viernes, 7 de septiembre de 2012

¿Confías en mí?

Y siguen los cambios...
El entusiasmo que compartí contigo la última vez que me asomé a este lugar no se ha agotado, al contrario, crece cada día, y mi sonrisa perenne no hace más que acarrearme cosas buenas. Proyectos, encuentros, noticias, sorpresas, están pasando muchas cosas estupendas y mi mundo se está estabilizando. Vuelvo a escribir, y si pudieras ver lo que la Musa está haciendo con la novela que he retomado, te quedarías tan maravillado como yo. ¿Dices que te gusta la historia que vas leyendo en este blog? Pues la que tengo entre manos es infinitamente mejor. La prosa, uf, la prosa es una delicia: poética y evocadora, musical, onírica, como en la narración de El Origen de Thèramon, y al mismo tiempo atrayente y visual, directa, sencilla, como en el relato de Ógod, el Paladín de los dioses. Me gustaría decir que adictiva, emocionante y por momentos divertida, y siempre épica, pero no soy la más indicada para hacer una opinión de este tipo, no soy imparcial. Sin embargo puedo decirte esto porque he recibido la opinión de mis dos Lectores Cero, y ambos han coincidido en su valoración de los dos primeros capítulos. Si quieres un día de éstos te traigo sus opiniones, para que veas que no estoy exagerando.
Me siento muy bien. Viva. Llena de energía. Llena de Luz. Siento que empiezo a ser la diosa creadora de mundos en la que prometí convertirme. He vencido a la Sombra, me he deshecho de la influencia destructiva de Skadûr, y ahora todo está bien. Las cosas  vuelven a estar en su sitio, ya no hay bloqueo, ya no hay miedo ni tristeza, ahora sólo hay esperanza y mucho amor.
Tiempo y fe, te lo digo siempre. Nada puede torcer el destino, aunque algunas cosas puedan apartarte del camino y demorar la llegada de ese futuro que una vez viste en el interior de Miraphora, la Ventana del Tiempo.
Así que ama y cree, siempre. Porque todos los sueños se cumplen. Incluso los que parecen imposibles.
Confía en mí.

Como Silenia confió en el desconocido que prometió llevarla de vuelta a su castillo antes del primer amanecer.
¿Recuerdas el último capítulo? Espero que sí, porque hoy te dejo la continuación sin ofrecerte un resumen. Si te has perdido, siempre puedes volver a leer las entradas antiguas, para volver a coger el hilo de esta historia y continuar haciendo el viaje a mi lado. No tengo prisa, te espero si quieres. Coge mi mano, no volveré a fallarte. ¿Confías en mí?

***************

© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)

Sombras y Notas (V)

El muchacho agarró la cuerda con ambas manos; en una sostenía el grueso de la soga, con la otra la balanceó. El objeto metálico se movió en el extremo. Entonces el muchacho lanzó la cuerda hacia lo alto, no hacia la muralla sino hacia la misma torre, con un gesto cientos de veces practicado; el garfio se enganchó en algún lugar, pero Silenia no supo decir dónde a causa de la oscuridad que se retiraba sin prisas. El muchacho le rodeó la cintura con un brazo, sin pedirle permiso ni disculpas, y aferró la cuerda con su mano libre; enroscó la soga a su muñeca, tomó impulso y saltó. Silenia, demasiado desconcertada como para reprocharle su exceso de confianza para con la hija de un rey, se encontró de pronto volando sobre las aguas negras del foso, y escondió su rostro en el pecho del muchacho para no gritar de miedo. Pensó que iban a estrellarse contra la muralla, y que caerían inconscientes al foso, donde serían devorados por los peces comedores de carne. El muchacho adelantó los pies y frenó con ellos su vertiginoso avance. Silenia le oyó susurrar:
—Ahora agárrate con fuerza a mí, princesa; necesito ambas manos para trepar por la cuerda.
Silenia lo hizo. Se abrazó a él como a un viejo amigo, y notó los rápidos latidos del corazón del muchacho. Se preguntó si él tendría tanto miedo como ella. Se preguntó si él habría trepado por la cuerda otras veces. Se preguntó si una cuerda tan delgada soportaría el peso de ambos sin romperse. El miedo no la dejaba hablar, y se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados para que no se le escaparan las lágrimas.
—Lo estás haciendo muy bien, princesa —le oyó decir en voz baja.
Silenia abrió los ojos y sólo vio la garganta del muchacho. Alzó la cara y se sorprendió cuando vio que él sonreía; a pesar del esfuerzo, a pesar de que todos sus músculos estaban en tensión, incluso los del rostro, conservaba la sonrisa. O estaba muy seguro de sí mismo, o era un loco. Ella había confiado en él, había puesto su vida y su seguridad en sus manos. No dudaba de ese muchacho. Apretó la mejilla contra su pecho y escuchó su corazón.
Muchos metros más arriba, la princesa se atrevió a mirar si había soldados en el camino de ronda, y descubrió que no ascendían por la muralla, sino por la misma torre. El garfio se había enganchado en alguna especie de ventana, acaso una aspillera o una saetera. El muchacho pretendía entrar en la torre del castillo abandonado por una abertura poco más ancha que la hoja de un cuchillo. Silenia tembló.
El muchacho detuvo su ascenso. Podía sentir sobre su pecho los latidos del corazón de la niña, y su respiración agitada. Estaba asustada; no podía saber que él había hecho aquello cientos de veces, que nunca había resbalado ni pensado que la cuerda podría romperse y él precipitarse al foso, que jamás le habían descubierto. Quedó colgado sobre las aguas unos instantes y miró a la niña, preocupado, para cerciorarse de que se encontraba bien. Deseó acariciarle la cabeza, abrazarla y decirle que estuviera tranquila, pero no quiso soltar sus manos de la cuerda. Tampoco se atrevía a susurrarle alguna palabra de ánimo, porque podrían descubrirles en aquel denso silencio. La vio sonreír y pensó que, aunque asustada, era valiente. Movió la cabeza en un gesto de ánimo y miró hacia la muralla. El soldado de la Guardia alcanzó el costado de la torre, miró desde el parapeto y se dio la vuelta.
Ascendieron cuando el vigilante se hubo alejado unos cuarenta metros. Ágil y silencioso como una araña, el muchacho apoyaba los pies en el muro y trepaba con la princesa fuertemente abrazada a su cuerpo. Le gustaba sentirla tan cerca, a pesar de que acababa de conocerla y nada sabía de ella salvo su nombre. El amanecer se acercaba, no podía quedarse allí contemplándola. Redobló sus esfuerzos. No era momento para perderse en sueños.
Pronto llegaron a un vano. Tiempo atrás había sido una aspillera, pero en algún momento varias piedras se habían desprendido del muro y ahora existía una ventana lo suficientemente grande para que un muchacho de su complexión entrara por ella. Aferrado con una mano a la cuerda, usó la otra para alcanzar el ventanuco, se apoyó en el borde con cuidado de no aplastar a la niña, soltó la cuerda, comprobó que se sostenía sin riesgo de caer y cogió a la princesa por la cintura mientras ésta se desasía de él y se agarraba al hueco, al que trepó después con asombrosa agilidad. Entró por el agujero detrás de ella, desenganchó el garfio y guardó éste y la cuerda en su bolsa de cuero. Intercambiaron una sonrisa y se asomaron a la ventana. Ya no podían ver la muralla. Se sentaron en el suelo a recuperar el aliento.
—Por un momento pensé que no lo conseguiríamos —susurró Silenia, y le dirigió una mirada llena de respeto y admiración—. Debo decir que me equivoqué con vos, sois un hombre sorprendente. Os doy las gracias.
—No lo habríamos conseguido si no me hubieras ayudado tanto, princesa —dijo él, ruborizado de placer—. Eres muy valiente.
—¿Yo os he ayudado? —se extrañó Silenia, aunque se sentía complacida por sus palabras—. Sois vos quien ha trepado conmigo a cuestas, yo sólo me he agarrado a vos y no he tenido que hacer ningún esfuerzo.
—No te has dejado llevar por el pánico, lo que habría hecho que nos descubrieran, ni te has puesto nerviosa, evitando así que cayéramos los dos —explicó él—. Lo has hecho muy bien. Tu padre estaría muy orgulloso de ti.
El rostro de Silenia se ensombreció.
—No es cierto —dijo con tristeza—. Mi padre se enojaría mucho conmigo si descubriera que he salido de la ciudad antes de la edad permitida y sin un Paladim, incumpliendo así las dos leyes más importantes.
El muchacho la miró sin comprender.
—La Ley dice que todos los nobles deben ir acompañados por uno o varios soldados, que cumplen la función de Protectores —explicó la niña—. Debo esperar a cumplir quince años para que se me permita salir de la ciudad por primera vez, y debo elegir a mi Protector, entregarle la Insignia que yo misma habré bordado y hacer un pacto con él. Hasta entonces, cada vez que salga del castillo he de ir acompañada por el aya, que lleva dos Paladim para que velen por nosotras.
—¿Qué requisitos debe cumplir un soldado para ser elegido como Protector? — quiso saber el muchacho.
Silenia tenía la mirada puesta en la ventana.
—Tal vez os lo cuente en otra ocasión — dijo—. Empieza a clarear, no podemos perder más tiempo. Me habéis devuelto a la ciudad antes del alba, pero eso no es suficiente. Debo volver al castillo. ¿Querréis seguir ayudándome?
El muchacho sacudió la cabeza.
—Por supuesto que sí, princesa —miró por la ventana y pensó durante un momento—. Disponemos de una hora, más o menos. Y no hay Guardias que custodien los arcos de entrada a las distintas Secciones. Podemos conseguirlo. Podremos llegar sin ser vistos a la Sección Mersha.
Silenia no compartía su entusiasmo.
—Räel Polita es muy grande; tardaremos más de una hora en atravesarla.
El muchacho sonrió.
—Menos, si tomamos un par de atajos —dijo, y le guiñó un ojo—. Confía en mí.
Se puso en pie. Silenia se estremeció.
—¿Vamos a entrar en el castillo del Espectro? —preguntó, asustada, recordando las historias de fantasmas que había oído contar.
—Es la forma de bajar a la ciudad —asintió él.
Silenia se puso en pie, se apartó de la ventana y vio que el interior de la torre estaba oscuro como boca de lobo.
—Dicen que hay fantasmas —susurró.
Le oyó reír en voz baja.
—Ahora os burláis de mí —protestó. Por primera vez desde que se habían encontrado pareció una niña pequeña.
El muchacho se acercó a ella.
—A ver si lo entiendo —dijo—: has salido de la ciudad por una puerta secreta que no puedo imaginar de dónde arranca ni por qué caminos discurre, has cruzado las Colonias sin miedo a los ladrones y has vagado toda la noche sola, ¿y te asustas ahora de fantasmas que no existen? —sacudió la cabeza.
—¿De veras creéis que no existen?
—Yo nunca los he visto —el muchacho se encogió de hombros—. Y te aseguro que he entrado muchas veces. Confía en mí, no tenemos mucho tiempo.
Silenia confió en él.

5 comentarios:

  1. Magnífico mì niña, pero se me ha echo muy cortito 8(
    Pero claro si por mí fuera te tendría escribiendo a todas horas para poder seguir leyendo tus historias.
    Te quiero un montón mí niña.Ahora sí eres mí Bea, no dejes que ní nada ní nadie consiga que te pierdas otra vez.Creo en tí siempre♥

    ResponderEliminar
  2. Magnífico mì niña, pero se me ha echo muy cortito 8(
    Pero claro si por mí fuera te tendría escribiendo a todas horas para poder seguir leyendo tus historias.
    Te quiero un montón mí niña.Ahora sí eres mí Bea, no dejes que ní nada ní nadie consiga que te pierdas otra vez.Creo en tí siempre♥

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  3. Confio y te acompaño, y ya sabes, ahora leemos a dos!! :)

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  4. Estoy de acuerdo, se hace muy corta!!!!!! :ñ((( A ver si pronto subes la continuacion

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  5. ¡Una maravilla de renacer, Bea! Me encanta lo que escribes, tus sonrisas y tu nueva manera de encarar la vida. ¡Sigue así! ¡La Musa lo agradece! Ama y cree...
    ¡BESOS!!!

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