EL
OSO Y EL DRAGÓN (I)
©Bea Magaña. Reservados todos los derechos.
Llegaba
el crepúsculo y la tormenta arreciaba. El viento helado que soplaba
desde las montañas le dañaba los ojos, haciéndole lagrimear, pero
Brend no se acobardó ni se dejó vencer por el cansancio. Ignoraba
cuántos días más tendría que continuar caminando a través de
aquella vasta llanura congelada, y tampoco sabía si conseguiría
llegar a su destino. Había perdido la noción del tiempo, y no
estaba seguro de seguir la dirección correcta. Avanzaban despacio,
pues el peso del dragón era excesivo incluso para la fortaleza de
Rush. El enorme animal tiraba del trineo y Brend tenía que ayudarle
constantemente. El desierto se le antojaba eterno. Hacía horas que
el dragón no se movía.
Nadie
sabía a ciencia cierta cuáles eran las dimensiones del Desierto de
Hielo. Los Hijos de los Búfalos vivían al sur de éste, en las
agrestes Llanuras de Adaven, y nunca se internaban en él. Brend
ignoraba qué clase de gente moraba más allá. Xaina Dalnu era un
país muy extenso, frío y cubierto de nieve todo el año; en esas
condiciones no parecía improbable que estuviera deshabitado. No
obstante, era de todos sabido que los Albos tenían su hogar en algún
cercano a las Montañas Heladas. Eso se decía. Y Brend quería
creerlo. La única esperanza para el dragón era encontrar a los
Hijos de la Nieve. Eso pensaba Brend. El cazador no descansaría
hasta dar con ellos.
O
moriría en el intento.
Parecía
que ése era su inevitable destino, morir sin haber alcanzado el
final del desierto. Sin embargo, Brend había estado a punto de morir
una vez, y había sobrevivido al ataque del gran Oso Negro. No tenía
miedo ahora. Su decisión era más fuerte que el temor. Fatigado,
aterido y hambriento, continuó avanzando sin permitirse aciagos
pensamientos. La determinación de Rush era tan firme como la suya.
Al
inicio de su viaje, la sangre caliente y oscura del dragón había
empapado las huellas que iba dejando el trineo sobre la nieve y había
atraído a un numeroso grupo de yeinas, pero Brend las había
mantenido a distancia con sus flechas. No parecía haber carroñeros
en el interior del desierto. En realidad, no veía señales de que
nada viviera en él. El trineo se deslizaba con mayor facilidad sobre
el hielo y apenas dejaba huellas, y las que dejaba eran borradas
inmediatamente por el viento. Frente a ellos, el desierto parecía
interminable. La tormenta de nieve les azotaba y les impedía ver
hacia dónde se dirigían. El dragón había dejado de sangrar y el
cazador no dejaba de vigilarlo, preocupado. Ignoraba si aquello era
una buena señal, si era a consecuencia del frío que ya no sangrara
o una defensa que la propia criatura empleaba para sobrevivir. Le
parecía que aún respiraba. Apretó el paso, temeroso de no llegar a
tiempo.
Brend
no sabía nada sobre dragones. El que llevaba en el trineo,
malherido, era el primero que veía en su vida. Era una criatura
hermosa y magnífica, de cuerpo largo y estrecho, grandes patas
terminadas en zarpas y ojos de rubí que ahora brillaban con una luz
mortecina. Su enorme cabeza era redonda y su hocico achatado, pero
poblado de dientes afilados como los de los lobos. No parecía tener
orejas, su cuerpo estaba cubierto de escamas nacaradas, era suave al
tacto. El joven cazador desconocía su poder y se preguntaba si
resistiría ese viaje o si moriría durante el trayecto.
Hacía
días que caminaba a grandes zancadas, cubierto de pieles hasta la
nariz, sin decir una sola palabra. A veces se detenía un momento,
acariciaba la cabeza de Rush y miraba su preciosa carga. El dragón
era joven, pero lo suficientemente grande para que parte de su cuerpo
se arrastrara fuera del trineo. Le miraba con sus enormes ojos de
rubí, pero no se movía ni emitía sonido alguno. Brend volvía
entonces la vista al frente y caminaba más deprisa. No se había
atrevido a detenerse para comer ni para dormir, pero no se permitía
flaquear. Cuando sentía que le abandonaban las fuerzas, sacaba de su
morral un pedazo de cecina de venado y lo masticaba penosamente. De
vez en cuando se agachaba, cogía un puñado de nieve y se lo llevaba
a la boca. Desde que habían entrado en el desierto, conseguir un
puñado de nieve había resultado algo más difícil. La sed y el
frío habían cuarteado sus labios.
Brend
pensaba en su familia mientras daba un paso tras otro, recordaba los
rostros de sus padres y hermanos para darse ánimos, pensaba en sus
primos y primas, en sus aventuras y en las fiestas que celebraban
juntos, y el deseo de reunirse con ellos mantenía su corazón
caliente y le daba fuerzas. Su vida pasaba ante sus ojos, y sonreía
bajo la capucha de piel porque había tenido una existencia grata y
satisfactoria. Se preguntaba si volvería a ver a Namoi. Echaba de
menos el verde de los campos y el marrón de las tierras yermas, el
rojo del fuego, y la cerveza de miel de Askiven.
Volvió
a mirar los ojos del dragón. Éste le devolvió la mirada. En la
creciente oscuridad, su cuerpo escamoso se destacaba con una especie
de iridiscencia. Brend esbozó una sonrisa porque aún estaba vivo.
La lengua de Rush colgaba larga hacia el suelo, pero el animal no
daba muestras de cansancio. Brend se preguntó si los dragones podían
comunicarse con los lobos, aunque no pudieran hablar con los hombres.
Rush parecía comprender la importancia de alcanzar rápidamente las
Montañas Heladas, y concentraba toda su energía en arrastrar el
trineo. A veces aceptaba un buen pedazo de carne ahumada de manos de
Brend, y la masticaba sin dejar de trotar. El cazador se sentía muy
orgulloso de él.
Había
encontrado a Rush hacía cuatro años, durante una de sus salidas en
solitario en busca de nuevas presas y aventuras. Un animal muy grande
había atacado a la manada, y sólo había sobrevivido el cachorro,
al que Rush había cuidado y alimentado durante la noche. Después lo
había llevado a la aldea y se había enfrentado a los cazadores,
quienes se opusieron a tener un lobo blanco entre ellos. Los lobos
blancos eran asesinos, y crecían de forma monstruosa, mucho más que
los lobos grises que vivían en los cerros de Odnaven, pues eran
descendientes de Naoned, la loba cavernaria de la leyenda. Al final,
el anciano Shamán decidió que Brend y el cachorro eran hermanos de
espíritu, y nadie dudó de que las señales eran claras: el gran Oso
Negro había atacado a los dos, y ambos habían sobrevivido. Rush era
su mejor amigo. Brend habría dado la vida por defender a su lobo.
Asimismo, creía sinceramente que Rush le protegería hasta la
muerte.
No
se podía dudar de la nobleza del enorme animal. Era fuerte y
valeroso además de bello. Había sido él quien encontrara al
dragón, en realidad. Él, que había forcejeado hasta que Brend
consintió en quitarle el arnés, y había aullado hasta desgañitarse
para llamar su atención. Rush, el noble lobo blanco de mirada fiera
y amenazadoras fauces, de algún modo había convencido a Brend de
que debían desviarse de su camino. Había lamido las heridas del
dragón y había tirado del trineo con tesón, encaminándose hacia
Sibh-Eryal como si supiera lo que hacía. Brend había confiado en
Rush. Ocho días después, exhausto, hambriento y enfebrecido, y tal
vez perdido en mitad del desierto, seguía confiando en él.
Brend
era hijo de cazadores, y había sido educado desde niño para seguir
los pasos de sus padres y abuelos. Amaba la nieve, la caza, el riesgo
y la aventura, y siempre estaba dispuesto a salir, acompañado o
solo, en busca de nuevas presas. A los catorce años se había unido
por primera vez a su padre y a sus tíos y, aunque no había
conseguido dar muerte al gran Búfalo Gris, se había ganado el
reconocimiento de los suyos y el respeto de los más ancianos, así
como la admiración de sus padres y la adoración de los más
jóvenes, quienes le habían convertido casi en una leyenda. A los
diecisiete años había salido de caza solo por primera vez. A los
diecinueve había encontrado a Rush. A los veinte se había
enamorado.
Y
ahora corría sin saberlo a encontrarse con su destino, con su lobo
adulto a un lado y un dragón moribundo a sus espaldas, y sólo
pensaba en Askiven y en su adorada prima Namoi.
Ohhh mi dragoncita que bonita historia .Me encanta leerte por que tus historias hacen soñar.
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ResponderEliminarMe ha encantado!! Es precioso. Felicidades!!!
ResponderEliminarBesazos
Geniallll.....que chulo....mas escribe mas....tqm
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