domingo, 18 de marzo de 2012

Un lugar especial

El camino es largo y está plagado de obstáculos, eso ha quedado claro, ¿cierto?
Pero en todo viaje que se precie siempre hay un momento para el descanso, y un lugar especial en el que reponer fuerzas y reencontrar la fe perdida. A veces es un lugar físico, pero no es obligatorio que lo sea. Y cuando no lo es, puede llegar a ser lo que tú quieras, lo que tú imaginas: un palacio luminoso, una acogedora cabaña en la montaña, el claro de un bosque, una playa paradisíaca, una alfombra de pieles junto a una chimenea encendida; o un blog como éste... ¿dónde has sido feliz, dónde te has sentido fuerte y amado, dónde has deseado quedarte para siempre? Piensa; recuerda, recupera las sensaciones, siéntete vivo de nuevo. Y regresa a ese lugar especial, allí donde has sentido el Poder del Blanco, la Luz que anhela tu alma, el amor que te reconforta, la fe que te hace conservar la ilusión y los sueños. Porque ese lugar especial no ha quedado atrás, lo llevas contigo en todo momento, vive en tu recuerdo, en tu corazón. Y volverás a encontrarlo cuando lo necesites, si lo deseas, si lo buscas, incluso aunque no lo busques, pues forma parte de ti, y tú formas parte de él.
Cuando has sido tocado por el Poder del Blanco, su Luz ya nunca te abandona. Y volverá a ti cuando tu aventura te lleve de nuevo ante la oscuridad de las dudas, de la desesperanza y del desaliento.
Y volverás a creer.
Y cumplirás tu destino.
Tarde o temprano, el Cosmos responde.

Hoy os dejo al ladrón en ese lugar especial. Espero que el relato os llene de esperanza. Y espero vuestra opinión.

************

© Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)

El Salto de Corso (III)

"La casa del Corso era una choza de madera que se caía a pedazos, igual de vetusta que el dueño y en tan mal estado como él. La madera carcomida presentaba grietas por las que se colaría el agua en los días lluviosos. Los cristales de la única ventana estaban rotos, y por ellos entraría el gélido viento en las noches de invierno. No había más mobiliario que dos sillas, una mesa coja y un camastro de peor aspecto que la cama de un burdel. Pero Vosloora tomó asiento muy agradecido después de la dura cabalgata cuesta arriba, se desprendió de la capa y le ofreció el barril de ron al anciano. Éste colocó dos tazas de metal abolladas sobre la mesa que cojeaba y sirvió la bebida. Después sacó una vieja pipa de alguna parte y se la llevó a la boca. Vosloora advirtió que el tipo hurgaba en su petaca raída y no encontraba una sola hebra de tabaco. No comprendía por qué la situación de ese hombre le acongojaba tanto. Buscó en sus bolsillos su propia petaca y se la puso en la mano al hombre, cuyos ojos se llenaron de lágrimas.
    –Toda la vida aquí –lloriqueó el Corso, y se olvidó de la pipa y de las tazas llenas–, nadie viene a ver al Corso, y nadie le enterrará cuando muera con la pipa vacía y la garganta seca y la mirada en el horizonte, buscando a su sirena, que no volverá para alegrarle el corazón con sus cánticos.
    El ladrón no quiso entristecerle más diciéndole que las sirenas no existían. Le llenó la pipa y alzó su taza.
    –Bueno, lamento no poder hacer que veas a tu sirena, viejo, pero no morirás sin tabaco ni ron. Que al menos ése sea un motivo para brindar.
    –Eres un buen hombre, grumete –dijo el anciano, emocionado–. Acabas de salvarle la vida a este viejo.
    Vosloora bajó la cabeza. No era un buen hombre. Pero en el interior de esa choza destartalada se sentía bien consigo mismo, y apenas se acordaba de Rodan Frais o de los Onii Darok, ni siquiera del encargo que el Mago Oscuro le había ordenado. En aquel lugar, la escama de Nonurg no ejercía su nocivo poder, como lo había hecho en Ciudad del Puerto, aunque Vosloora ignoraba que el regalo del Darok influyera para algo en sus decisiones, así como desconocía que el Ojo de Amunik le influía en el sentido opuesto.
    –Pareces enfermo, grumete –dijo el Corso, mirando al ladrón con detenimiento–. Llevas una pesada carga sobre tus hombros, eso es lo que creo. Deberías quedarte a pasar la noche y descansar.
    –La verdad es que ahora me siento muy bien –reconoció Vosloora, casi con sorpresa–. Tengo la sensación de que éste es un lugar especial.
    –¿Sientes el Poder del Blanco aquí? –preguntó el Corso entre dientes, a pesar de que no tenía ni uno.
    –¿Cómo? –Vosloora sacudió la cabeza.
    El anciano suspiró.
    –¿Es un largo viaje el que debes hacer? –quiso saber–. Tal vez deberías quedarte un par de noches y descansar bien antes de seguir tu camino.
    Vosloora le miró con el ceño fruncido. Aquél no era un hombre normal. No, eso era absurdo. Era un dizseiim, longevo en extremo pero en absoluto poseedor de ningún poder mágico.
    –Debo partir cuanto antes –respondió con pena, aunque casi había olvidado el motivo y la urgencia de su viaje.
    El anciano miró su taza vacía.
    –Siempre estoy solo –repitió su lamento–. Sin amigos, sin familia. Moriré, y no habrá nadie que entierre mi viejos huesos.
    Vosloora no supo qué decir. Se vio a sí mismo, viejo y abandonado, y se le encogió el estómago. Comprendía al anciano, porque era el destino que le esperaba a él.
   –He visto un cuervo por los alrededores –continuó el Corso, como si el juicio le abandonara por momentos–. Me preguntaba si es tuyo, grumete. ¿Me lo darías? Un cuervo al menos me haría compañía. Tú no lo necesitas.
    –No tengo ningún cuervo –dijo el ladrón. Se sentía tan relajado que podría haberse quedado dormido sobre aquella mesa inestable.
    –Un cuervo negro –insistió el anciano–. Son pájaros de mal agüero, y son ladrones. Quiere algo Blanco. No debes viajar con nada Negro.
    A Vosloora se le cerraban los ojos. Era una sensación agradable.
    –Me gustaría que alguien sepultara mi cuerpo cuando muera –insistió el Corso.
    El ladrón le miró.
    –No vas a morir pronto –le dijo–. Acabas de decir que te he salvado la vida.
   –¿Sabes lo que dice mi gente? –al Corso se le iluminaron los ojos–. Dicen que si salvas la vida de alguien como yo, obtendrás un regalo especial. Otra vida, para que la reclames si mueres cuando no te ha llegado el momento. ¿Entiendes eso?
    Vosloora sacudió la cabeza. Sirvió dos vasos de ron. El anciano chupó su pipa.
    –Tú has salvado mi vida. Mas no del todo. Aún no me has mostrado lo que ansío ver.
    El ladrón pensaba que se hallaba dentro de un sueño. Le parecía estar flotando. Y a su alrededor, invisible, un aura de color blanco le llenaba de paz. Había olvidado quién era, y cuál era su misión.
    –¿Cómo podría mostrarte lo que no existe? –preguntó, aturdido.
   –La Ventana del Tiempo. El Ojo que Todo lo Ve –susurró el anciano–. Muéstrame lo que deseo ver, salva mi vida, grumete. No tendré otra oportunidad.
    –El Ojo no funciona –dijo Vosloora, como hipnotizado.
    –Hazlo funcionar –ordenó el Corso–. Salva mi alma.
    El ladrón le miró. Le parecía que detrás de aquel rostro apergaminado se escondía otro, juvenil y hermoso y asexuado, y ligeramente iridiscente. ¿Sería el ron? ¿Habría ingerido algún tipo de veneno? No sentía su propio cuerpo.
    Con manos que no sentía, buscó en sus bolsillos la bola de cristal y se la mostró al viejo pirata. El anciano miró con avidez. Vosloora también miró. Y aunque él no vio nada, el hombre esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza cuando el interior de Miraphora se iluminó y le mostró el rostro de la hermosa Ariiama.
    –Mira –le ordenó–, ¿no es preciosa?
    Vosloora se esforzó por ver algo. Pero no veía ninguna sirena, no veía nada.
    –Cree, grumete, mira con el corazón.
    Le pareció que la bola se encendía, incluso la sintió caliente en sus manos. Pero no vio una sirena. Lo que Miraphora le mostró le dejó perplejo. Una Mazome muy joven y hermosa, eso era lo que le mostraba, ¿alguna vez había conocido a una criatura así? Y tenía algo entre sus brazos, algo pequeño envuelto en un pedazo de tela, o de piel. ¿Era un bebé? No lo sabía. Ni siquiera estaba seguro de que aquella visión fuese verdadera, y no una ilusión.
    El Corso carraspeó, Vosloora parpadeó y la Ventana del Tiempo volvió a ser una bola de cristal que no funcionaba. El ladrón no estuvo seguro de que el último minuto hubiera existido, así que lo olvidó.
    –Has salvado mi alma, grumete –susurró emocionado el Corso–. Mi vida te pertenece ahora. Utilízala con bondad. Mas recuerda mis palabras: sólo aquél que sirve al Blanco podrá beneficiarse de este don que ahora te ofrezco. Aleja la Oscuridad de tu corazón, o esta vida será entregada a otro que haga algo bueno por ti. Es la Ley de las Gudamin. Conserva el Ojo de Amunik, pues sólo él te guiará por el camino recto. Deshazte de lo Negro, o no tendrás descanso.
    Vosloora guardó la Ventana del Tiempo y miró al anciano con ojos despejados. El pobre estaba desquiciado. Seguía con su monólogo, y no parecía haber advertido la presencia del ladrón.
    –¿Quién enterrará este viejo esqueleto cuando muera?
    Vosloora terminó su bebida y se puso en pie.
    –Debo partir, buen hombre. Lamento no poder acompañaros más tiempo.
   –Pero es de noche, y no debes adentrarte en el bosque de noche –dijo el Corso, alarmado–. Por favor, acepta mi hospitalidad, pues has sido generoso compartiendo tu bebida y tu tabaco conmigo, descansa en mi casa esta noche y no tientes al destino.
   Vosloora salió al exterior y descubrió con asombro que era noche cerrada. No era una buena idea continuar cuando apenas podía ver el camino. Aceptó el ofrecimiento del anciano. Durmió tranquilamente y descansó en aquella cama cochambrosa mejor de lo que lo había hecho alguna vez en la cama de una reina.
    Cuando despertó, Aeblir ya brillaba junto a Plio en el centro del cielo y calentaba la tierra, y el viejo no estaba en la choza. Y él se sentía rejuvenecido y descansado como no recordaba haber estado en años. Cogió sus pertenencias, comprobó que el Ojo de Amunik seguía en su bolsillo y salió al exterior.
    El Corso se hallaba tumbado junto al agua, en el borde del acantilado. Vosloora asió las riendas de su caballo y fue al encuentro del viejo.
    –¿Habéis pasado la noche al raso, buen hombre? –saludó con jovialidad.
   No necesitó más que una mirada para comprender que estaba hablando con un cadáver. El cuerpo del anciano parecía llevar mucho tiempo a la intemperie, era imposible que hubiera muerto la noche anterior. Vosloora se sintió desconcertado. De pronto, todo le parecía un mal sueño. Cuando menos, un sueño extraño.
    El viejo llevaba un aro de oro en su oreja derecha. Vosloora recordó las historias arcanas que había escuchado en Ciudad del puerto.
    E hizo algo que nunca antes se le habría ocurrido hacer.
   Buscó una pala dentro de la choza, cavó con ella un agujero lo suficientemente profundo y metió en él el cadáver del Corso.
    —Que los dioses te ayuden a encontrar tu camino, viejo —murmuró a modo de plegaria.
   Lo sentía como si se hubiese tratado de un familiar. Y ni siquiera estaba seguro de haberlo conocido nunca. Depositó junto al cuerpo el barril y la petaca, aunque no halló ni la pipa ni las tazas que el anciano utilizara la noche anterior. ¿Había ocurrido realmente? Lo ignoraba. Empezaba a dudar de su cordura. Echó una palada de tierra sobre el cuerpo, y le pareció oir la voz del Corso junto a su oído:
    —No olvides recoger tu pago.
    Desconcertado, miró a su alrededor, pero no había nadie. Sólo él. Sólo el Corso. Se arrodilló junto a la fosa y le quitó el aro de la oreja. ¿Acaso el difunto estaba sonriendo? No fue así como lo encontró. Y, además, se parecía a su padre. No lo había advertido la noche anterior, pero el rostro del anciano era el rostro de Bronson Vosloora. Le recorrió un estremecimiento. Tapó el cuerpo lo más deprisa que pudo y entonces se permitió descansar. No sabía qué estaba ocurriendo. Todo aquello era muy extraño. Deseaba alejarse de ese lugar.
    No supo por qué lo hizo. Obedeciendo a un impulso, sacó de su bolsa de piel la escama de Nonurg y la depositó sobre la tumba que acababa de rellenar. Al momento se sintió liberado de un peso.
    No miró atrás cuando decidió emprender su camino.
    Por ese motivo, no vio al cuervo que cogía la escama entre sus garras y echaba a volar siguiendo sus pasos.
    Y tampoco vio que sobre la tumba del anciano se extendía como por arte de magia un manto de hierba fresca y de flores preciosas, que la choza desaparecía y ocupaba su lugar un sauce milenario, y que de la tierra removida surgía una risa que sonaba como campanillas de cristal, ni vio la diminuta figura que revoloteaba por su jardín como si fuera una alegre mariposa con cuerpo de mujer y alas violetas en la espalda."

16 comentarios:

  1. ¡Cómo siempre una gran historia que hace desear más, mucho más! Todos tenemos ese lugar espacial que nos hace soñar y descansar... ¡Y sí! ¡El camino es largo y pesado...! ¡Pero qué emociones más fuertes encuentras en él!
    Un Beso guapa!

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    1. Como siempre, tus palabras me animan y renuevan mi fe en mí misma, Pat, gracias.
      Yo tengo varios lugares especiales, Thèramon es uno de ellos, tu blog es otro. En Thèramon encuentro la Luz y la fuerza, en tu blog encuentro la esperanza y la sonrisa.
      Nunca te rindas, pat, yo tampoco lo haré. Adelante, amiga, vamos a alcanzar nuestra meta!!
      Besos!!

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  2. Precioso, mejora con cada parte que publicas, ahora me toca esperar hasta el próximo domingo para ver cómo continua :(
    Moraleja del relato: hay que desprenderse de lo negativo, de lo oscuro, y enterrarlo junto a todo aquello o aquellos que nos hacen mal, hay que darle la espalda y alzar el rostro a la luz, al sol.
    Sigo pensando que deberías escribir las Crónicas de Théramon con intención de publicarla en serio. Buscarle una buena editorial de fantasía épica, no te costaría nada.
    Asume el reto, fija la meta. Estoy segura de que conseguirías muchísimas cosas con este mundo.

    Un abrazo muy fuerte, mi niña!!!

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    1. Querida hermanita, gracias por comentar, sabes que me anima mucho tenerte a mi lado, apoyándome. A veces pierdo la fe en mí misma, sabes, pero tus palabras siempre me ayudan a recuperarla.
      Es muy difícil hacer el viaje solo... soy muy afortunada de tenerte!!!
      Y mi intención es escribir una buena historia de Thèramon y publicarla, a ver si con la legada de la primavera la musa se activa y coopera, y me da nuevos capítulos de las otras historias que tengo empezadas. Tú eres mi mejor ejemplo de constancia. Fuera todo lo negativo, voy a ponerme a trabajar en serio!!!

      Océanos de amor, mi niña. TQM

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  3. Creo que es verdad, tienes que llevar Théramon a otro nivel, y ahora más que nunca, con ilusión, para verla entre mis novelas, sobre mi mesillas de noche xD.
    Un besazo, hermanita, y como siempre, me encanta.

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    1. Hermano menor, sin ti no habría sabido cómo avanzar por la senda tenebrosa que me ha tocado cruzar estos últimos meses. Lo peor ya ha quedado atrás, y vuelvo a ver la Luz delante de mí.
      Rendirse nunca, ninguno de nosotros. Gracias por recordarme que tengo muchos motivos para seguir luchando por lo que creo.
      Besos!!!

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  4. Mi lugar secreto es " La Cuna" o dormir cogida a una pata de un dragon.
    Me encanta Théramon Bea!!!

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    1. Querida brujilla guerrera, siempre tendrás la pata de esta dragona y sus alas para cobijarte, sigue luchando, querida, aprendo de ti y de tu fuerza.
      Besos!!

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  5. Que ilusión empezar una nueva semana con un relato de Thèramon. Ya lo estaba yo esperando, Mmmmm, y qué relato. Coincido con María, si queremos llegar a la meta y alcanzar todos y cada uno de nuestros sueños, debemos desprendernos cuanto antes de todo aquello que nos estorba, que nos duele, que nos hace sufrir; todo lo negro, lo negativo, y dejarnos guiar por los espíritus del bien y la sabiduría. Sí, el camino es largo, y está lleno de obstáculos, pero no estás sola; somos muchos los que caminamos contigo. No lo olvides. Besos.

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    1. Mi Jules, tu entusiasmo por Thèramon siempre ha sido mi mayor aliciente, mientras te tenga a mi lado seguiré escribiendo.
      No olvidaré que no hago este viaje sola. Gracias por estar siempre, y te prometo un nuevo capítulo pronto (es que blogger ha estado raro estos días)
      Besos, Jules. TQM

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  6. Bea, tengo que irme al Proust traducido por el poeta Pedro Salinas para recordar una prosa con la agilidad que tiene la tuya y la narración es tan robusta como un árbol centenario. Eres magnífica, llegas a impresionar.

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    1. Querido Luis, que un gran poeta como tú me diga que soy magnífica sí que me levanta la moral. Gracias, hermano. Un abrazo.

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  7. Llego tarde...como siempre, amos...pero tengo que decirte que no dejas de sorprenderme, Bea. No voy a volverte a decir que me encanta cómo escribes, porque ya parezco un disco rayado :P Pero sí te diré que me ha encantado este relato, sobre todo el final...no me lo esperaba. Perfecto...la manera en que nos haces creer una cosa y luego...¡pum! introduces un giro que nos deja boquiabiertos. Enhorabuena, querida!

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    1. Enone, no te disculpes por llegar tarde, que vuelvas es lo que yo valoro, y que comentes. Me hace feliz que me digas que te ha sorprendido el final, y espero seguir haciéndolo durante mucho tiempo.
      Gracias, mi niña!!

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  8. ¿Cómo, cómo, cómo? ¡su padre! El viejo corso era el padre de el ladrón??? me has dejado de piedra. Y bueno, el díalogo es incríble. Al momento me di cuenta que todas las frases tenían un significado oculto, pero aun así, me sorprendiste! Primero no sabía si había sido todo un sueño o luego la aparición de un fantasma. Y bueno, me has dejado muerta con lo del padre. Te puedo decir que este dialogo, es uno de los que más me ha gustado. De veras que si.
    Oye, y perdona por no haber pasado antes por el blog :(. No tengo excusa, pero ahora voy corriendo a leerme la entrada de esta semana. Un besazoo!

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  9. Su padre, su futuro, sus temores, sus esperanzas... el Corso no era un hombre, Raquel, como verás en el siguiente capítulo; pero es lo que tiene encontrarse con los dioses cara a cara, que te ayudan a ver con los ojos del corazón.
    No tienes que disculparte por llegar tarde, te digo lo que le he dicho a Enone, lo que valoro es que sigas viniendo. Gracias, Reicaal. Besos!!!

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Viajeros de tierras lejanas, amigos de siempre, vuestra visita nos alegra y vuestra opinión nos ayuda, recordad que cada vez que dejáis huella de vuestro paso, Thèramon crece.

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Por Susana © Registrado por Bea Magaña

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