No
me he olvidado de ti, aunque no te diga gran cosa últimamente. Ya
sabes por qué no lo hago. No confundas mi silencio con desinterés,
y sobre todo no pienses ni por un momento que he dejado de quererte.
Sólo estoy poniendo en práctica las lecciones que he aprendido a lo
largo de este año, porque no quiero que vuelvas a verme perdida ni
vencida, sé que no es eso lo que te hará volver. Sabes que necesito
tu apoyo, que agradezco tus palabras de ánimo y que tu preocupación
por mí y tu afecto me hacen fuerte, pero ahora yo también sé que
necesitas mi fuerza y mi decisión, mi amor y mi fe, porque eso es lo
que vienes a buscar a Thèramon, y lo que te mantiene unido a mí. Y
eso es lo que vas a encontrar cada vez que quieras regresar.
Los
días de la tristeza y la Oscuridad se han terminado.
El
año que está a punto de empezar trae muchas cosas buenas, cosas
grandes, y no pienso perdérmelas.
Yo
misma voy a hacer algunas de esas cosas. Ya está bien de conformarse
con soñar. Ha llegado el momento de hacer realidad los sueños. Los
míos, los tuyos. Los que compartimos.
Yo
ya no tengo dudas. De ningún tipo. Sé lo que quiero. Y voy a por
ello, esta vez sin miedo.
Como
Silenia. Decidida a encontrarse con los Dragones Plateados. Tenaz.
Valiente.
Porque
incluso una niña de once años sabe que el destino siempre se
cumple, y que ceder a la indecisión y escudarse en que hay
obstáculos para disfrazar la cobardía de uno no sirve más que para
retrasar ese inevitable destino que nos aguarda.
Los
dioses saben. Cosmos sabe. Y yo he comprendido que no hay obstáculo
insalvable, y que la paciencia siempre se ve recompensada.
Amo
y creo.
Y
sé que ahora me comprendes.
Ven,
regresa conmigo a las orillas de Mitrali Güae. Estamos a punto de
ver a los dragones. La semana que viene cumplo años, y vendré a
despedir el año contigo, y te dejaré un regalo. Sé paciente. Te
gustará lo que no puedo mostrarte hoy. Y te diré lo muchísimo que
agradezco que sigas a mi lado, acompañándome en este viaje.
***
©
Bea Magaña (Reservados todos los derechos)
Dragones
Cisne (II)
“Al
atardecer, Silenia volvió a recorrer los pasadizos que la
conducirían hasta la puerta secreta. Abrió con decisión, asomó la
cabeza y buscó al muchacho con la mirada, poniendo mucho cuidado de
no traspasar el umbral. No quería que la puerta se cerrara antes de
comprobar que él hubiera cumplido su palabra. Sin su ayuda no podría
regresar.
En
el momento en el que, allá en los cielos, Fsaira y Aeblir se
reencontraban, bañando a Thèramon de oro y turquesa, el cabello de
la princesa pareció arder; sus grandes ojos miraron, nerviosos, y
sus labios se curvaron en una sonrisa cuando él se movió y fue a su
encuentro. Vestía ropas de muchacho, como la noche anterior, el pelo
recogido en dos trenzas y una capucha que antes no le había visto.
Era una niña, pero era hermosa, y no parecía una niña. Había oro
en sus ojos y plata en su pelo, arena del desierto en su piel y fuego
en sus labios. Sena nunca había visto una belleza semejante, a
excepción de una vez... en un sueño.
Silenia
se alegró al verle como se alegra uno cuando se reencuentra con un
viejo y querido amigo. Sintió el deseo de abrazarle, agradecida,
pero recordó que era una princesa y se contuvo. Las promesas eran
sagradas, y el muchacho había cumplido la suya. Nunca podría
agradecérselo lo suficiente.
Le
siguió a paso rápido en la oscuridad creciente. No tardaron ni una
hora en llegar al lugar en el que ambos se habían detenido la noche
anterior, allí donde se alzaba el árbol solitario de ramas altas y
nudosas. Se sentaron en el suelo a esperar. Las aguas del Estanque
brillaban como la superficie de un espejo bajo la luz de las lunas.
—Aún
tardarán un rato —anunció el muchacho—. Te haré compañía
hasta que aparezcan, después de dejaré a solas con ellos.
Silenia
le miró. La brisa fresca de la noche agitaba sus cabellos
despeinados y se colaba por el cuello abierto de su jubón. Si sentía
frío, no lo aparentaba. Su sonrisa era cálida.
—Olvidé
preguntarte tu nombre —dijo.
Le
salió así, con toda naturalidad, sin tratamientos de cortesía que
marcaran la diferencia que existía entre ellos. Como si ella no
fuera una princesa y él fuera su amigo de toda la vida. Al fin y al
cabo, se había permitido la familiaridad de cogerla entre sus brazos
la noche anterior. Sintió sus mejillas arder al recordarlo.
Él
se dio cuenta y esbozó una nueva sonrisa.
—Puedes
llamarme Sena. Es el nombre que me dieron los Nomade.
—Seine
—repitió la niña, y al muchacho le encantó cómo lo había
pronunciado—. Me gusta cómo suena. Seine.
El
muchacho le mostró las palmas abiertas.
—A
tu servicio, princesa.
Ella
le tomó las manos.
—Llámame
Silenia, amigo mío —pidió—. Has hecho mucho por mí. Estoy en
deuda contigo.
Sena
sacudió la cabeza.
—Hay
favores que deben pagarse y otros que deben hacerse —dijo—. No me
debes nada, Silenia, no te he ayudado esperando una recompensa.
Silenia
le devolvió la sonrisa.
—¿Tardarán
aún? —él asintió—. ¿Querrás hablarme de ti mientras
esperamos?
Sena
se encogió de hombros, sorprendido por el interés de la niña.
—No
hay gran cosa que decir. No tengo padres ni hogar, hace unos años
abandoné al pueblo que me crió y voy recorriendo el mundo en busca
de un lugar donde asentarme. Me quedé aquí por los dragones. No sé
cuándo volveré a partir. No es una historia muy interesante,
princesa.
A
Silenia le pareció que Sena tenía muchas cosas que contar. Le hizo
pensar en sus libros de aventuras y en sus propios sueños. Quería
saber más de él.
—¿De
dónde procedes?
El
muchacho hizo una mueca y volvió a encogerse de hombros.
—No
lo sé, hace años que busco mi hogar. He vivido con una tribu de
nómadas todo este tiempo, creo que me encontraron cuando era muy
pequeño cerca de la orilla meridional del Mesagua, donde las
Montañas Dormidas se abren y dan paso al desierto. Creo que ellos
tampoco sabían quién era, ni dónde nací.
—¿Ahora
no vives con ellos? ¿Por qué?
—Les
abandoné al cumplir catorce años. El Oráculo dijo que había
llegado el momento de buscar mis raíces.
—¿Qué
edad tienes?
—Diecisiete.
—Y
pierdes tu tiempo ayudando a una niña de once, cuando seguramente
tienes amigas más importantes con las que pasar la noche.
Sena
la miró sorprendido. No creía que Silenia hubiera querido decir lo
que él había entendido. La niña le miraba con su carita inocente
llena de gratitud.
—Cuando
ayudas a alguien no estás perdiendo tu tiempo —dijo; se había
sonrojado un poco—. Una niña de once años es tan importante como
cualquier otra persona, la edad no tiene importancia. La verdad es
que no tengo más amigos que los dragones y los caballos, y que paso
muchas noches aquí.
—¿Duermes
junto al Estanque? —Sena asintió—. Hace mucho frío aquí.
—Cuando
no tienes hogar te acabas acostumbrando al frío, princesa —dijo el
muchacho con humildad pero sin vergüenza—. En este lugar me siento
cómodo, y puedo ver a los Dragones Cisne a menudo.
Una
ráfaga de aire sopló junto a ellos y la camisa del muchacho se
abolsó. Silenia vio que era vieja, que tenía la suciedad
característica de la ropa que se ha usado mucho y se ha lavado sin
jabón, y que estaba algo raída. ¿Y dormía al raso, con tan poco
abrigo?
—Oh...
—exclamó, y enrojeció de pronto.
Se
desprendió de la capucha, bajo la cuál llevaba la pelliza del
muchacho, que se quitó también. Había olvidado devolvérsela la
noche anterior, había dormido con ella para que nadie la encontrara
y se la había puesto esa tarde con la intención de dársela. Y
había vuelto a olvidarse.
Sena
vestía un jubón viejo y ninguna prenda de abrigo. O había contado
con que ella se la devolviera, o era inmune al frío... o no tenía
más ropa que la que llevaba puesta.
Extendió
su brazo y, ante la sorpresa del muchacho, le tocó la cara con su
pequeña mano. Su piel estaba helada. Se sintió culpable. Le ofreció
la prenda.
—Perdóname,
Seine, por pensar sólo en satisfacer mi curiosidad y no preocuparme
por ti —se disculpó, avergonzada—. Hace frío esta noche, y no
me había acordado de devolverte tu abrigo.
Sena
cogió la pelliza.
—Cuando
has dormido bajo las estrellas muchas noches y has conocido el frío
—dijo, mientras se la ponía—, acabas por olvidar que lo tienes.
Pero gracias, princesa, esta noche es especialmente fría. Se nota la
cercanía del invierno.
Se
miraron en silencio unos minutos. Silenia volvió a ponerse su
capucha y admiró al muchacho, que no se había quejado ni le había
reclamado su abrigo. Era humilde, y sin duda tenía un corazón
noble.
—¿Te
molesta que te pregunte sobre ti?
—Claro
que no, princesa —sonrió él—. Pregunta cuanto quieras. Aún
tenemos un rato para hablar.
—¿Cómo
te ganas la vida? —quiso saber la niña.
Sena
dejó de sonreír. La miró un momento, pensó en la respuesta que
quería darle. Por fin, buscó algo en su bolsa de cuero gastado. Era
un objeto brillante y delgado, parecido a un cuchillo. Brilló como
la plata a la luz de las estrellas.
—Soy
lo que podrías llamar un ladrón —dijo, y probó a sonreír.
Silenia
se puso tensa. Sena se dio cuenta y tomó su mano. El gesto no
tranquilizó a la princesa.
—No
te asustes —pidió él con voz amistosa—. No soy una mala
persona.
Silenia
miraba el cuchillo con los ojos muy abiertos.
—¿Vas
a robarme?
Sena
rió.
—Por
supuesto que no —dijo. No había maldad en su voz, y tampoco notas
de peligro—. No soy esa clase de ladrón. Deja que me explique.
Sena
había llegado a Räel Polita después de recorrer las tierras de
alrededor; no tenía dinero ni familia, sólo una cuerda flexible y
un garfio de hierro que utilizaba para pescar y escalar muros. No
había nacido campesino, ni ganadero, ni obrero de la plata, ni
leñador; no había nacido cantero, ni comerciante, ni pescador, ni
porteador. A veces entraba en los establos para ver a los caballos de
cerca, y si le descubrían le echaban a patadas como a un ladrón
cualquiera. Otras veces le dejaban ayudar. Quienes le conocían le
apreciaban. Le buscaban tareas y le pagaban con alimentos. Pero no
podía quedarse entre ellos, era la Ley.
—El
único gremio que te abre las puertas sin hacer preguntas es el de
los ladrones —explicó—. Vivo entre ellos en la Sección
Espectral, a veces duermo en el castillo abandonado y otras aquí,
bajo las estrellas, cerca de los dragones. Cuando me dejan, arreglo
cercas, o alimento a los caballos, o recojo verduras, o limpio de
piedras las tierras que hay que cultivar, y me gano el sustento. No
siempre puedo hacerlo así.
Por
ese motivo utilizaba su gancho para moverse por la ciudad, conocía
cada atajo, cada callejón, se movía como una sombra y a veces
cometía pequeños hurtos para poder comer.
—Créeme
que prefiero trabajar —dijo con cierto pesar—. Pero los míos
tienen sus costumbres: sin hogar fijo, vagan de un lado a otro y
cogen lo que la Madre les ofrece: peces de los ríos, fruta de los
árboles; no es como robar a las personas, pero a veces no queda más
remedio. En invierno no se puede pescar en el Boreagü. Y al no
pertenecer a la ciudad no puedo tener una ocupación. Es una Ley.
—Debes
saber que puedes pedir audiencia y explicar a los Reyes tu situación
—dijo Silenia sin apartar los ojos del cuchillo de Sena—. Es
cierto que existe esa Ley, pero en algunos casos los Reyes la ignoran
y conceden a un forastero un lugar en uno de los gremios. ¿Lo has
intentado?
—¿En
qué gremio crees que me aceptarían? —preguntó el muchacho con
tristeza—. Mírame, Silenia, soy un Nomade, no conozco ninguna
profesión. Los Reyes no desoirían la Ley por alguien como yo.
Silenia
no supo qué decir. Pensaba que podía devolverle el favor hablando
con su padre, si Seine quería trabajar, Silenia podía interceder
por él y ayudarle a conseguir entrar en algún gremio. Luego se dijo
que no podía hacer eso, pues debía mantener en secreto su escapada.
—Solamente
los soldados pertenecen a cualquier gremio —continuó hablando
Sena, mirando el objeto que tenía en sus manos—. No importa su
procedencia, forasteros, pueblo o nobles, a todos se les abren las
puertas del ejército. Si tienen una recomendación. Y yo lo no la
tengo.
—¿Te
gustaría ser soldado? —preguntó Silenia, sin dejar de vigilar la
mano en la que él sostenía su arma.
—Me
gustaría ser Caballero —sonrió el muchacho de forma soñadora—.
Podría estar cerca de los caballos, y tener algo parecido a un
hogar. También podría continuar mi viaje, pero después de haber
visto a los dragones me resulta difícil pensar en marcharme de aquí.
La
princesa miró las aguas, serenas, vacías. Parecía que no iban a
acudir esa noche.
—¿Cómo
te hiciste amigo de los dragones?
Sena
alzó su mano derecha y su arma emitió un destello plateado. La niña
se apartó. El muchacho le enseñó lo que tanto la había alarmado.
Silenia lo cogió. Era una flauta. De plata de Räel Polita,
fabricada por los moradores de las Colonias, un trabajo magnífico.
Se preguntó si el muchacho la habría robado.
—A
los animales les gusta la música —dijo Sena—. Y a mí también.
Esta flauta fue un regalo que me hizo uno de los criadores de
caballos, en recompensa por haberle ayudado a capturar a una yegua
que se había escapado. Ocurrió al poco de llegar a la ciudad. A
veces toco para los caballos, y otras para mí. Una noche me senté
aquí y toqué, y aparecieron. Dos —le enseñó dos dedos de la
mano derecha—. Eran las criaturas más bellas que había visto
nunca. Y toqué para ellas, y volví muchas noches. Supongo que puedo
decir que soy amigo suyo, pues han venido a mí muchas veces.
—¿Cómo
son? —quiso saber Silenia. Ahora que había comprendido que nada
tenía que temer de Seine, se dejó vencer por la emoción, que la
volvía impaciente.
Sena
adoptó una expresión soñadora.
—Hermosos
como cisnes —dijo—. Ya los verás. Enormes y hermosos. La primera
vez que los vi me llevé un gran susto, no tenía idea de que viviera
nada en el Estanque. Demasiado sorprendido y maravillado como para
levantarme y salir corriendo, seguí tocando mi flauta mientras ellos
se acercaban deslizándose sobre las aguas, como patos gigantescos.
Empezaron a cantar y supe que eran pacíficos, y ya no tuve miedo de
ellos.
—¿Cantan?
—se sorprendió la princesa.
Sena
volvió a mirarla.
—Desde
luego. Y es el canto más dulce que he escuchado nunca. Esa noche
cantaron al son de mi flauta. Desde entonces vengo a menudo y toco
para ellos, y ellos cantan para mí. Ignoro si son siempre los
mismos, aunque creo que sí. No sé cuántos hay. Siempre vienen dos.
Siempre a la misma hora.
Miró
al cielo, pareció contar estrellas.
—Ya
no falta mucho —dijo.
Silenia
volvió a mirar las aguas del Estanque de Plata. Su corazón latía
con fuerza.
—¿Hablan?
—¿Cómo?
—Ayer
dijiste que fueron ellos los que te avisaron. Cuando la bruja me
atacó.
—No
era ninguna bruja. Sólo una vieja de aspecto horrible. Una ladrona.
—¿No
crees que fuera una bruja?
Sena
sacudió la cabeza.
—Las
brujas no son así.
—¿Cómo
lo sabes? ¿Has visto alguna?
—Ya
no quedan brujas en Thèramon.
—Ah
—dijo Silenia. Pensó que sólo una niña tonta e imaginativa era
capaz de creerse todo lo que decían los libros—. Pero no me has
contestado: ¿hablan?
Sena
se encogió de hombros.
—No
lo sé, yo sólo les he oído cantar.
Esperaron
en silencio. Silenia le devolvió la flauta y se abrigó con la
capucha. Las lunas se desplazaban con lentitud sobre sus cabezas.
Sena tocó la flauta y la niña se perdió en cada nota. Su melodía
sonaba a bosques y a desierto. Al cabo de un rato se hizo el
silencio. La princesa abrió los ojos con pena. Sena la miraba como
hechizado.
—¿Por
qué has dejado de tocar?
El
muchacho parpadeó, desvió la mirada y señaló el agua con la
cabeza.
—Están
llegando —se puso de pie—. Me alejaré lo suficiente para
salvaguardar tu secreto, pero podré oir tu voz si me llamas. No creo
que desees regresar sola al castillo.
—No
creo que pudiera regresar sin tu ayuda —dijo la niña.
Se
puso de pie y le tomó de las manos.
—Gracias,
Seine, por tu discreción; esto es muy importante para mí, y no
puedo explicarte los motivos ni compartirlo contigo. Con nadie, en
realidad.
—Haz
lo que debas hacer, princesa. Te prometí no preguntar, ¿recuerdas?
Llámame cuando hayas hecho lo que has venido a hacer.
—Te
llamaré.
El
muchacho se alejó corriendo, sus pasos apenas hicieron ruido sobre
la tierra húmeda, y la dejó a solas junto al agua. La superficie
del Estanque era negra como un secreto y lisa como un espejo. No
había rastro de la presencia de ninguna enorme criatura acuática.
Silenia desprendió de su cabello la lira mágica y esperó. Dos
sombras gigantescas se acercaron a ella. Se quedó paralizada.”
Hola!! Nos ha gustado tu blog! Nos quedamos por aquí! :D Un abrazo!! :)
ResponderEliminarThèramon os da la bienvenida, Melodías por escrito.
EliminarGracias por el comentario 8)
Me di cuenta que no era seguidora de tu blog (perdona mi despiste ).Que decirte ,que si la forma de ser de Bea me encanta ,la Escritora me apasiona .
ResponderEliminarAli, si lo que lees en este blog te apasiona, lo que todavía no he mostrado te va a enamorar.
EliminarGracias por todo, sonrisa bonita :*
Saludos mi compañera de viaje, espero que el nuevo año nos traiga muchas cosas buenas. ¡Saludos desde Erthara!
ResponderEliminarUn abrazo, hermano de mundos. El nuevo año nos traerá magia, éxitos y gozo, ama y confía.
Eliminar¡Larga vida a Erthara!
Mi niña,¡¡¡¡¡ me ha encantado!!!!!.No dejes nunca de escribir,porque es todo un placer leerte.♥
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