martes, 18 de octubre de 2011

Un poco más de Dayna


© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)

EL EXTRAÑO QUE LLEGÓ DEL DESIERTO (II)

"Primero, la luz desapareció. No debía suceder así, pues aún era de día, y no había nubes en el cielo que pudieran ocultar al gran Aeblir hasta tragárselo y convertir el día en noche. Sin embargo, así fue como aconteció. De pronto se hizo la oscuridad, y el terror se instaló en todos los corazones. Una fría estaca de hielo se clavó en el corazón de la mujer cuando alzó los ojos al cielo y vio el resto. Algo nacía del interior de ese sol moribundo, algo pugnaba por asomar desde sus negras entrañas, algo más negro que la propia noche y más horrible que la muerte. Algo gélido que traía consigo el ardor de un fuego infernal. El aire se llenó de sollozos y de alaridos de terror, y el viento traía el olor de la guerra y de la desolación. Después, el fuego devoró el mundo. La hierba se tiñó de sangre, los ríos bajaron rojos, la tierra se convirtió en un inmenso mar de espuma carmesí, y en sus oscuras aguas de muerte flotaban millares de cadáveres de rostros atormentados y cuerpos retorcidos y mutilados. Todos los ojos parecían clavarse en ella, acusadores. ¿Quién era el responsable de todo ese horror?, quería preguntarles. Pero conocía la respuesta unánime, que siempre era la misma llenando sus oídos: Tú, tú eres la responsable. Tú, porque no hiciste nada para evitarlo.
     Despertó bañada en sudor frío y se obligó a taparse la boca con una mano para contener un gemido o un sollozo. Abrió los ojos en la oscuridad del refugio y vio cerca de ella tres bultos acostados. Sus compañeras dormían sin soñar. Eran afortunadas, pues no poseían el don que Dayna llamaba maldición. O tal vez era algo relacionado con la edad. Ella ya no era joven. Y no debería sentirse asustada por un mal sueño. Tampoco poseía el don.
    Las primeras luces del día se filtraban a través de la abertura disimulada de la ventana. El mundo estaba en completo silencio. No había gritos de dolor y de angustia, ni ruido de armas que se entrechocaban, no había batallas cercanas. No había sido real, sólo un sueño. El mismo sueño, otra vez. Pero más vívido, como si lo que auguraba estuviera más cerca de acontecer. Apartó la manta de piel y se incorporó. El interior del refugio se hallaba en penumbra, pero pudo distinguir el brillo opaco de sus armas. Las cogió sin hacer ruido y salió al exterior. Era su última jornada en el Mirador que controlaba el Paso de Sheim. Regresarían a Drinveld Meara con las manos vacías, sin haber tenido ocasión de utilizar sus armas.
    Se llamaban a sí mismas Drin Mazome, y durante siglos habían vivido en la extensa pradera que separaba el Bosque Negro de los territorios civilizados de Samura Dalnu. Eran mujeres guerreras, fuertes y valerosas, salvajes, que sobrevivían sin ayuda de los hombres y eran temidas por la mayoría de ellos, a la par que deseadas. Poseían una peculiar belleza agreste a la cual los hombres no podían resistirse. Amaban la caza y la lucha, y su pasatiempo preferido consistía en atacar a los viajeros y secuestrar a los hombres que más tarde convertirían en sus esclavos.
     El Paso de Sheim estaba desierto. Nadie había cruzado ese camino en un mes. Las ocho mujeres que vigilaban el sendero aún esperaban que sucediera algo. Dayna lo deseaba, y al mismo tiempo lo temía. Se sentó en el suelo y se dedicó a limpiar sus armas. Cuando sus compañeras despertaran, irían a relevar a las demás.
    A pesar de que corrían tiempos de paz, las Drin Mazome permanecían constantemente alerta, los ojos puestos en el oeste y en el nordeste, el oído atento, las armas a punto. Nunca bajaban la guardia, nunca se hallaban ociosas, y jamás perdían una batalla. Los Elfos Oscuros no esperaban a la guerra para salir de sus escondrijos; y esos estúpidos hombres del este podían decidir aventurarse en busca de jóvenes hermosas en cualquier momento. Si todas ellas se mantenían alerta, nadie las cogería por sorpresa; los Elfos Oscuros no les robarían a sus bebés, y los hombres del este no se llevarían a sus muchachas a sus ciudades.
    Las Drin Mazome temían en especial un ataque de los Elfos Oscuros. Éstos llegaban en la noche, sigilosos y veloces, y se llevaban a los bebés, tantos como podían. El robo de una guerrera recién nacida era una terrible pérdida para ellas, pues no eran muy numerosas y las hembras jóvenes eran un bien escaso. Perder demasiadas las condenaría a la extinción.
    Pero los Elfos Oscuros no habían dado señales de vida desde hacía muchos meses. Muchas dudaban de que volvieran a salir de sus guaridas. Algunas pensaban que habían desaparecido, que sus enemigos habían abandonado el Bosque Negro. Pero todas deseaban que no fuera cierto. El Daro Arborae parecía un bosque muerto. Y ya nadie viajaba por el camino que conducía al desierto. Decepción era el sentimiento que invadía los corazones de las ocho mujeres. Las más jóvenes habían esperado una buena pelea, o una cacería del hombre. Dayna también, por qué negarlo: luchar era parte de todas ellas, habían nacido para la guerra, y hacía demasiado tiempo que no se veían metidas en una batalla. Habían quedado atrás los buenos tiempos. Las Drin Mazome eran una raza caduca.
   Oyó ruido a sus espaldas y se volvió, espada en mano; sólo eran sus compañeras, que acababan de salir del refugio. Dayna les ofreció caldo caliente y ellas se sentaron a desayunar. Les esperaba otra jornada aburrida, la última antes de regresar a la aldea, pero hablaban entre sí como si se estuvieran preparando para una batalla espectacular. Dayna las escuchó con una media sonrisa y sintió que le ganaba la nostalgia. Ella ya no era joven. Había perdido el ardor de la juventud hacía tiempo. Hacía lo que tenía que hacer, pero para ella no era más que rutina. Si llegaba el momento de luchar, se dejaría la piel, y sobreviviría; dudaba de que sus jóvenes compañeras salieran con vida de una cruenta guerra, aunque sin duda ellas la disfrutarían. ¿Alguna vez había sido tan joven, tan llena de deseo y de energía? Volvió su mirada al norte y esbozó una sonrisa triste. Lo había sido. El Paso de Sheim había sido su última gran aventura.
    —¿Crees que será hoy? —le preguntó una muchacha de cabello oscuro y despeinado. Tenía dieciséis años.
    Dayna la miró.
    —Lane cree que hoy sucederá algo —explicó una segunda joven. Era alta y tenía el cabello corto. Aún no había cumplido diecisiete años—. Se ha despertado con esa sensación.
    —Todas tenemos esa sensación, Barb —dijo la tercera. Se llamaba Ledan, era hermana de la primera y estaba encinta. Dos meses más, y se vería confinada en la aldea, lejos de cualquier posible batalla y con la única aventura de dar a luz como perspectiva.
    —Todas deseáis que ocurra algo —dijo Dayna, por fin, en voz baja—. No es una sensación, tan sólo un anhelo. Ésta es nuestra última jornada en el Mirador y no deseáis volver a casa con las manos vacías. En ocasiones, los deseos no se ven cumplidos, dejad de soñar.
    —¿Acaso tú no deseas que suceda? —la interrogó Lane, casi en tono acusador—. ¿No sueñas con una buena pelea? ¿Acaso tienes...?
    La joven de cabello corto, Barb, la interrumpió.
    —Dayna no tiene miedo, Lane, mejor cállate —le ordenó.
    Lane bajó la cabeza.
   —No ocurrirá nada —respondió Dayna con calma—. Nada en un mes, ¿qué esperabais? No estamos en guerra con ningún pueblo. La guerra es cosa del pasado. ¿Cuántas compañeras han vuelto a la aldea sin noticias después de un mes entero en este lugar? Vigilamos caminos desiertos, nadie nos amenaza. Los tiempos han cambiado.
    Las tres muchachas la miraron con los ojos brillantes de cólera. Entre las de su raza, la mujer que no deseaba la guerra era una cobarde. Pero en el fondo temían que la mujer hubiera dicho la verdad, y esto era lo peor de todo. El oráculo de una guerrera veterana podía llegar a cumplirse.
   Ledan suspiró.
   —Pero tú no lo crees, ¿verdad? —se volvió hacia sus compañeras—. Dayna aún tiene esos sueños.
   La mujer la miró con sorpresa, casi dolida.
   —Hablas y sollozas mientras duermes —le dijo Ledan con voz amable—. Narayan me habló de tus sueños. Yo creo que te muestran el futuro.
   Narayan era la madre de Ledan y de Lane, y tenía la edad de Dayna. También era la mejor amiga de ésta. En algún momento de los últimos diecisiete años, Dayna le había hablado a su hermana más querida de sus sueños. Como el resto de las guerreras adultas, Narayan no creía que los sueños de Dayna fueran premonitorios. Las guerreras jóvenes, no obstante, creían en ellos, y miraban a Dayna con respeto, como si la mujer poseyera realmente el don del oráculo. La perspectiva de una guerra era mejor que la inactividad a la que ahora se veían condenadas.
   —Háblanos de tus sueños —pidió Barb, también con amabilidad.
   Lane se limitó a asentir en silencio.
   Dayna sintió un nudo en la garganta.
   En sus sueños había mucha gente muerta. Demasiada. Mujeres, hombres, niños y ancianos, el horror no respetaba a nadie. Ni siquiera las Drin Mazome podrían vencer al hombre oscuro. Su poder era inmenso, y su ejército estaba formado por horribles criaturas que no podían pertenecer a este mundo. Ese hombre oscuro no era un hombre. No tenía rostro, ni corazón. Quería destruir el mundo entero. No le importaba gobernar sobre un mundo muerto. Y después de su victoria vendría algo peor. Algo que tampoco era de este mundo. Pero ellas ya no lo verían. Dayna dudaba de que quedara alguien vivo para ver el rostro de la Oscuridad.
    —No —pudo decir, con un hilillo de voz.
    Tenía el horrible presentimiento de que, si lo decía en voz alta, su sueños se cumplirían.
     Las tres jóvenes insistieron, pero Dayna se negó a hablar de ello.
    —No poseo el don — les dijo, por fin; esperaba que aquella explicación las convenciera—. Mi sueño no es una profecía, tan sólo una pesadilla.
    Miró a las tres muchachas con afecto. Lane, Barb y Ledan. Jóvenes, fuertes, idealistas. Imaginaban que la guerra era una fiesta. Ignoraban muchas cosas. Dayna envidió su inocencia. No cedió ante su insistencia. Miró a Ledan, la mayor de las tres.
    —Si tú soñaras que ibas a alumbrar a un monstruo, ¿querrías hablar de ello? — le preguntó.
    La joven se llevó una mano al vientre y sus ojos miraron a la mujer llenos de pánico. Lane hizo la señal contra el mal de ojo. Barb se mordió los labios.
   —¡Por los dioses, desde luego que no! —exclamó Ledan, escandalizada—. Podría convocar a ese monstruo y hacerlo real.
    Dayna asintió.
   —Tampoco eso es cierto —dijo—, pero has respondido por mí. No hablaré de mis sueños, porque no deseo que se cumplan.
    —De todos modos —apuntó Lane—, cuando llegue la guerra Ledan no podrá ir a luchar con nosotras, pues estará gorda y débil, confinada en la Casa de la Madre.
    La embarazada le dedicó una mueca a su hermana.
    —A ti también te tocará —la amenazó.
    Las tres jóvenes rieron, azoradas las dos que aún no habían conocido a su primer Semilla.
    —Cuéntanos cómo fue —pidió Barb, curiosa—. Cómo era él.
    —¿Te dolió? —preguntó Lane, con la misma curiosidad.
    Todas las guerreras jóvenes temían y deseaban que llegara el momento de ser llamadas por la Tiara para entrar en la Casa de la Germinación. Ledan se ruborizó, pero les habló de su experiencia.
    Dayna no las escuchaba.
   Cuando llegue la guerra, Ledan no podrá ir a luchar, había dicho Lane, pero Dayna no creía que llegara tan pronto. Sería pronto, sí, pero no tanto. Deseaba que no ocurriera nunca. Sin embargo, aunque no poseía el don de la profecía, estaba segura de que su sueño se cumpliría. Hacía más de quince años que esperaba ese momento.
   Tenía diecisiete años cuando soñó por primera vez con el unicornio. Era una criatura magnífica y poderosa; Dayna se sintió hechizada ante su belleza y conmovida por la bondad que de él se desprendía. Parecía conocerla, aunque ella no le había visto nunca, y no sabía quién o qué era. Mas no sintió temor, y le escuchó con interés. Dayna, la llamó el unicornio, y su voz era como escuchar el burbujeo y el correr de muchos ríos de agua clara y fresca. Tendrás un hijo, la anunció, un hijo varón. Dayna no había sido llamada aún a la Casa de la Germinación. Faltaban todavía muchos meses para que conociera al hombre que la fecundaría. Se entristeció al escuchar la promesa del unicornio. Alumbrar a un varón era motivo de deshonra y una muestra de debilidad. Los varones eran sacrificados. Dayna no deseaba tanta mala suerte para ella.
    —Alégrate por ello, mujer —le dijo el unicornio—, pues ese hijo que ha de nacer te honrará a ti y a las Drin Mazome llegado el momento, y será motivo de orgullo en una época lejana en la que la esperanza nos habrá abandonado a la mayoría. Has sido elegida para alumbrar a un héroe. No te lamentes por tu destino.
    El unicornio le dijo lo que debía hacer.
   —Cuando llegue el momento, ocúltalo, salva su vida, no consientas que crezca como un esclavo ni permitas que sufra daño alguno. Llévatelo lejos —la ordenó—, y yo velaré por él.
    Dayna había escuchado y asentido. Le protegería con su vida, si era necesario. Se lo prometió al unicornio.
    Volvió a saber de él meses después. Para entonces, la semilla de un hombre libre crecía en su interior y se había ganado el desprecio y el reproche de la Tiara y de las guerreras más mayores. El unicornio le recordó su promesa. Dayna no olvidó sus palabras. Y cuando le llegó el momento de dar a luz, abandonó Drinveld Meara y se encaminó hacia el norte, más allá del Paso de Sheim, y allí...
    —Háblanos de tu Semilla —pidió Barb a Dayna, interrumpiendo el curso de sus pensamientos.
    Las otras muchachas la miraron con interés y curiosidad.
    Dayna volvió a la realidad y sacudió la cabeza. Su Semilla. Ella no había pasado por la Casa de la Germinación. Su Semilla había sido un hombre libre, un apuesto y misterioso hombre del este al que ella había amado. Algo que no debería haber sucedido. Algo por lo que las guerreras más viejas aún la recriminaban con miradas silenciosas. Pero había sido la voluntad del unicornio, y Dayna la había cumplido. Les había ocultado la identidad del padre de su hijo, y no había hablado de él con nadie. Jamás.
    Se puso en pie.
   —Tal vez en otro momento —dijo. Las tres jóvenes hicieron muecas de disgusto—. Es hora de ir a ocupar nuestros puestos.
    El fastidio se borró de sus facciones, suplantado por la alegría de ponerse en marcha de nuevo. Tal vez sería ése el día en que sus anhelos se verían satisfechos. Tal vez sería ése el día que llevaban toda su vida esperando.
    —Ocurrirá hoy —anunció Lane, excitada ante la idea de una gran aventura—. Lo que estábamos esperando. Lo presiento.
    Sucederá.
    Dayna sintió un estremecimiento. Lane había hablado con tanta seguridad, con tanto convencimiento, que a Dayna se le antojó una profecía, más que un deseo expresado en voz alta. Una amenaza, la promesa de una voz gélida al tiempo que abrasadora. Hacía diecisiete años que Dayna había escuchado esa voz por primera vez, en un sueño. Había visto el renacimiento del hombre oscuro, la muerte en sus ojos rojos, en sus manos un futuro en el que no había esperanza. Sólo había sido un sueño, pensó entonces, un sueño extraño en el que se mezclaban temores y deseos, recuerdos y remordimiento. Pero había escuchado la voz del unicornio en ese sueño, la voz de las fuentes y de los arroyos, que le hacía una promesa, igual que ocurriera seis años atrás. Y su hijo había nacido, tal como profetizara el unicornio. ¿Sólo un sueño? Al principio, había querido creerlo. Después, el sueño se repitió. Sucederá, decía la voz que era una mezcla de dos voces, amenaza y promesa. Dayna llevaba diecisiete años esperando. Más, en realidad.
    El unicornio había hablado de un futuro lejano en el que la esperanza habría abandonado a la mayoría. No era sólo un sueño. Lo que estábamos esperando, decía Lane con voz alegre. Lane no lo comprendía. La guerra no sería una fiesta, no sería un juego. Ninguna de ellas lo comprendía.
    —Lo que ha de venir no te gustará tanto cuando por fin lo tengas delante —le recordó a la muchacha, con expresión sombría y tono grave—. Reza a los dioses para que te permitan morir antes de verlo.
    Fueron en busca de sus compañeras, quienes las aguardaban ocultas entre la maleza, vigilando el Paso de Sheim desde las alturas. Hicieron el relevo. Las cuatro guerreras que habían pasado la noche en el Mirador hicieron el camino de vuelta al refugio conversando en voz baja; dormirían por la mañana y esperarían a las ocho que llegarían al atardecer para ocupar su lugar durante el mes siguiente. Dayna no volvió a hablar con las tres jóvenes, que buscaron un lugar cómodo en el que pasar el resto del día sin hacer más comentarios después de la última advertencia de la guerrera madura.
   Ledan se encaramó a lo alto de un árbol y se acomodó lo mejor que pudo, no deseaba dañar al bebé que se estaba gestando dentro de ella. La mirada puesta en el oeste, controlando el camino que llevaba al Daro Arborae, y los pensamientos alrededor de las palabras que Dayna había pronunciado acerca de los sueños. Lane, oculta tras una enorme roca, era la siguiente; a unos treinta metros de su hermana, vigilaría el sendero que llegaba desde el desierto del oeste, el que llamaban Sàaräni-Erye. A cincuenta metros de ella, Dayna se confundió con la maleza y miró la encrucijada que existía a los pies del barranco, el mismísimo Paso de Sheim, y muy al norte, el lugar en el que se había separado de su hijo recién nacido. Barb se colocó a la derecha de la mujer, a una buena distancia de ella, con la mirada puesta en el este; el Paso de Sheim llevaba en esa dirección a las ciudades pobladas de Samura Dalnu.
    Esperaron."

(Continuará)



9 comentarios:

  1. Exquisito nuevamente, Bea; en tu línea.

    Thèramon en su máxima expresión.

    Esta historia continúa por la misma senda del interés iniciada en la primera parte. Te lo he dicho muchas veces: quien tuviera tu talento para la prosa, leerte es una delicia; y en eso estamos todos de acuerdo.

    Dos apuntes,

    - que sugerente "has sido elegida para alumbrar a un héroe", uffff. ¡Cuánta épica se vislumbra aquí!

    - tu tono, ya sé a qué me recuerda; a esas estátuas griegas, de un mármol delicado y armonioso. Como si en su interior habitara el máximo dios de la belleza y hablará en un tono aterciopelado e hipnótico. Un tono que los hombres no podrían resistir a caer en su hechizo.
    El orador parece estar erguido, muy elegante, con el mentón ligeramente levantado y los ojos penetrantes clavados en la lejanía. Mientras los oyentes están postrados y atentos a las míticas palabras de ese dios de la belleza.

    Una delicia!

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  2. Guaaaauuuu, más, quiero más. Me está encantado esta historia de las mujeres guerreras. Diría que de las que más. La Dayna tiene todo para ser una buena protagonista; misterio, un don especial, una personalidad fuerte y lo mejor de todo, sabiduría. Me encanta. Y me muero por saber que fue del hijo que dejó con vida. No tardes en publicarlo, anda. Un besazo mmmuuuuy grande y sonríe sobre todo cuando menos ganas tengas. Muak!!!

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  3. Vale, triste o no triste, las Musas te visitan y te susurran delicias al oído... Y luego venimos nosotros y las disfrutamos como enanos. He leído el relato esta tarde. Boquiabierta me has dejado. Y sin palabras. Ahora he encontrado unas cuantas, pero sé que no alcanzan a expresar lo que siento. Cuanto más leo más atrapada estoy en esta macrohistoria. Me gusta mucho esos relatos de mujeres guerreras... ya sabes lo que pienso del poder de las mujeres 8) Y como Raquel, estoy de lo más intrigada por saber quién era ese hombre del que Dayna se enamoró y del que, si no he entendido mal, engendró un hijo.

    Te castigo este fin de semana (domingo)a escribir sin parar, porque ya nos has puesto la miel en los labios (ni se te ocurra ser modesta) y necesitamos, sí, NECESITAMOS, más Thèramon. Como el comer, vaya. Ñam, ñam, ñam :0

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  4. No puedo decir otra cosa que me encanta. El sueño del principio es increíble y la historia de Aayna es triste e intrigante a la vez. ¿Quien era su Semilla? ¿Y el niño? ¿Dónde lo tuvo? ¿Qué pasará? Bueno, has de darnos las respuestas rápido, ¿OK?
    ¡Un beso! ¡Y gracias por tus escritos!!!!

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  5. Mi Jordi querido, es tan satisfactorio para mí leer el resultado del trabajo de mis Musas como leer lo que la misma lectura te ha suscitado a ti.
    Es un placer y un honor para mí verte aquí, dejando tu comentario antes que nadie, porque sé que estás muy ocupado con tus propias novelas y haciendo de papá a jornada completa, entre otras muchas cosas, y sin embargo vienes enseguida a leer el nuevo relato que he subido al blog, y eso me dice lo mucho que te gusta Thèramon (y mi prosa) tanto o más que tus deliciosos comentarios. Te diría gracias un millón de veces y no acabaría de agradecerte todo lo que haces por mí y por mi mundo.
    No te lo digo a menudo, porque no deseo incomodarte ni sacarte los colores delante de todo el mundo, pero te quiero muchísimo, compañero, muchísimo! Y doy gracias a los dioses cada día por haberme concedido la fortuna de encontrarte.
    Gracias por seguir aquí, haciendo el viaje conmigo.

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  6. A Raquel y a Jules, me sorprende y me complace que esta historia os esté gustando tanto, y voy a daros lo que me pedís, hay Dayna para rato, y muchos capítulos que nos hablan de ella, del viaje que emprende, de su pasado, de su valor.
    Gracias, mis niñas, mis valientes mujeres guerreras! Os quiero muchísimo 8)

    Querida Pat, a ti te doy las gracias dos veces, una por venir y animarme con tus palabras, y una más porque cada vez que visito tu blog recuerdo que tengo infinidad de motivos para sonreir y para seguir adelante con optimismo y con fe. No dejes de compartir con todos tu día a día, tus pensamientos y tus inquietudes, y sobre todo tu fuerza, porque no soy la única a la que ayudas y alientas con tus palabras.

    Océanos de amor, a los cuatro!!

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  7. Yo sin palabras, ya lo dicen todo, por ahí arriba...Comento, para que veas que de verdad lo leo, imposible no hacerlo!!

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  8. Muchas Gracias, Cleo. Sé que te debo un montón de comentarios, quiero días de 30 horas! Recibe todo mi amor, es poco comparado con lo que te mereces, pero es sincero. Besos!

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  9. Tus narraciones transcurren de modo hermoso con la naturalidad con que se abren las flores.

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Viajeros de tierras lejanas, amigos de siempre, vuestra visita nos alegra y vuestra opinión nos ayuda, recordad que cada vez que dejáis huella de vuestro paso, Thèramon crece.

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Por Susana © Registrado por Bea Magaña

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