Recuerdo las palabras que Rodan Frais pronunció cuando le dio a Vosloora la escama de Nonurg: te ayudará en tu misión y te protegerá. Qué tipo más majo, quizás pensaste en ese momento, le da un amuleto muy poderoso. Ciertamente, la escama de Darok es un objeto cargado de poder. Pero, créeme, no es algo que te gustaría que te regalaran. O debería decir que te obligaran a aceptar. Recuerda que el ladrón aceptó el regalo porque no le quedó más remedio, ¡a ver quién es el valiente que le lleva la contraria al hombre oscuro! Y, cuando lo aceptó, ah, cuando lo aceptó... ¿cómo te lo diría?
La batalla del ladrón ha comenzado, y el trofeo a ganar o perder es su alma.
De luchas interiores todos sabemos un poco. Supongo que la dicotomía es una cualidad inherente a todo ser humano, un lastre con el que nacemos, un apéndice interior que no somos capaces de eliminar. Lo que debemos hacer, lo que deseamos hacer; lo que se supone que tenemos que hacer (aunque no nos guste); lo que nos gustaría hacer (aunque no nos dejen). Dudas, siempre las malditas dudas...
¿Por qué no hay un amuleto contra esas dudas, por qué los dioses no nos protegen de ellas? ¿En qué momento decidimos (conscientemente o no) aceptar la escama del Darok, de la que no nos podemos desprender? Esa maldita escama negra que nos arrastra irremisiblemente hacia la oscuridad y la locura...
O quizás sí existe un antídoto contra esas dudas. Quizás los dioses sí nos ayudan, después de todo.
Quizás en algún momento de nuestra vida todos hemos tenido la oportunidad de mirar en el interior de Miraphora, la Ventana del Tiempo, el Ojo de Amunik, el Ojo que Todo lo Ve, y hemos visto nuestro destino, y el recuerdo de esta visión se ha grabado a fuego en nuestro corazón, y de ahí sacamos la fuerza que necesitamos para hacerle frente a las dudas que nos alejan de nuestro sueño, de nuestra meta. Quizás el mejor amuleto que podemos conseguir sea nuestra propia fe. Fe en los dioses, fe en el destino, fe en el Cosmos; fe en nosotros mismos, en nuestro propio poder para hacer realidad nuestros deseos, nuestros sueños. Fe a pesar de los obstáculos, de los problemas, de las dudas de los que amamos, fe a pesar del tiempo, de la distancia, del silencio, de las lágrimas.
Fe en el Poder del Blanco.
Seguiremos hablando de esto, si quieres, pero déjame mostrarte primero la importancia del entorno, y cómo un amuleto (o todo lo contrario) se vuelve más poderoso (en este caso peligroso) dependiendo de cuánta negatividad te rodea cuando lo llevas contigo.
Y después mira a tu alrededor y dime si no es normal que, en determinadas situaciones, en determinados momentos, no encuentres la ilusión que te hacía sentir vivo, y pienses que tal vez tus sentimientos hayan cambiado, que ya no quieres lo que tan feliz te hacía y por lo que ibas a luchar contra viento y marea; que tirar la toalla te parezca la opción más correcta.
Aunque tu corazón te diga que sigas luchando, que ames, que vivas, que no abandones.
Aunque tu corazón te diga que sigas luchando, que ames, que vivas, que no abandones.
Sucede que no lo escuchas, porque en determinadas situaciones, en determinados momentos, la escama del Darok grita más fuerte que el recuerdo de lo que viste en el interior del Ojo de Amunik.
Recuerda, te lo suplico, recuerda... y lucha.
Yo tengo fe en ti.
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© Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)
Entre ladrones de los mares (II)
"Una semana de viaje le condujo, bordeando las Quebradas del Este, a la aldea vacía y muerta. No encontró a nadie en la única calle, ni en el interior de las casas, donde vio signos de violencia y de robo que le hicieron pensar que los Philias Buster habían llegado demasiado lejos en su barbarie, si ya no se conformaban con asaltar a los viajeros que cometían la imprudencia de cruzar sus tierras sino que se alejaban de sus ciudades para atacar a los que se mantenían apartados de ellos.
Dejó atrás la aldea sin haber visto la pila de cuerpos calcinados. Los Onii Darok habían empezado a actuar.
Llegó al amanecer del día siguiente al molino abandonado. Su caballo tenía espuma blanca en el hocico. Si continuaba a ese ritmo, el animal reventaría. Se preparó para pasar el día. Pensó que se había dado mucha prisa, a pesar de que no tenía ninguna. Se dijo que se lo tomaría con calma a partir de ese momento.
Partió antes del ocaso.
Encontró los restos de una caravana dos noches después. Mujeres, hombres y niños habían sido asesinados sin piedad a los pies de sus carros, los animales que tiraban de ellos habían desaparecido. No quiso detenerse.
Al amanecer, el recuerdo de aquellos pobres viajeros le obligó a aflojar la marcha. Tenía una sensación extraña en el estómago, cierto malestar, y sin embargo prefería continuar durmiendo bajo el cielo, si así evitaba tener que encontrarse con los asesinos que tal vez no le respetarían a pesar de su edad y de sus credenciales. Se sintió incómodo consigo mismo, no recordaba haber tenido miedo de nadie antes. Se dijo que muchas cosas estaban cambiando. Su viejo cuerpo le pedía el retiro. Después de cuarenta años robando para otros, podía permitírselo. Cuando regresara a Maindûr con el libro, no volvería a trabajar, ni dormiría en otro sitio que no fuera una cama. Al atardecer volvió a espolear a su caballo. Cuanto antes finalizara su tarea, antes podría descansar.
Media milla antes de llegar a la entrada de la ciudad le salieron al paso cinco hombres, sucios y armados con espadas curvas, sus pies descalzos, las cabezas cubiertas con pañuelos de colores oscuros. Le ordenaron desmontar. Le amenazaron con matarle si no les entregaba cuanto llevara en los bolsillos, además del caballo. Les mostró sus credenciales y les vio dudar durante varios minutos. Por fin, uno de ellos esbozó una sonrisa desprovista de humor y señaló el camino, le dijo que podía continuar. Últimamente, muchos Samurii Männar habían pasado por allí, familias enteras con carros y todas sus pertenencias en ellos; los piratas de tierra estaban haciendo su agosto. Aquellos que pagaban, seguían su camino ignorando que en la Playa de Buccane les aguardaba una muerte segura; los que oponían resistencia, eran asesinados. Vosloora fue perdonado porque los salteadores respetaban el Código de Honor de los ladrones, aunque lo hicieran más por costumbre que por honor, del cual carecían. Vosloora se alejó al galope de aquella escoria.
Fue recibido de malos modos y casi a punta de cuchillo por dos bribones que se decían los dueños de la única posada del lugar. Se llamaba La Venta y algo más, el cartel de la entrada estaba tan sucio que resultaba imposible leer el resto; era un sitio apestoso y vetusto, de suelos húmedos y vigas de madera enmohecida e hinchada donde lo único que se podía comer era un pescado a la brasa demasiado salado y por lo demás insípido. Al menos el ron era de buena calidad. Se presentó ante aquellos bribones, les mostró sus credenciales y puso sobre el mostrador una docena de piezas de oro que convirtieron sus feos rostros en máscaras grotescas cuando sonrieron enseñando varios dientes de oro junto a otros ennegrecidos. Había sido aceptado. Los ladrones se respetaban entre sí, hasta el peor pirata del mundo sabía esta regla. Y el oro siempre era bien recibido.
La Venta había sido levantada muy cerca de la orilla del Mörtem Mearae, y el olor salobre que entraba por la ventana de su habitación empezó a darle náuseas a las pocas horas de estar allí. Las sábanas de la cama eran viejas y no demasiado limpias. No había otros visitantes en la posada. Comió solo y salió a pasear, aunque no había gran cosa que ver. Le daba vueltas en la cabeza a su última decisión y no dejaba de aferrar con una mano el Ojo de Amunik, que guardaba en uno de los bolsillos de su capa. No buscaría el libro, eso era lo que había decidido antes de encontrarse con los salteadores de caminos; no lo buscaría, se desentendería, se lavaría las manos en ese asunto.
Los Philias Buster eran gentes hostiles y propensas a las peleas. Eran numerosos, y abarrotaban las tabernas ruidosas y lóbregas. Vosloora tuvo la impresión de que existían más tabernas que casas en aquella aldea que llamaban de forma equivocada Ciudad del Puerto. Existía un pequeño embarcadero del que salían a veces varias barcas de remos que se utilizaban para la pesca. Al oeste de Ciudad del Puerto se hallaba la Playa de Buccane, que Vosloora no era tan estúpido como para visitar; a ella llegaban los piratas más temidos y voraces en sus barcas antiguas a pelearse como en los viejos tiempos, espada en mano y practicando el abordaje. En la Playa de Buccane vivían los Philias Buster de peor calaña. Posiblemente respetaran a un ladrón, pero Vosloora no tenía deseos de comprobar si las costumbres de aquellas gentes habían cambiado. Prefería bordear el Mörtem Mearae por el norte, aunque ese rodeo le llevara más tiempo y le supusiera tener que adentrarse en los confines del Kron Arborae. Con suerte, no encontraría trasgos.
En las tabernas, los Philias Buster jugaban a los dados y a los naipes, se hacían apuestas, y el oro corría de mano en mano entre risas estrepitosas y ruido de voces que proferían juramentos. Vosloora se preguntaba para qué querrían el oro aquellas gentes que nunca abandonaban su hogar; pescaban su comida, elaboraban su ron y vestían día tras día las mismas ropas raídas. No recibían visitas de forasteros, pues les atacaban a la entrada de la ciudad y les despedían, o les mataban. Vosloora recordaba que hacía tiempo Ciudad del Puerto había sido un lugar frecuentado por ladrones y aventureros, que se jugaban la vida a una partida de naipes, que sobrevivían si los dados les eran propicios. Los tiempos cambiaban, los Philias Buster se habían vuelto más crueles, peleaban entre sí porque no tenían a nadie más contra quien descargar su rabia, bebían hasta perder el sentido y sólo sabían hablar del pasado, de los buenos tiempos, de cuando el Mar aún bañaba las costas. Ninguno de ellos había visto el Mar, obviamente. Sólo aquel Mörtem Mearae de aguas emponzoñadas y negras que les iba consumiendo lentamente y les volvía locos.
Vosloora bebió ron hasta que no pudo más, apostó su escama negra a los dados y ganó cada tirada, soportó miradas hostiles y las ignoró, se fue a dormir sin haber hecho un solo amigo. El olor que traía el aire le daba dolor de cabeza, se acostó sintiéndose mareado después de haber atrancado la puerta y no pegó ojo, temeroso de que aquellos bribones entraran mientras él dormía y le robaran el Ojo de Cristal.
Los hombres de Ciudad del Puerto vivían en su mundo del pasado, practicando el pillaje y disfrutando de lo que ellos llamaban los placeres de las islas, aunque en la actualidad sonara ridículo; tenían siempre un ojo puesto en las aguas del Mörtem Mearae, porque todos ellos esperaban avistar algún barco en lontananza, el barco que les sacaría de aquel lugar de ocio y les devolvería a la acción. Vosloora no trató de abrirles los ojos. Esos hombres estaban locos, y su locura les volvía peligrosos.
Vestían bermudas de color negro y camisetas a rayas horizontales, la mayoría iban descalzos y muchos se tocaban con bandanas de colores. Todos ellos llevaban aros de oro en uno de sus lóbulos, porque rememoraban los rituales de un pasado que ya no volvería, aunque ellos se negaran a admitirlo, y confiaban en ser enterrados dignamente a su muerte. Portaban sables y dagas, y presumían de sus cicatrices, que se habían hecho unos a otros a pesar de que contaran que las llevaban desde algún día glorioso en el que habían luchado a brazo partido contra soldados de algún reino olvidado que navegaban por un mar que consideraban suyo.
Vosloora no quiso permanecer mucho tiempo entre ellos, temeroso de que se le contagiara la demencia de aquellos seres.
Sin embargo, se resistía a marchar. La cama no era la más cómoda que había probado, pero sería la última hasta que llegara a Räel Polita. Y el ron era excelente. Dejó pasar los días inactivo. Comía, bebía, jugaba y nunca perdía. Los dados salvaron su vida, cuando un Philias Buster decidió que se había cansado de verle ganar cada partida. Los dados decidieron también su camino, cuando los piratas se cansaron de verle en su ciudad.
Un pirata vestido con una casaca raída y tocado con un sombrero de tres picos del que sobresalía una pluma tan antigua como el tiempo le retó a jugar. Vosloora, que nada tenía que perder, aceptó. Si el capitán, pues eso decía ser, ganaba, el ladrón iría a la Playa de Buccane a la mañana siguiente, y allí se enfrentaría a sus hombres en una pelea como las de antes; si por el contrario era el ladrón quien ganaba, se le permitiría abandonar Ciudad del Puerto con vida, y con el bolsillo lleno, por el este. Ebrio y contagiado de la locura de aquellas gentes, Vosloora tiró los dados.
Partiría hacia el este al amanecer.
El capitán de ojos enrojecidos y sonrisa fiera le palmeó la espalda y le ofreció un trago, satisfecho su deseo de enfrentarse a él, y llamó a una mujer para que pasara esa última noche con el ladrón, quien rehusó su ofrecimiento alegando que ya no tenía edad para esas cosas. Las risas de los Philias Buster le taladraron la cabeza y provocaron a su orgullo, pero no cedió. Las mujeres de Ciudad del Puerto eran tan rudas como sus hombres, y Vosloora no habría compartido su cama con ninguna de ellas, pues valoraba su vida, y cualquier mujer de piratas era mil veces más peligrosa que todas las Drin Mazome juntas.
Si había pensado alguna vez que las mujeres salvajes del Mar de Hierba eran una raza caduca, tuvo que admitir que estaba equivocado. Los Philias Buster eran una raza fuera de tiempo, sus vidas no tenían ningún sentido en un mundo que ya no tenía mares por los cuales navegar.
Durante los cinco días que permaneció en Ciudad del Puerto, reponiendo fuerzas para proseguir su viaje, su inquietud creció hasta convertirse en una fiebre. La urgencia le quemaba, y sentía la presencia de Rodan Frais en todo momento susurrándole un imperativo al oído. Busca el libro, era el mandato. Y en el fondo de su corazón deseaba buscar y encontrar ese libro... aunque en algunos momentos pensaba que lo destruiría si llegaba a caer en sus manos. Pero estos momentos eran los menos."
¡Maravilloso Bea!! He disfrutado de la recreación de la ciudad de los piratas, de sus partidas, de su manera de vestir y de ser.... ¡Me ha encantado! Escribes de una manera tan visual.....
ResponderEliminarEspero que esa dicotomía que ahora ves vaya debilitándose y encuentres la manera de no decaer. ¡Tus Musas son fantásticas!!!
¡Un beso preciosa!!!
Hubo un tiempo en el que los Philias Buster eran piratas de verdad, un tiempo en el que el Mar bañaba las costas de Thèramon y las sirenas cantaban para deleite de los marineros. Pero eso fue hace muchas Eras. Ahora son un conjunto de tópicos, una especie de caricatura, una raza sin futuro, y así he intentado describirlos; pero cumplen su función en esta historia, representan una parte del Mal que Skadûr sembró en Thèramon, y por eso la escama de Nonurg ha llevado a Vosloora hasta su ciudad, el ladrón ha de librar una dura batalla, y de momento va perdiendo; el entorno es muy importante, cuando estamos rodeados de negatividad y de maldad, es mucho más fácil que la Oscuridad nos arrastre.
EliminarMe alegra que te haya gustado, Pat. Gracias por dejar tu opinión.
Besos!! 8)
Como siempre, maravilloso, Bea. La introducción me ha gustado mucho...llena de fuerza y de cariño, preciosa.
ResponderEliminarEn cuanto al relato, me empieza a dar pena Vooslora, en serio, el pobre hombre va a terminar medio loco con tanto cambio de decisión... a ver qué pasa luego :P En cuanto a los Philias Buster, me ha gustado tu forma de describirlos a ellos y al lugar en el que habitan; casi lo puedes ver si te centras en la lectura...eres un geniecillo con las descripciones, guapa.
Un beso enorme, corazón!
Me encanta que Vooslora siempre tenga que sudar la gota gorda para salir de las situaciones comprometidas: el señor oscuro, los asltantes de caminos, los piratas de ciudad del puerto... ¡pobre! Y encima se nota que la escama está nublando su voluntad. Me pregunto si llegado el momento, Vooslora será capaz de destruir ese libro, si será más fuerte que la escama.
ResponderEliminarUna de las cosas que más me gusta de leerte, es que aprendo palabras y términos muy buenos. Hoy ya me apunté varios que me encantaron xd. Un besoteee!
Mis queridas Enone y Raquel, ¿os habéis puesto de acuerdo? ambas habéis escrito Vooslora, pobre hombre, debí buscarle un apellido más sencillo, jajaja!!
ResponderEliminarSiempre digo que me encanta Dayna, porque es lo que me gustaría ser en muchos aspectos. Pero, mis niñas, lo cierto es que me identifico mucho con el ladrón, y no me gusta reconocerlo, pero no puedo negarlo: conozco demasiado bien la lucha interior que mantiene a lo largo de muchos capítulos, recordad lo que siempre digo: la peor de las batallas es aquélla que debemos mantener contra nosotros mismos.
Pero yo siempre acabo venciendo. Aunque sean batallas, y nunca la guerra final, pero batalla a batalla se va haciendo camino, y cada vez estoy más cerca de la meta, y sigo cuerda (más o menos, jajaja).
Espero que el siguiente capítulo os guste tanto o más que éste. Gracias por seguir aquí, y por dejar huella de vuestro paso. Muchos besos, pequeñajas, os quiero.