domingo, 25 de septiembre de 2011

Thèramon. El origen (IV). El heredero del reino del crepúsculo

Queridos compañeros de viaje:
Tras dos largas semanas de silencio, vuelvo a vosotros con una nueva entrega de lo que algunos han definido como Blog Novela, expresión que al principio me extrañó y me sorprendió a partes iguales, pero que empieza a parecerme apropiada. Pues de momento parece que he dejado de lado las otras Historias de Thèramon para centrarme en ésta, la que narra los acontecimientos que provocaron la creación de Thèramon. ¡Y yo que pensaba haceros una especie de resumen, en forma de relato, eso sí, y estoy consiguiendo escribir lo que podría ser una novela por sí misma!
Esto del copiar y pegar no está resultando una tarea sencilla. Ni siquiera se trata de copiar y pegar, literalmente hablando, ya os he comentado que estoy haciendo un trabajo de compilación y reescritura, y me está llevando más tiempo del que me gustaría. Cada párrafo ya existente me sugiere otros nuevos, la historia que ya tenía vida se va transformando en una historia más completa y más compleja aún, y descubro a los personajes a los que tan bien conozco haciendo cosas que antes de este año ni siquiera habría imaginado. Pero todo tiene sentido, cuando termino de leer el último capítulo que voy a subir al blog y echo un vistazo a mis escasas notas. La segunda Era de Thèramon se llama la Era de Oreal. Y ahora comprendo más cosas.
Quiero agradecer a todos los que dejáis vuestros comentarios y opiniones, tanto aquí como en la página de facebook, vuestras sugerencias son como semillas que entre todos vamos plantando en la superficie de Thèramon, y me encanta comprobar que están floreciendo y dando sus frutos. Sin vosotros, sería más difícil hacer este viaje.
Gracias a Jordi por sus aportaciones; compañero, tienes una imaginación asombrosa, y yo el favor de los dioses al contar con tu ayuda y tu inspiración. Thèramon te ama, y te debe más de lo que puedes llegar a imaginar. Gracias por dedicarme fragmentos de tu tiempo, y espero que Oreal esté a la altura de la idea que tuviste a bien compartir conmigo y con mis Musas.
Gracias en especial a Susana y a su blog Fantastic Wonderland, por el vídeo-blog que nos ha dedicado a Thèramon y a mí. No dejas de sorprenderme, prima, y ni con todo mi afecto puedo pagar lo muchísimo que haces por mí. No sé si lo merezco, pero lo agradezco, tenlo por seguro.
—Y ahora, Bea, deja de ponerte ñoña y da paso al capítulo, antes de que se te duerma el personal.
—Disculpadme, Musas, no era mi intención robaros protagonismo. Sea, pues, mostremos al mundo vuestro trabajo. Y que el mundo opine.

© Bea Magaña
(Reservados todos los derechos)

EL HEREDERO DEL REINO DEL CREPÚSCULO

"Pero las primeras estrellas no habían nacido todavía, y aún tardarían en aparecer, pues no era su destino ser creadas, sino que habrían de surgir del dolor y de la pérdida; y los heryshi que moraban en Wad Ras no conocían tales sentimientos, del mismo modo que ignoraban lo que era el miedo, pues nunca habían visto otra cosa que vida y belleza, ni sentían más que amor y deseos de crear. Tan sólo Ergin e Itposani sabían de la futura amenaza que se cernía sobre su mundo, sólo ellos dos tenían conciencia de la existencia del enemigo sin rostro al que la Diosa Hechicera había entrevisto en sus sueños proféticos; y como no estaban seguros de que esos sueños fueran a cumplirse, habían decidido no compartir su secreto con los demás, pues no tenían motivos reales para provocar la alarma, ni deseaban ver alterada la paz y la dicha de la cual se nutrían.
      Wad Ras era un mundo tan perfecto y tan lleno de poder y de vida que brillaba con luz propia, y no importaba el momento que fuese, en su superficie nunca existía la oscuridad. Las flores, los árboles, las rocas mismas emitían un suave resplandor que se intensificaba al contacto de las manos de los Sagrados; las aguas parecían estar hechas de miles de diamantes, como si reflejaran la luz de una luna que nadie había soñado todavía; incluso la tierra se iluminaba al paso de los dioses, mostrando así su regocijo. Por no hablar del laberinto que Enlil había diseñado pensando en sus futuros hijos, donde las bellas y delicadas flores coloreaban los setos entre los que zumbaban las luciérnagas, y cada estatua relucía como si estuviera viva, tallada en mármol, en jaspe, en cristal de cuarzo, en oro y plata, en lapislázuli y topacio, en granate, en amatista, y acabadas todas ellas con el toque especial del heryshi que las había imaginado y cincelado.
      Pero era el Palacio Encantado de los Dioses la más bella y radiante de todas las creaciones de Ergin y de Enlil, hecho enteramente de marfil y de cristal, imponente y soberbio, majestuoso, una auténtica fortaleza tan maravillosamente decorada que resultaba una delicia para la vista; cada torre, cada balaustrada, cada cúpula, cada puente era por sí solo una obra de arte, tan delicada que parecía ir a romperse en pedazos al más mínimo toque. Pero recia, indestructible, porque el poder de los heryshi que habitaban en su interior había impregnado cada centímetro de su superficie. Y como era allí donde se concentraba todo el poder de los dioses, era su resplandor el más intenso, y el que nunca se apagaba, y de este modo Wad Ras era un mundo cálido y luminoso en el que no se lamentaba la ausencia de un sol en las alturas.
      Pero si uno miraba hacia los cielos, no veía más que negrura; si acaso, forzando la vista y mirando muy a lo lejos, se llegaba a distinguir un tenue brillo solitario, que delataba la existencia de otro mundo habitado por Sagrados, inalcanzable incluso para el pensamiento. Wad Ras existía en un crepúsculo continuo, y no había diferencias entre el día y la noche, pues los eternos no se preocupan por tales cosas.
      ¿Quién puede echar de menos lo que nunca ha conocido? ¿Quién necesita un sol que ilumine su camino, cuando el camino se ilumina a su paso? ¿Quién siente el impulso de mirar al cielo, cuando toda la belleza imaginable se encuentra a su alrededor?
       Si acaso aquéllos que sólo han conocido la oscuridad, pues es la sustancia de la que están hechos, y han aprendido a odiarla, porque tampoco son capaces de sentir otra cosa que odio. Aquéllos que, como Nepritel, habían percibido un atisbo de la Luz que podía llegar a existir, y se habían sentido cegados por ella, y la habían codiciado. Por eso Skadûr viajaba a través de Viorel apagando las luces pequeñas que se encontraba a su paso, y no lamentaba su desaparición, porque no eran la que había despertado su deseo, y por ello las odiaba. Y en lugar de observar la labor de los heryshi y aprender de ellos, los envolvía en su sombra y los eliminaba, pues observarlos le provocaba un gran dolor; los Sagrados habían nacido con un don del que él carecía, un don que había intentado robarles sin éxito, un don que él envidiaba por encima de todas las cosas, sin saber que el único lugar en el que podría encontrarlo era su propio corazón, pues había nacido solo y no había tenido quien le guiara, y no sabía que todos los seres nacen con la capacidad para crear.
      Ahora bien, mientras en la inmensidad del universo se sucedían la creación y la destrucción, en Wad Ras había uno que soñaba con la Luz, uno que por nacimiento era considerado el heredero de ese reino que latía con vida propia bajo un cielo inanimado y, a su parecer, ominoso. Uno que había visto en su corazón los recuerdos que dormitaban en las mentes de sus progenitores, memorias de la Primera Diosa, quien todo lo había visto antes de que Berindei fuera transformado en una inmensidad llena de vida. Uno que había tenido una visión de lo que su padre no llegaría a contemplar jamás, el rostro de un mortal en cuyos ojos se reflejaba la luz dorada de un astro que surcaba los cielos de color azul claro, marcando con su trayectoria el paso del tiempo que tan poca importancia tenía para los que están destinados a vivir para siempre.
      Eshor era su nombre, y había sido el primero de los nacidos de la simiente de los heryshi, hijo único de Ergin y de Disuria, la de los ojos llenos de luz. Amado no sólo por sus padres, sino por todos los Primeros Sagrados surgidos de las profundidades de Berindei, era considerado el más hermoso representante de una nueva generación de seres divinos, los addimantol, hijos de los primeros dioses, nacidos del amor y del júbilo. Y era hermoso, en realidad, un joven esbelto de piel alabastrina y cabellos plateados, con unos resplandecientes ojos de color violeta semejantes a los de su padre y unos rasgos que parecían cincelados por el más diestro de los artistas. De mirada melancólica y sonrisa dulce, su voz tenía la frescura y la musicalidad del agua que brota de los manantiales y corre alegre río abajo en busca del mar profundo y enigmático. Y esa voz que todos amaban llenaba el aire con sus cantos, rivalizando con los trinos de las aves que gustaban de posarse en las ramas de los delgados árboles que señalaban el comienzo del bosque que Neera había llenado de criaturas hermosas para deleite de sus congéneres.
      Dos cosas amaba Eshor por encima de todo lo demás: los caballos, y la música. Era frecuente verle en un claro del bosque, de pie entre una manada de esos animales imponentes y regios, cantándoles con su voz cristalina y burbujeante, mientras acariciaba sus largas crines y se preguntaba si algún día se atrevería a montar sobre uno de ellos. Pues parecían haber sido creados con tal propósito, aunque a Eshor le pareciera una falta de respeto preguntarles si se sentirían honrados de llevarle sobre su lomo o si, por el contrario, la simple idea les ofendería, pues eran tan nobles y tan leales que no deseaba lastimar su orgullo tratándolos como a seres inferiores, simples bestias de carga.
      Mas no sería él el primero en cabalgar a través de las verdes praderas de Wad Ras, sino otro más osado y de talante aventurero: Halod, su primo amado, su más leal amigo, el primogénito de Enlil y de Itposani, el joven addim cuyos ojos dorados, al igual que los de su madre, siempre estaban puestos más allá, en el horizonte, en lo desconocido; un joven nervudo y atlético de cabellos claros y mirada penetrante que disfrutaba viajando y explorando, y al que raramente se le podía encontrar entre las paredes del Palacio Encantado, cuyos secretos había conseguido descifrar a una edad muy temprana.
      Pero no fue por su arrojo por lo que Halod habría de convertirse en el primer jinete de Wad Ras. Ciertamente, Eshor se olvidó de los caballos y del mundo que le rodeaba cuando vio a Ariiama por primera vez.
      La descubrió en el interior del laberinto construido con setos y habitado por estatuas, una joven addim sentada en el borde de una fuente adornada con tallas de criaturas que no existían más allá de la imaginación del heryshi que les había dado forma, pero que eran muy reales para todos los Sagrados que las habían contemplado alguna vez. Mujeres con cola de pez, las llamaba Eshor, porque no tenía un nombre mejor para darles; aquélla había sido la aportación de Traytum a la obra de Ergin y, si el dios de las Aguas Profundas les había dado un nombre, no lo había compartido con nadie. Sentada junto a ellas, Ariiama parecía formar parte de la escultura. Y así es como la vio Eshor la primera vez, cantándoles a las aguas una triste laudana que le llegó inmediatamente al corazón, pues reflejaba sus propios sentimientos:

      He soñado con aguas azules,
reflejo de un cielo amistoso
enamorado del mar,
he visto bailar sobre las aguas
perlas de luz cálida
a lo largo de un día radiante
que espera con melancolía
la llegada del crepúsculo.
      Pero sólo veo aguas oscuras,
reflejo de un cielo negro
que no conoce el amanecer,
y vivo contemplando el crepúsculo
mientras espero con melancolía
algo que no sé nombrar,
pues me temo que no exista
más allá de mis sueños.

      Eshor amaba Wad Ras con todo su corazón, pues era la creación de su padre, una obra surgida del amor y del deseo, como él mismo. Cada rincón de su mundo latía de vida y brillaba con luz propia, y el aire estaba tan cargado de júbilo que no existían motivos para la tristeza, como no los había para la ira. Pero él poseía un espíritu soñador y melancólico, y cada vez que miraba al horizonte se entristecía, pues el cielo no brillaba contagiado del esplendor de la tierra, y siempre mostraba el mismo rostro, oscuro e inerte como debía de haber sido el Vacío antes de su transformación.
      De este modo, cuando escuchó cantar a Ariiama, se sintió comprendido y se llenó de entusiasmo, porque las palabras de la joven le habían inspirado; y quiso conocer a aquel espíritu afín, y compartir con ella el sueño que vivía en su corazón.
      —Oreal —dijo entonces en voz alta, sorprendiendo a la joven, quien dejó de cantar y se puso en pie, sobresaltada—. Lo que sueñas es Oreal.
      Y aunque no había amenaza en su tono de voz, la joven Ariiama cayó de rodillas sobre la hierba y humilló la cabeza ante su príncipe, convencida de que su canto le había ofendido. Pues Eshor había pronunciado una palabra que ella no había escuchado antes, y sonaba llena de poder, y a ella se le antojó una advertencia.
      —Mi señor —susurró, sin atreverse a mirarle—, perdóname, te lo ruego. Sé que soy una desagradecida, pues tengo la fortuna de vivir en el mundo más perfecto de cuantos han sido creados y no sé valorarlo como debiera. No tengas en cuenta mis absurdos sueños convertidos en canción, olvida las palabras que has escuchado y yo prometo no volver a repetirlas. Te lo suplico, no permitas que mi locura se convierta en la vergüenza de mi padre ni que ocasione su ruina.
      Ante esta petición, Eshor no respondió sino con una risa suave, y veloz como el pensamiento se acercó a la joven y se arrodilló frente a ella, sorprendiéndola de nuevo al hablarle con su voz cristalina y musical.
      —Oreal es la Luz que aún no ha nacido, una Luz que nuestros padres no conocen pero que nosotros, los addimantol, llegaremos a ver, pues estamos destinados a llegar más lejos que los Primeros Nacidos, y a conocer lo que Tiere imaginó en los sueños que sucedieron a aquéllos en los que vio la llegada de los heryshi. No destierres tus propios sueños al olvido, ni tus palabras al silencio, pues no es de desagradecidos desear seguir creando maravillas que enriquezcan el universo que la Diosa nos legó.
      Y Ariiama le escuchó, con la mirada perdida en el interior de sus extraños ojos violáceos, y durante mucho tiempo no se atrevió a parpadear, por no perderse aquella visión tan hermosa; y esbozó una sonrisa tímida a la que él correspondió, y ambos se sintieron presos de un hechizo, y así permanecieron largo tiempo, arrodillados junto a la fuente, mirándose en silencio, sin atreverse a tocarse pero deseándolo intensamente. Y no había un sol en el cielo que marcara el paso de las horas, pero si lo hubiera habido habría salido varias veces y se habría puesto otras tantas, y ellos dos no lo habrían advertido, ensimismados como estaban enamorándose sin necesidad de más palabras.
      Y en los ojos de Ariiama vio Eshor una imagen clara del cielo que ella había imaginado, y lo amó, y su corazón se encendió con la llama de la creación, y en secreto empezó a idear el modo de dar vida a Oreal, pues ése era el nombre que había inventado para denominar a la Luz que no procedería de su mundo, sino que lo iluminaría desde las alturas.
      Y desde entonces abandonó sus paseos en solitario y se reunió muchas veces con Ariiama, su espíritu afín, la elegida de su corazón. Y juntos soñaron en voz alta con el futuro que habría de venir, con cielos de colores claros y soles alegres que desterrarían al crepúsculo a una única hora que precedería a la salida de las estrellas que habían de nacer. Y todos los heryshi miraron con buenos ojos aquella relación, excepto uno, que no deseaba compartir a su hija preferida, y que sintió celos de Eshor, el amado de todos los dioses; pero poco o nada podía hacer Traytum para separar a aquella pareja, y al principio no trató de interferir, pues no deseaba ganarse la enemistad de Ergin, su rey.
      Entonces sucedió que algunos heryshi comenzaron a abandonar Wad Ras, llevados por su deseo de ver algo más, algo nuevo, algo que su mundo no podría darles; y Eshor sintió que la luminosidad menguaba, y se preguntó qué ocurriría si todos los Sagrados desaparecieran, y temió que el crepúsculo llegara a convertirse en una noche eterna. Y su alma tembló de angustia, pues no soportaba imaginar que un mundo tan hermoso pudiera llegar a ser tragado por las sombras.
      Así fue como su deseo le llevó a crear la más hermosa joya que jamás haya existido, una gema radiante y poderosa que marcaría para siempre el destino de todos los addimantol que en el futuro habrían de seguirle hasta un mundo nuevo que acabaría siendo conocido en todo Viorel con el nombre de Thèramon."

viernes, 9 de septiembre de 2011

Thèramon. El origen (III). Skadûr, la Oscuridad que mora en los cielos

Hoy os dejo la tercera parte del génesis de Thèramon, que me ha sorprendido mucho, por cierto, ya que tenía pensado continuar con Wad Ras y presentaros a Eshor y a Halodan, los dos pilares de nuestro mundo. Pero las Musas, amigos, siempre las Musas haciendo lo que se les antoja!! Y yo satisfecha con el resultado, y agradecida por su inspiración.

Este capítulo ha sido especialmente difícil, y creo que os va a saber a poco; sólo espero que no critiquéis la longitud del texto, si acaso el contenido. He intentado conservar el tono de los dos relatos anteriores, no sé si lo he conseguido, os toca a vosotros juzgarlo.

Os deseo un muy feliz fin de semana. Y para mí, que vuelvan la alegría y el entusiasmo de julio, que me ayudan a conservar la inspiración. Porque, como siempre digo, el amor es la fuente de toda creación, y yo deseo seguir creando. Recordad que en cada fragmento de esta historia va un pedazo de mi corazón. Cuidadlo bien, y amadlo, si consideráis que es merecedor de vuestro amor.



© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)


SKADÛR, LA OSCURIDAD QUE MORA EN LOS CIELOS



"Cuentan las antiguas laudanas que la Primera Guerra de la Sombra tuvo lugar antes de que Thèramon hubiera recibido su primer nombre, cuando los heryshi que se habían establecido en Wad Ras decidieron que el mundo en el que moraban se les había quedado pequeño ante sus enormes deseos de seguir creando.
      Esta primera guerra tuvo lugar en las inmensidades del universo que Tiere había originado, retazos del anterior Vacío que nadie había llenado de Luz todavía. Y en ella perecieron muchos de los Sagrados vástagos de Tiere, abatidos por el odio de una criatura contra la cual no habían sido prevenidos, porque ningún heryshi la había visto antes, ni siquiera en sus recuerdos, donde existían todos los pensamientos de la Diosa que les había dado la vida.
      En aquel entonces, Viorel era una negrura infinita salpicada de pequeñas esferas apenas iluminadas, incontables mundos vivos a la espera de ser descubiertos y transformados por la Luz de la creación. Algunos eran más brillantes que otros, porque en ellos los heryshi habían comenzado su labor. Pero había muchos que todavía permanecían a oscuras, ignorados e innominados, y en ellos la vida se abría camino por sus propios medios, sin un guía, sin una mano que le diera forma.
      Y se dice que fue en uno de estos mundos donde Nepritel abrió los ojos por primera vez, solo y rodeado de oscuridad. Aunque no había nadie allí que pudiera presenciar su nacimiento, y muchos dudan, incluso a día de hoy, de sus orígenes. Si se trataba de una criatura única surgida del corazón de un mundo estéril, o si fue abandonado a su suerte como un huérfano cuya llegada no había sido deseada, nadie puede decirlo con seguridad. Pero se cuenta que cuando miró a su alrededor por vez primera y vio su mundo vacío y reseco, lloró; y fue tan grande su rabia y tan profunda su desesperación que no pudo contenerlas, y se desprendió de su cuerpo, y su espíritu se elevó por los aires como una sombra que crecía a la par que su odio, y esta sombra envolvió el mundo del que había surgido, y el mundo murió por asfixia, y después se desintegró. Entonces la sombra vagó sin rumbo por el universo durante mucho tiempo, despojada de un cuerpo, carente de nombre.
      Pero un día encontró un mundo parecido al suyo, una pequeña esfera oscura y despoblada, y sintiendo nostalgia se acercó para verlo de cerca. Volvió a su cuerpo con esfuerzo, pues apenas se acordaba del aspecto que había tenido antes de convertirse en sombra, y caminó por la superficie de aquel nuevo mundo, perdido en sus escasos recuerdos, contemplando un paisaje árido e interminable en el que nada vivía. Y luego de mucho tiempo descubrió un indicio de vida, y lo observó con ojos atónitos y maravillados, y de nuevo lloró al comprender que la vida era posible incluso en el más inhóspito lugar, si se le daba tiempo para desarrollarse. Pero él no había sido paciente, y había destruido su propio mundo movido por su ignorancia. Entonces sintió celos de ese otro mundo, porque podría llegar a ser lo que ya nunca sería el suyo, y cegado por el odio lo destruyó, como había hecho antes, porque no le pertenecía.
      De este modo volvió a vagar por el espacio, convertido en Skadûr, la Sombra Sin Nombre, el Devorador de Mundos, decidido a destruir todo aquello que tuviera vida, pues nadie había insuflado el aliento de la creación en su corazón, y solamente sabía odiar.
      Los primeros heryshi que se toparon con esta criatura pensaron que era un espíritu surgido de las profundidades de Berindei al igual que ellos, a pesar de que su aspecto era diferente, en cierto modo aterrador. Pero no se escondieron de él, ni se apartaron de su camino, porque no conocían el miedo ni juzgaban el corazón de las cosas vivas por su aspecto externo. Antes bien, se acercaron a él y quisieron conocerle, y en ningún momento desconfiaron de sus intenciones, porque nunca habían tenido ocasión ni motivos para aprender lo que era la cautela.
      Y Skadûr vio en sus ojos el reflejo de una luz tan brillante y hermosa que al principio le cegó, pero se obligó a mirarla, movido por la curiosidad; y en esa luz que procedía de los recuerdos de aquéllos que habían conocido las maravillas de la vida en todo su esplendor pudo ver el paisaje lleno de colorido que conformaba el precioso tapiz que Ergin y Enlil habían tejido en Wad Ras, y todo su ser se encendió de envidia, porque lo quiso para él. Entonces trató de robar esa luz de los ojos que le observaban sin saber lo que él estaba viendo, y al no conseguirlo les envolvió en su sombra, y uno a uno fue destruyéndolos. Y no encontró resistencia, pues los heryshi no habían sido creados para luchar en una batalla, sino para dar vida a lo que su Diosa había imaginado antes de que ellos existieran.
      Desaparecidos los heryshi, su curiosidad seguía insatisfecha. Y la envidia le quemaba las entrañas. Y así, movido por sus deseos de destruir todo aquello que no podía poseer, emprendió su propia búsqueda a lo largo y ancho de Viorel, decidido a encontrar el mundo que había vislumbrado en los recuerdos de los vástagos de Tiere, a la que él no había conocido. Y a su paso sólo dejaba destrucción y oscuridad, porque ésa era la esencia de la que estaba hecho.
      Y así fue como los Sagrados conocieron lo que era el temor, y muchos de los que lograron escapar del ataque de la Sombra se refugiaron en mundos lejanos y escondidos, y se llevaron el temor a esos mundos, y sus creaciones se vieron impregnadas de ese temor. Por eso ninguno de los infinitos mundos que existen en la inmensidad del universo es tan perfecto como el que crearon Ergin y Enlil en el principio de los tiempos, ni tan puro; aunque en esos mundos sí pueden existir las criaturas que Tiere había imaginado durante su período de gestación, porque la imperfección contiene la semilla que no puede producir la divinidad.
      Y la mayoría de esos mundos se salvó de la ira de Skadûr, porque su obsesión le mantuvo concentrado en alcanzar el más perfecto de todos ellos, la Morada de los Dioses, y así pasó por alto la existencia de los que no brillaban con luz propia, y sólo a veces se detenía un momento para dedicarles una mirada de curiosidad, cuando pasaba junto a ellos, y una parte de su esencia se quedaba allí, flotando en el cielo de esos mundos, oscureciéndolos, contribuyendo a que germinara en su superficie la semilla de la malicia, que es el origen de todos los conflictos y de todo el dolor.
      Pero el Nepritel no llegó a las puertas de Wad Ras enseguida, sino que tardó una infinidad de tiempo en encontrar el camino que le conduciría hasta ese mundo que había codiciado desde el primer momento en que lo vio, reflejado en los ojos de un espíritu que en nada se le parecía. Y de este modo la Morada de los Dioses fue un lugar seguro durante mucho tiempo, y los Sagrados tuvieron una existencia dichosa y tranquila, desconocedores de la amenaza que pesaba sobre su mundo perfecto y del destino que les aguardaba, a muchos de ellos, más allá de las primeras estrellas, en un lugar que mucho más tarde sería conocido con el nombre de Thèramon."

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Por Susana © Registrado por Bea Magaña

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