de Silenia se acentuó.
—Sabía que podría entrar —le aseguró—. Y necesitaré vuestra ayuda para hacerlo. Me habéis enseñado mucho esta noche. Ahora sé que no hay ningún obstáculo insalvable. Sé exactamente por dónde debemos entrar. Y no es por ahí.
Movió la cabeza en dirección a la puerta doble del Fuerte.
—Veréis, ahora estamos en mi terreno —le explicó con una expresión algo traviesa—. Como os he dicho, conozco bien la muralla, porque la recorro a diario, mirando hacia abajo. Hay cosas que no se pueden ver desde las alturas, y otras que sólo se pueden descubrir de ese modo. Puedo llegar a mis habitaciones desde los jardines. No se me habría ocurrido pensarlo, ya que el muro es alto, pero los muros no son un obstáculo para vos, ¿no es cierto?
Le guiñó un ojo, y el muchacho la miró con la boca abierta a causa de la sorpresa.
—Adelante, caballero, llevadme hasta mi castillo —le pidió ella con dulzura.
El muchacho se sonrojó.
Las primeras luces del día les encontraron en los jardines, subidos a un árbol frente a un gran ventanal. Silenia sólo tendría que saltar desde una rama y se encontraría dentro del castillo, a pocos metros de sus habitaciones.
—Ha sido una aventura estupenda —dijo Silenia, mirándole con gratitud y simpatía—. Me habéis ayudado mucho. No lo habría conseguido sin vos. ¿Por qué lo habéis hecho?
El muchacho la miró. Por primera vez desde que se habían encontrado podía verla perfectamente. De noche era bella. A la luz del primer amanecer, era hermosa como una criatura inmortal. Sonrió.
—Si has hecho tanto por ver a los Dragones Cisne, debes amarlos. Y cualquier amigo de los dragones es amigo mío.
Silenia deseó quedarse más tiempo hablando con él. Le había oído decir varias cosas que la habían intrigado. Pero era tarde, y se estaba arriesgando mucho al demorar tanto la despedida.
—Las Colonias no son un buen lugar par alguien como tú —susurró él—. Tu juventud y tus modales no pasan desapercibidos. Si se te ocurre hacer otra escapada, cuida mejor tu aspecto y tu forma de hablar, princesa.
Otra escapada. Había quedado claro que no podría regresar sin ayuda.
—¿A qué os referís? —preguntó, extrañada.
—A eso —el muchacho señaló la boca de la niña—. Hablas como los nobles. Si quieres pasar desapercibida y mezclarte con el pueblo, escucha hablar al pueblo.
Ella se ruborizó un poco. No tenía ocasión de escuchar al pueblo. Pero entendía lo que él quería decir. Miró su ventana. Los pájaros más madrugadores saludaban al nuevo día.
—Tengo que ver a los dragones —susurró, casi era un ruego.
—Dentro de unos años te permitirán salir y podrás verlos a la luz del día.
Silenia sacudió la cabeza y clavó sus ojos dorados en los de él, azules como el cielo de la tarde.
—No puedo esperar —rogó esta vez.
El muchacho la miró con atención. Parecía tan frágil, tan sola. Había súplica en sus ojos. Deseó abrazarla y darle consuelo. Por fin, esbozó una sonrisa y movió la cabeza.
—Te acompañaré, princesa.
Su decisión alegró enormemente a Silenia, hasta que se acordó de su promesa. No debía compartir con nadie su secreto. Le miró con tristeza.
—Debo ir sola.
Él se encogió de hombros, sin perder la sonrisa.
—Te acompañaré hasta el lugar en el que podrás verlos y te dejaré a solas con ellos —prometió—. Después te traeré de vuelta.
El rostro de Silenia se encendió. El corazón del muchacho también.
—¿Lo haríais?
—Lo haré.
Silenia pensó un segundo.
—¿Esta noche? —pidió—. ¿Me esperaréis junto a la puerta secreta? Saldré por allí.
—Allí estaré, Silenia, hija de Cornell —asintió el muchacho. Se llevó un puño cerrado a la frente y después al pecho.
Silenia saltó desde la rama y corrió hasta su habitación. El fuego de la chimenea estaba apagado, nadie había entrado todavía. Se asomó a la ventana y le miró por última vez. El muchacho descendió del árbol, atravesó corriendo el jardín y saltó el muro, y Silenia no le vio desaparecer por las calles de la ciudad. Buscó su camisón, se desvistió, descubrió que no le había devuelto la pelliza y la escondió entre las sábanas. Enseguida se metió en la cama y se durmió escuchando el canto de las aves, y un segundo antes de caer en el sueño se acordó de que no le había preguntado su nombre."

viernes, 7 de septiembre de 2012

¿Confías en mí?

Y siguen los cambios...
El entusiasmo que compartí contigo la última vez que me asomé a este lugar no se ha agotado, al contrario, crece cada día, y mi sonrisa perenne no hace más que acarrearme cosas buenas. Proyectos, encuentros, noticias, sorpresas, están pasando muchas cosas estupendas y mi mundo se está estabilizando. Vuelvo a escribir, y si pudieras ver lo que la Musa está haciendo con la novela que he retomado, te quedarías tan maravillado como yo. ¿Dices que te gusta la historia que vas leyendo en este blog? Pues la que tengo entre manos es infinitamente mejor. La prosa, uf, la prosa es una delicia: poética y evocadora, musical, onírica, como en la narración de El Origen de Thèramon, y al mismo tiempo atrayente y visual, directa, sencilla, como en el relato de Ógod, el Paladín de los dioses. Me gustaría decir que adictiva, emocionante y por momentos divertida, y siempre épica, pero no soy la más indicada para hacer una opinión de este tipo, no soy imparcial. Sin embargo puedo decirte esto porque he recibido la opinión de mis dos Lectores Cero, y ambos han coincidido en su valoración de los dos primeros capítulos. Si quieres un día de éstos te traigo sus opiniones, para que veas que no estoy exagerando.
Me siento muy bien. Viva. Llena de energía. Llena de Luz. Siento que empiezo a ser la diosa creadora de mundos en la que prometí convertirme. He vencido a la Sombra, me he deshecho de la influencia destructiva de Skadûr, y ahora todo está bien. Las cosas  vuelven a estar en su sitio, ya no hay bloqueo, ya no hay miedo ni tristeza, ahora sólo hay esperanza y mucho amor.
Tiempo y fe, te lo digo siempre. Nada puede torcer el destino, aunque algunas cosas puedan apartarte del camino y demorar la llegada de ese futuro que una vez viste en el interior de Miraphora, la Ventana del Tiempo.
Así que ama y cree, siempre. Porque todos los sueños se cumplen. Incluso los que parecen imposibles.
Confía en mí.

Como Silenia confió en el desconocido que prometió llevarla de vuelta a su castillo antes del primer amanecer.
¿Recuerdas el último capítulo? Espero que sí, porque hoy te dejo la continuación sin ofrecerte un resumen. Si te has perdido, siempre puedes volver a leer las entradas antiguas, para volver a coger el hilo de esta historia y continuar haciendo el viaje a mi lado. No tengo prisa, te espero si quieres. Coge mi mano, no volveré a fallarte. ¿Confías en mí?

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© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)

Sombras y Notas (V)

El muchacho agarró la cuerda con ambas manos; en una sostenía el grueso de la soga, con la otra la balanceó. El objeto metálico se movió en el extremo. Entonces el muchacho lanzó la cuerda hacia lo alto, no hacia la muralla sino hacia la misma torre, con un gesto cientos de veces practicado; el garfio se enganchó en algún lugar, pero Silenia no supo decir dónde a causa de la oscuridad que se retiraba sin prisas. El muchacho le rodeó la cintura con un brazo, sin pedirle permiso ni disculpas, y aferró la cuerda con su mano libre; enroscó la soga a su muñeca, tomó impulso y saltó. Silenia, demasiado desconcertada como para reprocharle su exceso de confianza para con la hija de un rey, se encontró de pronto volando sobre las aguas negras del foso, y escondió su rostro en el pecho del muchacho para no gritar de miedo. Pensó que iban a estrellarse contra la muralla, y que caerían inconscientes al foso, donde serían devorados por los peces comedores de carne. El muchacho adelantó los pies y frenó con ellos su vertiginoso avance. Silenia le oyó susurrar:
—Ahora agárrate con fuerza a mí, princesa; necesito ambas manos para trepar por la cuerda.
Silenia lo hizo. Se abrazó a él como a un viejo amigo, y notó los rápidos latidos del corazón del muchacho. Se preguntó si él tendría tanto miedo como ella. Se preguntó si él habría trepado por la cuerda otras veces. Se preguntó si una cuerda tan delgada soportaría el peso de ambos sin romperse. El miedo no la dejaba hablar, y se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados para que no se le escaparan las lágrimas.
—Lo estás haciendo muy bien, princesa —le oyó decir en voz baja.
Silenia abrió los ojos y sólo vio la garganta del muchacho. Alzó la cara y se sorprendió cuando vio que él sonreía; a pesar del esfuerzo, a pesar de que todos sus músculos estaban en tensión, incluso los del rostro, conservaba la sonrisa. O estaba muy seguro de sí mismo, o era un loco. Ella había confiado en él, había puesto su vida y su seguridad en sus manos. No dudaba de ese muchacho. Apretó la mejilla contra su pecho y escuchó su corazón.
Muchos metros más arriba, la princesa se atrevió a mirar si había soldados en el camino de ronda, y descubrió que no ascendían por la muralla, sino por la misma torre. El garfio se había enganchado en alguna especie de ventana, acaso una aspillera o una saetera. El muchacho pretendía entrar en la torre del castillo abandonado por una abertura poco más ancha que la hoja de un cuchillo. Silenia tembló.
El muchacho detuvo su ascenso. Podía sentir sobre su pecho los latidos del corazón de la niña, y su respiración agitada. Estaba asustada; no podía saber que él había hecho aquello cientos de veces, que nunca había resbalado ni pensado que la cuerda podría romperse y él precipitarse al foso, que jamás le habían descubierto. Quedó colgado sobre las aguas unos instantes y miró a la niña, preocupado, para cerciorarse de que se encontraba bien. Deseó acariciarle la cabeza, abrazarla y decirle que estuviera tranquila, pero no quiso soltar sus manos de la cuerda. Tampoco se atrevía a susurrarle alguna palabra de ánimo, porque podrían descubrirles en aquel denso silencio. La vio sonreír y pensó que, aunque asustada, era valiente. Movió la cabeza en un gesto de ánimo y miró hacia la muralla. El soldado de la Guardia alcanzó el costado de la torre, miró desde el parapeto y se dio la vuelta.
Ascendieron cuando el vigilante se hubo alejado unos cuarenta metros. Ágil y silencioso como una araña, el muchacho apoyaba los pies en el muro y trepaba con la princesa fuertemente abrazada a su cuerpo. Le gustaba sentirla tan cerca, a pesar de que acababa de conocerla y nada sabía de ella salvo su nombre. El amanecer se acercaba, no podía quedarse allí contemplándola. Redobló sus esfuerzos. No era momento para perderse en sueños.
Pronto llegaron a un vano. Tiempo atrás había sido una aspillera, pero en algún momento varias piedras se habían desprendido del muro y ahora existía una ventana lo suficientemente grande para que un muchacho de su complexión entrara por ella. Aferrado con una mano a la cuerda, usó la otra para alcanzar el ventanuco, se apoyó en el borde con cuidado de no aplastar a la niña, soltó la cuerda, comprobó que se sostenía sin riesgo de caer y cogió a la princesa por la cintura mientras ésta se desasía de él y se agarraba al hueco, al que trepó después con asombrosa agilidad. Entró por el agujero detrás de ella, desenganchó el garfio y guardó éste y la cuerda en su bolsa de cuero. Intercambiaron una sonrisa y se asomaron a la ventana. Ya no podían ver la muralla. Se sentaron en el suelo a recuperar el aliento.
—Por un momento pensé que no lo conseguiríamos —susurró Silenia, y le dirigió una mirada llena de respeto y admiración—. Debo decir que me equivoqué con vos, sois un hombre sorprendente. Os doy las gracias.
—No lo habríamos conseguido si no me hubieras ayudado tanto, princesa —dijo él, ruborizado de placer—. Eres muy valiente.
—¿Yo os he ayudado? —se extrañó Silenia, aunque se sentía complacida por sus palabras—. Sois vos quien ha trepado conmigo a cuestas, yo sólo me he agarrado a vos y no he tenido que hacer ningún esfuerzo.
—No te has dejado llevar por el pánico, lo que habría hecho que nos descubrieran, ni te has puesto nerviosa, evitando así que cayéramos los dos —explicó él—. Lo has hecho muy bien. Tu padre estaría muy orgulloso de ti.
El rostro de Silenia se ensombreció.
—No es cierto —dijo con tristeza—. Mi padre se enojaría mucho conmigo si descubriera que he salido de la ciudad antes de la edad permitida y sin un Paladim, incumpliendo así las dos leyes más importantes.
El muchacho la miró sin comprender.
—La Ley dice que todos los nobles deben ir acompañados por uno o varios soldados, que cumplen la función de Protectores —explicó la niña—. Debo esperar a cumplir quince años para que se me permita salir de la ciudad por primera vez, y debo elegir a mi Protector, entregarle la Insignia que yo misma habré bordado y hacer un pacto con él. Hasta entonces, cada vez que salga del castillo he de ir acompañada por el aya, que lleva dos Paladim para que velen por nosotras.
—¿Qué requisitos debe cumplir un soldado para ser elegido como Protector? — quiso saber el muchacho.
Silenia tenía la mirada puesta en la ventana.
—Tal vez os lo cuente en otra ocasión — dijo—. Empieza a clarear, no podemos perder más tiempo. Me habéis devuelto a la ciudad antes del alba, pero eso no es suficiente. Debo volver al castillo. ¿Querréis seguir ayudándome?
El muchacho sacudió la cabeza.
—Por supuesto que sí, princesa —miró por la ventana y pensó durante un momento—. Disponemos de una hora, más o menos. Y no hay Guardias que custodien los arcos de entrada a las distintas Secciones. Podemos conseguirlo. Podremos llegar sin ser vistos a la Sección Mersha.
Silenia no compartía su entusiasmo.
—Räel Polita es muy grande; tardaremos más de una hora en atravesarla.
El muchacho sonrió.
—Menos, si tomamos un par de atajos —dijo, y le guiñó un ojo—. Confía en mí.
Se puso en pie. Silenia se estremeció.
—¿Vamos a entrar en el castillo del Espectro? —preguntó, asustada, recordando las historias de fantasmas que había oído contar.
—Es la forma de bajar a la ciudad —asintió él.
Silenia se puso en pie, se apartó de la ventana y vio que el interior de la torre estaba oscuro como boca de lobo.
—Dicen que hay fantasmas —susurró.
Le oyó reír en voz baja.
—Ahora os burláis de mí —protestó. Por primera vez desde que se habían encontrado pareció una niña pequeña.
El muchacho se acercó a ella.
—A ver si lo entiendo —dijo—: has salido de la ciudad por una puerta secreta que no puedo imaginar de dónde arranca ni por qué caminos discurre, has cruzado las Colonias sin miedo a los ladrones y has vagado toda la noche sola, ¿y te asustas ahora de fantasmas que no existen? —sacudió la cabeza.
—¿De veras creéis que no existen?
—Yo nunca los he visto —el muchacho se encogió de hombros—. Y te aseguro que he entrado muchas veces. Confía en mí, no tenemos mucho tiempo.
Silenia confió en él.

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Por Susana © Registrado por Bea Magaña

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