He
dudado mucho a la hora de mostrarte este capítulo, que sigue a la
noche en la que Silenia y su nuevo amigo regresan al castillo de
Cornell. No sabría decirte qué le veo de malo, pero no acaba de
gustarme. Le he dado muchas vueltas, tantas, que hasta llegué a
perder las hojas manuscritas, pues mientras pensaba en la manera de
plantearlo me las llevaba conmigo de un escritorio a otro, de un
ordenador al otro; al final las dejé olvidadas debajo de una pila de
libros y otras cosillas que constituyen mi ocupación actual, y no
fue hasta ayer que las encontré, guiada por una intuición más que
por mi buena memoria.
Como sabes, hace algo más de un mes que tengo
parada la escritura de CDFCDL, pues la musa se ha empeñado en darme
palabras y más palabras de lo que en un principio iba a ser mi
Relato Z y ha acabado convirtiéndose en una novela que, si la musa
quiere y la suerte acompaña, podrás leer dentro de pocos meses.
Pero ya hablaremos de Z en otro momento, quizás en otro lugar. Me
estoy planteando abrir un segundo blog, pues éste está dedicado a
Thèramon, y no deseo mezclar mis diferentes trabajos, ya que no
tienen nada que ver la fantasía épica con el terror, ni la prosa
musical que llena las páginas de Thèramon con la prosa incisiva y
directa que utilizo en Z. Me pregunto si me seguirías hasta ese otro
lugar. En fin, ya veré qué hago...
Hablemos
de Thèramon. Hablemos de Räel Polita. Sabes que la Ciudad de los
Reyes está formada por cinco antiguas ciudades: Mersha, Habai,
Anatur, Ontaar y Angor. Sabes que está protegida por una muralla
hecha de plata. Sabes que cuenta con cinco castillos y que está
gobernada por cuatro reyes. Pero no sabes mucho más, porque me he
centrado en la historia que quería contarte más que en la Historia
de Thèramon y de sus países. Todo a su tiempo, las pocas horas
libres de que dispongo no me dan para hacer todo lo que desearía.
En
el capítulo de hoy verás un poco más de Räel Polita. De cómo
funciona. Es una visión muy inocente, o eso me parece. Creo que
demasiado utópica. Eso es lo que me hacía dudar a la hora de
escribir este capítulo y traértelo.
Pero
creo que la inocencia es una parte fundamental de este mundo que mi
musa ha creado para mí. Yo misma soy más corazón e inocencia que
otra cosa. Debo decir también que esta visión de la Ciudad de los
Reyes nació años después de haber leído Utopía, de Tomás
Moro, y que al imaginarla recreé lo que recordaba de mi lectura.
Thèramon ha bebido de muchas fuentes, no sólo de Tolkien, de
Lovecraft, de Sturgeon, de Ende y de King. Utopía fue un
libro muy interesante del que saqué buenas ideas. Supongo que puedo
decir que me gustó, porque en cierto modo veo algunas de esas ideas
reflejadas en Thèramon.
Sobre
mí, ¿qué puedo decirte? Ya me conoces. Amo y creo, siempre
inocencia y fe, no creo que vaya a cambiar a estas alturas. El
bloqueo ha desaparecido por completo y ahora escribo casi todos los
días, y a buen ritmo; cuando no estoy escribiendo, estoy corrigiendo
para otros. Es lo que me gusta, y lo que sé hacer. Las cosas han
mejorado muchísimo, la musa está despierta y activa, está
volviendo el entusiasmo y creo que también volverá la ilusión,
aunque ya no tengo prisa por nada y no espero que las cosas lleguen
solas, procuro escribir mi propio destino día a día. Con voluntad,
con fe, con amor, con una sonrisa.
Inocente,
si quieres. Pero los sueños se cumplen. Lo estoy viendo. Y tú
también lo estás viendo, ¿me equivoco? Ya sabes que el viaje no es
en balde. Y hemos aprendido de nuestros errores. Ahora ya no hay
oscuridad ni dudas. Ahora es el momento.
Ahora
ya estoy preparada para hacer realidad mis sueños.
Y
los tuyos, si quieres.
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©
Bea Magaña (Reservados todos los derechos)
Dragones
Cisne (I)
"La
plata era un material muy apreciado por los Raelitaro, quienes la
utilizaban para fabricar muchas cosas necesarias y hermosas. Era
resistente y cómoda de trabajar, si se conocían los secretos de la
forja y la fundición, y los obreros de la plata los conocían. Así
podían darle forma para fabricar bonitos utensilios como menaje,
labrarla para crear joyas y adornos, convertirla en hilos para
bordado, cortarla en láminas gruesas que unían entre sí mediante
un complicado sistema de fundición para reforzar las construcciones,
y fabricar armas para los soldados, pues la plata de Mitrali Güae
era más ligera y resistente que el hierro y el acero. Todo el mundo
poseía algo hecho de plata, pues era patrimonio de todos los
ciudadanos. Pagar con plata no tenía sentido entre unas gentes que
nacían con el derecho a utilizarla para lo que necesitaran. Y, como
bien era sabido, la plata no se podía comer. Lo único que no se
fabricaba con plata en Räel Polita eran monedas, pues la ciudad no
las necesitaba. Los Raelitaro pagaban con mercancías, con un favor o
con su hospitalidad, Minroq Dalnu era un país próspero y pacífico
que funcionaba a la perfección sin dinero.
Los
obreros obtenían la plata de Mitrali Güae, la llevaban a las
Colonias y le daban forma, y más tarde la cambiaban en la ciudad por
alimentos y otros géneros de común necesidad. No existían salarios
en una ciudad donde todos trabajaban para todos. La gente vivía
feliz y no codiciaba las fortunas de sus semejantes. Pensar en la
existencia de ladrones era algo ridículo e incomprensible.
Los
extranjeros pagaban con sus propias monedas, que estaban fabricadas
con diversos materiales, dependiendo del lugar del que procedieran.
Los comerciantes consideraban estas monedas como una curiosidad. En
Räel Polita, las monedas extranjeras se empleaban para fabricarse
adornos para la ropa o para el cabello, e incluso los niños las
hacían servir para sus juegos. Existían Casas de Cambio, donde se
pagaban estas monedas con Vales que podían canjearse en el mercado
por cualquier género. Había quien se dedicaba a coleccionarlas, y
se las llevaba más tarde en sus viajes fuera de Minroq Dalnu. Raras
veces eran usadas para comprar algo dentro de la ciudad.
Los
reyes eran depositarios de cuanto se extraía del Estanque, así como
de los campos de cultivo, de las granjas, de las canteras o de los
bosques y ríos que circundaban Räel Polita. Administraban justa y
generosamente alimentos, vestidos, madera, lo que los Raelitaro
necesitaran, y eran queridos y respetados por el pueblo. Los
campesinos, por ejemplo, trabajaban la tierra porque habían nacido
para ello, y no se lamentaban de su mala estrella, pues consideraban
una suerte tener tierras que trabajar. No pagaban impuestos por las
tierras que les pertenecían, y cogían de ellas lo que necesitaban
para subsistir; el resto de la cosecha era llevado a la ciudad, y en
la Plaza del Mercado los Contadores del reino procedían al
intercambio. Verduras a cambio de carne, pescado a cambio de frutas,
madera a cambio de herramientas, ropas a cambio de cacerolas...
Silenia
había interrogado a su padre a este respecto. Con la paciencia y el
cariño que siempre le prodigaba a su hija, Cornell le había dado
una explicación, y Silenia había comprendido, a sus nueve años,
cómo podía funcionar un país entero sin una moneda de cambio.
—Ningún
hombre mortal es dueño de la tierra que le da cobijo y le alimenta
—había dicho el monarca—, por ese motivo todas las tierras de
Minroq Dalnu pertenecen a todos los habitantes de nuestro bello país.
Cuidamos de la tierra, de los ríos, de los bosques y del Estanque,
así como de los Dragones Plateados, obtenemos de ellos lo que como
un regalo nos ofrecen y lo compartimos, pues todos tenemos derecho a
beneficiarnos de los regalos que nos otorgan los dioses, y el deber
de cuidar de que estos regalos no se agoten. Los campesinos cultivan
la tierra, viven de ella y traen sus cosechas a la ciudad, donde son
recogidas y administradas; ellos reciben lo que no pueden sacar de la
tierra, como la madera con la que construyen sus hogares y alimentan
sus fuegos, y así los leñadores, que no tienen tiempo de cultivar
un huerto, reciben lo que los campesinos han recogido para ellos. ¿Lo
comprendes, hija mía?
Silenia
había asentido.
—Los
pescadores traen el pescado de los ríos al mercado y allí lo
cambian por otros alimentos, y por utensilios de pesca que se les han
roto, como anzuelos de plata y cañas de madera —había dicho.
Cornell
había acariciado su cabello, tan rubio que parecía casi blanco y
que desde hacía unos meses lucía un extraño y delicioso mechón de
color gris con destellos azules que no había tenido antes de su
cumpleaños.
—Eso
es, querida Silenia, lo has comprendido.
—Los
criadores de caballos —había dicho ella—, ¿qué ofrecen a los
demás hombres y mujeres?
Cornell
había sonreído.
—Ellos
crían los caballos de tu viejo padre, mi preciosa niña, que sirven
a los Caballeros en la batalla y en su cometido durante los tiempos
de paz. Así que tu padre les entrega unos Vales que pueden canjear
en el mercado por aquello que necesitan. Es tu padre quien paga el
alimento de los caballos. Por eso, si el rey desea una montura nueva
en sus cuadras, los criadores de caballos se la entregan, y así su
pequeña y bella hija siempre tendrá el mejor de los ponis.
—Los
posaderos —había insistido Silenia, curiosa—, y los taberneros.
Dan de comer a las personas y les ofrecen alojamiento. ¿Cómo les
pagan los ciudadanos?
—Hay
muchas formas de pagar por una comida o por una cama, querida —había
explicado Cornell con agrado, pues veía que su pequeña hija poseía
una mente despierta y curiosa, lo que le sería de gran utilidad en
el futuro—. Con alimentos, con objetos y con Vales. Los soldados,
que beben con moderación y no utilizan sus enseñas para alzarse
sobre los demás, no pagan cuando piden comida y cerveza en las
tabernas; los taberneros llevan una cuenta de lo que nuestros
soldados consumen, y cada semana los reyes recibimos esa cuenta, que
pagamos en especies. Pues los soldados sirven a los reyes, y así los
reyes cuidamos de su bienestar, pagando por ellos cuanto necesiten
conseguir.
—Los
reyes han de ser muy ricos —había dicho Silenia. Y, antes de que
Cornell pudiera contestar, había seguido hablando—. Los obreros de
la plata. Explícame, padre, pues el suyo es un trabajo extraño.
—¿Extraño?
—había reído Cornell—. Nada tiene de extraño, hija mía. Dan
forma a la plata que obtienen de Mitrali Güae, fabrican todo tipo de
objetos que todos los habitantes utilizan, y reciben el pago de los
demás, esto es, cuanto necesitan. ¿Que es exactamente lo que te
resulta extraño?
—Que
no huyen llevándose la plata, que es tan valiosa —había
respondido Silenia sin necesidad de pensar.
—Imagina
que fueras un campesino —había dicho el rey; Silenia había
asentido—. Recoges tu cosecha, apartas lo que tu familia y tú vais
a consumir, cargas tu carreta para venir al mercado, y se te ocurre
que podrías quedarte con una cantidad mayor de género. Es más de
lo que puedes comer en un mes. Así pues, ¿qué haces con ello?
—¿Venderlo?
—¿Eso
crees?
Silenia
había pensado durante varios minutos. Sus ojos se habían agrandado
al comprender.
—No
podría venderlo en el mercado, pues los Contadores del reino lo
contarían como parte de la cosecha, ¿no es cierto?
—Exacto
—había aplaudido Cornell—. Todos los intercambios se llevan a
cabo en la Plaza del Mercado. Así pues, no puedes venderlo, ¿y qué
ocurre?
—Que
se estropea.
—De
nuevo has respondido correctamente. La parte que pretendes esconder a
los Contadores se estropea, ¿qué sentido tiene entonces tratar de
engañar a los reyes? Algo que se echa a perder no puede ser
sustituido por nada, estarías perdiendo más que el reino.
—La
plata no se estropea.
—Cierto
es, pero tampoco se puede comer.
—Se
puede cambiar por comida en otros países.
—De
acuerdo. Imagina que fueras un obrero de la plata, y que has robado
al reino, y por tanto debes huir del país.
Silenia
había asentido.
—Llegas
a otra ciudad, en un país distinto, te instalas allí y comercias
con la plata. Ésta se te acaba, ¿y qué haces entonces? Todo lo que
sabes hacer es trabajar la plata de Mitrali Güae, y a Minroq Dalnu
no puedes volver. Suponiendo que los dioses son benévolos contigo y
nadie te roba durante tu viaje, claro. Y sabes que en ningún otro
lugar vas a estar tan bien protegido como en Räel Polita. Y eres
consciente de que hay soldados que vigilan las Colonias y otros que
custodian los caminos, y que el castigo para un ladrón es la muerte,
pues aquél que roba a los reyes está robando a todos los Raelitaro.
—No
imagino que nadie quiera robar la plata.
—Y
nadie lo hace, querida hija. La plata va a parar a las arcas de los
reyes, que la administran justamente.
—Pero
hay soldados y guardias, si nadie pretende robar la plata, ¿por qué
vigilan las Colonias?
—Porque
siempre es mejor ser precavido, hija mía. La codicia es una semilla
que no germina con facilidad en Räel Polita, pero fue sembrada a lo
largo y ancho de Thèramon hace eones, y aprovechará cualquier
descuido por nuestra parte para crecer y propagarse, como la envidia,
la ira y la misma Oscuridad que se instala en aquellos corazones
demasiado débiles para resistirse a sus engañosas promesas.
Después
de aquella conversación, Silenia tenía claro que no era necesaria
una moneda para que la vida cotidiana tuviera lugar, y no comprendía
que pudieran existir ladrones en la Sección Espectral, pues Räel
Polita era un lugar apacible en el que todo era de todos y en el que
lo más valioso, la plata, no servía para hacer rico a nadie.
Bien
mirado, la madera que se traía del Bosque Cantor debía de ser más
valiosa que la plata, pues los hombres que salían a buscarla corrían
muchas veces grandes peligros. Para obtener la plata sólo había que
cuidar de los dragones que moraban en Mitrali Güae, y alimentarlos
cada estío con la nieve de las Montañas próximas.
De
qué se alimentaban los Dragones Plateados el resto del año, nadie
lo sabía con certeza. Tal vez el propio Estanque contenía en sus
aguas peces o algas que constituían su dieta cotidiana, o tal vez
era cierto que el Boreagü vertía sus aguas en Mitrali Güae,
trayendo en ellas cierta cantidad de la preciada nieve. Pero era
importante y necesario para todos que los dragones tuvieran su buena
ración de nieve cada año. Sin ella, los Dragones Plateados no
sobrevivirían, y nadie podría volver a sacar plata del Estanque,
solamente los dragones sabían de dónde obtenerla o cómo
producirla.
Las
Montañas Próximas se encontraban al noreste de Minroq Dalnu, y el
viaje en busca de la nieve solía durar dos meses sin había
contratiempos. El hijo mayor de cada rey, o un capitán del ejército
en su ausencia, encabezaba un grupo de soldados y porteadores que
viajaban a caballo y llevaban carros cargados de plata y de armas. La
plata era necesaria para negociar con los Iberige Mithrau, y las
armas para mantener alejados a los ladrones que pudieran salirles al
encuentro.
Los
Iberige Mithrau eran un pueblo poco numeroso y por lo general
pacífico que se llamaban a sí mismos Hijos de la Plata y que vivían
a los pies de Boreade Nesst. A cambio de la plata que los Raelitaro
les entregaban, les permitían el paso por sus tierras y les guiaban
por los escarpados caminos de las Montañas Próximas, en cuya cima
podían recoger la nieve que no se derretía para llevarla a Mitrali
Güae y dársela a los Dragones Plateados.
—¿Por
qué los Dragones Plateados no tienen su hogar en las Montañas
Próximas, por qué viven aquí, tan lejos de su alimento? —había
preguntado una vez Silenia a su padre. Era primavera, y el capitán
de los Caballeros se estaba preparando para el viaje anual.
El
camino hasta Boreade Nesst era largo y difícil. Los Buscadores de la
Nieve tenían que viajar días y noches hasta llegar al río Boreagü,
cruzar los Páramos de la Sal y ascender por los riscos de Iberien
antes de alcanzar los límites de Iberige Dalnu. Se trataba sin duda
de un viaje emocionante y extraño. Y todo para llevar a cabo un
antiguo ritual que la princesa no acertaba a comprender.
Cornell
se había rascado la cabeza un momento. Los Onii Swann habían sido
expulsados de su hogar durante una de las muchas batallas que habían
terminado convirtiendo Nunak Dev en una tierra devastada, y moraban
en Mitrali Güae desde entonces, de eso hacía ya tres Eras.
Naturalmente, no podía decirle a su hija que él ya había estado
allí en aquellos tiempos, pues Silenia desconocía la verdadera
identidad de su padre. Tuvo que fingir ignorancia e inventar una
respuesta. Le dijo que cumplía con el ritual de la Nieve por amor a
los Dragones Plateados, pero que desconocía su origen y su
significado.
—¿Quién
sabe por qué los dragones hacen las cosas? —había dicho, después
de pensar durante un largo rato.
Cuando
Silenia tenía once años, una lira mágica, una canción milenaria,
una puerta secreta, una promesa que cumplir y un amigo que siempre
sonreía, se acercó a Mitrali Güae decidida a obtener una respuesta
mejor."
Bea,esta claro que no solo eres magnífica, eres superior.Te has superado y como siempre hé afirmado no creo que exista algo que tú brillante mente no sea capaz de idear.
ResponderEliminarQue lástima que un lugar como Räel Polita no tenga cabida en el mundo en el que nos ha tocado vivir,porque seríamos todos mucho más felices sin duda alguna.
Me ha encantado y desde luego la espera a merecido la pena ♥
mi niña, éste no es uno de los mejores capítulos de esta novela. Pero espera a que lo que me traigo entre manos esté listo para ser mostrado, entonces sí podrás decir que me he superado a mí misma.
EliminarGracias por estar siempre aquí, hermanita. Tu apoyo es muy importante para mí. TQM
Me encanta Theramon, tengo ganas de conocer todo lo relacionado con este mundo ya que es fantastico y lleno de historias que me apasiona leer... espero que sigas contandolas. Pero espero a Z tambien con impaciencia ....
ResponderEliminarMi querida ana, precisamente tú eres la que menos puede quejarse, pues te conté casi íntegro todo el argumento de CDFCDL.
EliminarCuando Z esté terminada, y serás una de las primeras en leerla, te lo prometo, volveré a Thèramon con más energía que nunca. Llerás esta historia que ya conoces, y muchas, muchas más que le seguirán.
Gracias siempre, por ser la más fiel de las amigas <3
Me encanta Theramon, tengo ganas de conocer todo lo relacionado con este mundo ya que es fantastico y lleno de historias que me apasiona leer... espero que sigas contandolas. Pero espero a Z tambien con impaciencia ....
ResponderEliminarMe apunto en mi diario el leer esta entrada. Solo venía para dejarte un saludo, compañera de mundos. ¡Ánimo con todo, con Z y con Thèramon!
ResponderEliminarSiemrpe es una alegría verte por aquí, hermano de mundos. Tengo muchísimas ganas de terminar Z y enseñártela, después de todo lo que conoces de Thèramon creo que te va a sorprender un montón. Y gratamente ;)
EliminarUn abrazo, Señor de Erthara!!
Hola!!! veo que te has unido a la iniciativa del blog de Cristina, y como yo también, aquí estoy conociendo y siguiendo otros blogs!!!
ResponderEliminarNos leemos!
Un beso!
Bienvenida a Thèramon, Colas de Sirena. En cuanto he leído tu comentario me he ido a tu blog, ya tienes una seguidora más ;)
ResponderEliminarDebes saber que en Thèramon también hay sirenas. Las llamo Saloma Nayden, y son las hijas del dios Traytum. Creo que te gustarán, ya que son tu pasión.
Gracias por dejar huella de tu paso. Nos leemos 8)
Un beso
los dragones son muy grandes pero sefirot podria cortarlos con su espada
ResponderEliminara mi tanbien me gusto mucho visiteme
dark_sefirot666