miércoles, 8 de agosto de 2012

¿Imposible regresar?

Agosto. Todo el mundo parece estar de vacaciones. Todos menos yo. Y este año ha sido porque así lo he querido. Para un año que me toca coger mis quince días en el mes más solicitado, voy y decido que prefiero esperar a septiembre para desconectar del trabajo y quedarme en casa escribiendo. Porque soy optimista, y pretendo recuperar el ritmo a lo largo de este mes, y así aprovechar las vacaciones para avanzar en la escritura de Criatura de Fuego, Criatura de Luz.

Como ya te dije, la opinión de mi Lector Cero me ha ayudado a resolver las dudas que tenía. Dudas acerca de la prosa, y del ritmo narrativo. El capítulo en el que me quedé atascada ya no supone un problema, sé lo que tengo que corregir y cómo seguir, y lo que no sé lo sabe mi Musa, así que tampoco me preocupan los posibles giros argumentales. Siempre he escrito de esta manera: casi de forma automática, dejando que la historia se cuente por sí misma (¿dejando? jajaja, curiosa manera de decirlo, ya que no es cuestión de permitir, sino de aceptar), por lo que soy la primera en sorprenderme cuando leo lo que la propia historia me dice. Pero la prosa... ah, compañero, el tema de la prosa sí que me tiene preocupada. Porque te gusta lo que voy colgando en este blog, te gustan los relatos de Los Prados de las Fuentes Cristalinas, una historia que lleva diez años escrita, y es mucho lo que mi prosa ha cambiado desde entonces. ¿Evolucionado? Quiero pensar que sí. Es más musical, más hermosa, más poética, y menos ñoña. Lo que me estaba haciendo dudar era pensar que, si te gusta lo que lees aquí, quizás no te guste lo que leerás dentro de un tiempo; también que, si eres un lector exigente y no te entusiasma lo que ves ahora, quizás no tengas interés en descubrir lo que verás después. ¿Debería, pues, seguir trayéndote capítulos de esta vieja historia de Thèramon? ¿Me estoy haciendo una publicidad negativa, de cara al futuro?

No temas, voy a seguir contándote esta historia. Pero debo advertirte: lo que me traigo entre manos ahora es mucho mejor. Pretendía decir que es infinitamente mejor, pero no quiero parecer demasiado pagada de mí misma. Al menos, no presumiré hasta que la nueva historia de Thèramon esté terminada.
Pero es buena, muy buena...

Sobre el ritmo narrativo te hablaré en otro momento. Hace días que no lees nada sobre Silenia, y no quiero tenerte esperando más tiempo. He titulado la entrada de hoy ¿Imposible regresar? porque este fragmento de la historia empezó con una pregunta: ¿Imposible escaparse? La aventura de Silenia no termina en el relato de hoy, de hecho, he vuelto a cortar el capítulo porque de nuevo era demasiado extenso. Ahora estoy pensando en Ana, y en lo que hablamos hace unos días acerca de la diferencia entre extenso y largo. Cuando no pasa nada, cuando no hay acción, el relato se hace largo (lo que en mi idioma equivale a aburrido), mientras que cuando empiezan a pasar cosas, no importa cuántas páginas ocupe lo que estás leyendo, porque disfrutas con lo que lees.
Como en la vida.

Cuando no hay novedades, cuando cada día es igual al anterior, cuando no ocurre nada que te haga mirar al futuro con esperanzas renovadas, la espera se eterniza, y pierdes los ánimos, y pierdes la fe. Te aburres, te cansas, te desesperas. Te preguntas si merece la pena soñar, desear, esperar. Amar y creer. Un día miras hacia atrás y te das cuenta de que has perdido meses de tu vida, ¡se te han hecho tan largos, tan duros! Pero de pronto te parece que han pasado en un suspiro. Los has perdido. No has aprovechado el tiempo. Y aunque no ha pasado nada, muchas cosas han cambiado. Lo único que no ha cambiado es lo que tú sientes. Y te preguntas si será posible recuperar lo que tenías, lo que tanto amabas. ¿Imposible regresar a ese lugar en el que has sido feliz? Empiezo a creer que la única forma de regresar es seguir caminando, no mirando hacia el pasado sino hacia el futuro, creyendo que lo encontrarás más adelante en el camino. Y eso es lo que estoy haciendo, no está siendo fácil, pero mi fe sigue intacta, y también mi amor. Es hora de mirar hacia delante, de seguir escribiendo la historia que quedó interrumpida, de hacerla crecer, de hacerla realidad. De creer que todos los sueños se cumplen, incluso cuando parece que esos sueños se han hecho pedazos.
Llámame tonta, pero amo y creo.
Todavía. Siempre.

Perdona si soy insistente, pero de nuevo te pido que, si te gusta lo que has leído, dejes tu comentario. Me ayudas, ya sabes.
Me pregunto si hay alguien que no esté de vacaciones. Si hay alguien que vendrá a leer el capítulo de hoy.
Bueno, qué demonios, me apetecía compartirlo. Puede que sí haya alguien, puede que vengas tú.

***********

© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)

Sombras y Notas (IV)

"Supo, antes de mirarle, que ese muchacho no era Eugene, y tampoco alguien a quien ella conociera. Supo también, o más bien lo creyó, que éste, fuera quien fuese, no era peligroso como la anciana. Se lo dijeron el sonido del viento y el sonido del agua, mezclados con el de su propio corazón conformaban una melodía tranquilizadora. Silenia se relajó.
Cuando miró al muchacho, le vio sonreír.
—Ha ido por poco —susurró él, medio sofocado aún por la carrera; la miraba con una sonrisa amistosa y un poco traviesa—. Si los dragones no me hubieran avisado, esa bruja se te habría comido ahí mismo.
Silenia ahogó una exclamación.
—¿Habéis visto a los dragones? —preguntó, al borde del colapso.
El muchacho rió. Su risa era franca, sana, y no había en ella rastro de maldad.
—Pues claro, vengo a verlos a menudo.
Silenia miró a sus espaldas; allí estaba el Estanque, en completa calma. Delante de ella, una desierta oscuridad. La ciudad había quedado muy atrás. La noche avanzaba rápida. El muchacho se había recostado contra el tronco del único árbol que Silenia había visto desde que llegara al límite de las Colonias.
—¿Dónde...? —preguntó, señalando el agua—. ¿Dónde están?
El muchacho se encogió de hombros.
—Se han marchado —dijo—. A dormir, tal vez. Quién sabe. Lo que es seguro es que ya no volverán, no esta noche.
—¿Cómo lo sabéis?
—Porque sólo asoman una vez. Cuando deciden marcharse, no hay nada que les haga volver. A menos que alguien los llame, claro. Pero yo no conozco la manera de llamarles.
Silenia se dejó caer sobre el suelo, abatida. Sintió el escozor de las lágrimas y luchó por contenerlas. El muchacho se apartó del árbol y se acuclilló junto a ella. El estilete llamó su atención y se lo arrebató para admirarlo a la luz de las estrellas.
—Así que vienes de los castillos, y quizás éste es tu primer paseo por el pueblo de los rufianes. Ésta es un arma de aprendiz, ¿vas a ser soldado?
Cuando Silenia alzó la cabeza para mirarle, la lira mágica brilló entre su pelo. El muchacho frunció el ceño.
—Espera, ¿qué clase de soldado, por muy noble que sea, llevaría un pasador de brillantes en el pelo, como una chica?
Silenia se llevó una mano a la cabeza y advirtió su descuido. Se ruborizó.
El muchacho se acercó más, tanto que la princesa pudo sentir su aliento en la cara. Se apartó de él, sobresaltada. Le oyó reír.
—¡Por los dioses! Eres una chica, y no un soldado. Y pareces muy joven —se sentó en el suelo, frente a ella—. ¿Se puede saber cómo has llegado hasta aquí? Este lugar no es seguro para una muchacha, y queda muy lejos de los castillos.
Aquéllas habían sido casi las palabras que pronunciara la bruja varios metros atrás. Silenia se puso tensa. Se dio cuenta de que era una niña indefensa hablando con un desconocido. Y él tenía el estilete en sus manos.
—¿Por qué habría de responderos? —preguntó, a la defensiva.
El muchacho se tomó un minuto para pensar una respuesta.
—Porque yo no te pediré nada a cambio de esa información —se le ocurrió. Le devolvió el arma—, ni por escoltarte hasta el castillo del que te has escapado, si es que tienes intención de regresar. Pero eso no podrá ser hasta el amanecer, y la noche es fría, y hablar es una forma tan buena como cualquier otra de pasar el tiempo y olvidar el frío que hace.
Silenia apretó los labios. No podía confesarle a nadie la existencia de la puerta secreta. Tampoco podía confesar los motivos que la habían llevado hasta ese lugar. Aunque su corazón le decía que podía confiar en ese muchacho, no podía hablar abiertamente con él. Había hecho una promesa.
Él resopló, más divertido que molesto ante su silencio.
—Oh, vamos, tengo curiosidad. ¿Cómo has conseguido fugarte y burlar a la Guardia?
Silenia bajó los ojos.
—No me he fugado —dijo.
Pero enseguida sacudió la cabeza. Sí lo había hecho. Furtiva como un ladrón en la oscuridad. Y todo para nada. Los dragones no volverían esa noche, y el amanecer quedaba peligrosamente cerca.
—De acuerdo, no te has fugado —aceptó el muchacho—. Y tampoco deseas volver. ¿Has decidido marcharte lejos, recorrer el mundo y vivir grandes aventuras? Me parece que eres muy joven para eso. No creo que estés preparada para salir a recorrer el mundo tú sola.
—Si quisiera partir lejos de Minroq Dalnu, no iría sola —replicó Silenia con cierto aire de suficiencia—. Mi hermano Eugene me acompañaría. Y no importaría nuestra edad, señor, porque ni él ni yo tenemos miedo a lo desconocido. No, no tengo intención de abandonar el país esta noche. Y sí deseo volver al castillo.
—En ese caso, te acompañaré por la mañana —se ofreció el muchacho, divertido—.Hasta entonces, dime...
—No necesito vuestra compañía, señor.
El muchacho sonrió.
—Dime, ¿dónde has pensado pasar la noche? —continuó, ignorando su postura altiva y su falsa seguridad en sí misma—. La aldea más próxima queda a varias leguas, y no encontrarás hospedaje en las Colonias. Me gustaría ofrecerte mi casa...
Silenia no tenía intención de pasar la noche fuera del castillo. Así se lo dijo. Se dio cuenta de que a la noche le quedaba muy poco tiempo. Se puso en pie.
—...Pero me temo que no tengo ningún lugar donde pueda alojarte.
—No me habéis escuchado. No sé por qué sigo hablando con vos.
—Hablas con altanería, te das aires de princesa —continuó hablando el muchacho; ella se había girado y parecía dispuesta a marcharse—. ¿Lo eres? Nunca he conocido a una princesa de verdad.
Silenia se volvió a mirarle, pero no le respondió.
—Seguramente te has asustado mucho al ver a esa vieja —intentó el muchacho entablar conversación con ella. No quería que se fuera—, pero ahora estás a salvo.
La princesa no tenía motivos para desconfiar de ese desconocido. Sin embargo, tenía poco tiempo, y no podía perderlo hablando con él.
—Tengo que irme —dijo. Pero no se movió de donde estaba.
El muchacho la vio dudar.
—¿Tienes hambre?
Ella volvió a mirarle, esta vez con el ceño levemente fruncido. El muchacho había sacado una manzana de su morral. Se la tendió.
—Es todo lo que puedo ofrecerte —dijo con humildad—. Algo de fruta. Y mi pelliza, para abrigarte del frío de la noche. No importa si eres una princesa o no, debes de tener frío como una muchacha normal. Mi pelliza es vieja, pero está limpia.
Silenia se sintió conmovida por su amabilidad. Miró una vez más hacia la oscuridad, se dijo que no sabría regresar, se giró hacia el muchacho y vi que éste se había quitado la pelliza y se la ofrecía con una sonrisa gentil y sincera. Aquel gesto era todo lo contrario al tratamiento que había recibido por parte de la vieja bruja. Tendió la mano y aceptó la manzana, y después se sentó frente a él y le miró a los ojos.
—Sería descortés rechazar vuestro ofrecimiento después de que me habéis salvado de la bruja —dijo.
El muchacho sonrió, y la cubrió con su abrigo.
Silenia mordió la manzana, y vio que él hacía lo mismo con otra que tenía en la mano. Y se dijo que era la primera vez que hablaba con un plebeyo, que estaba compartiendo una comida con él, y que ni siquiera se había presentado.
—Soy Silenia —le dijo—, hija de Cornell. Tengo once años y soy aprendiz de soldado.
Vio una expresión de cómica extrañeza en el rostro del muchacho y decidió preguntarle su nombre más tarde.
—Casi —se corrigió, y le explicó—: en realidad no puedo ser soldado porque no soy un varón, pero entreno cada día con mi hermano Eugene, quien pronto será admitido en el ejército en calidad de aprendiz de Caballero.
Se dijo que, ya que había empezado a hablar, podía continuar respondiendo a sus preguntas.
—Me he escapado para ver a los Dragones Plateados, pero no puedo deciros el motivo, y debo...
—¿Por qué no?
Silenia no estaba acostumbrada a que la interrumpieran, pero no podía enfadarse con el muchacho por su descortesía cuando le veía sonreír de aquel modo.
—Hice una promesa —dijo, simplemente.
—Me parece justo —asintió él—. Las promesas son sagradas, y deben cumplirse, así como respetarse. No te preguntaré el motivo.
Silenia se lo agradeció con una sonrisa y una leve inclinación de la cabeza. Pensó que ese muchacho debía de haber nacido con una sonrisa, puesto que no la perdía ni un instante. Luego su propia sonrisa se apagó, y su expresión se tornó seria y preocupada.
—Mi fuga ha sido en vano, si es cierto lo que habéis dicho y los dragones no volverán esta noche —dijo con pesar—. Temo que el alba me encuentre fuera de las murallas de la ciudad. Si mi aya entra en mi habitación y no me ve dormida en mi cama, me meteré en un buen lío. Debo regresar cuanto antes, pero no sé dónde estoy. Me habéis traído a una zona extraña y sin duda muy alejada. ¿Cómo daré con la puerta...?
—A la luz del día verías que ni es extraña ni está alejada —dijo el muchacho, al tiempo que escarbaba en la tierra húmeda con aire distraído—. El castillo de Cornell se halla al norte de aquí, a unos treinta minutos a buen paso. Te acompañaría gustoso, pero las puertas de la ciudad están cerradas hasta el amanecer. Deberías saberlo, princesa. No podrás volver esta noche.
—Sí podré —insistió Silenia—. Aún tengo tiempo. Si mi aya despierta y no me encuentra en mi habitación, no dará la voz de alarma enseguida. Pensará que estoy haciendo alguna travesura, y me buscará por todo el castillo antes de avisar a la Guardia. No tienen por qué descubrirme. Pero debo darme prisa. Estoy perdiendo un tiempo precioso hablando con vos.
—El problema no es el tiempo, princesa —suspiró el muchacho. Miró el agujero que había hecho en el suelo y depositó el corazón de su manzana en él—. Verás, si te llevo hasta la Puerta Este ahora, pueden pasar dos cosas: que los soldados de la Guardia no te reconozcan y nos echen de allí, lo cual no sería del todo malo; o bien que sí te reconozcan, lo que sería terrible. Pensarían que te he secuestrado, me detendrían para interrogarme, tu padre sabría que te has escapado y te castigaría. Ambos nos meteríamos en un lío.
Tapó el agujero con las manos y volvió a mirar a la niña.
—No es que por el día fueran a mejorar las cosas, claro —añadió—. Tu padre se enteraría igualmente. Pero podrías llegar hasta la Sección Mersha pasando desapercibida, y nadie sabría que has salido de la ciudad. Sea como sea, estás metida en un lío. ¿Ha merecido la pena llegar hasta aquí?
—No comprendéis nada. Pretendo entrar por el mismo lugar por el que he salido, y no es ninguna de las puertas de la ciudad. Nadie me ha visto salir, y no me verán cuando entre. Sólo necesito saber dónde me encuentro, así podré orientarme y dar con la puerta secreta —los ojos de Silenia ardían—. Debía venir a Mitrali Güae y ver a los dragones. Incluso si me descubrieran y me castigaran, señor, habría merecido la pena mi aventura, aunque haya sido en vano, pues sé cómo volver a salir y sé que puedo llegar hasta este lugar de nuevo.
—De acuerdo —dijo el muchacho—, no es necesario que te enfades conmigo. Dime dónde está esa puerta y te llevaré hasta ella.
Silenia le observó durante unos segundos. Por fin, movió la cabeza.
—Debo llegar al castillo del rey Narob. Una vez allí, sabré encontrarla por mí misma.
—El castillo del rey Narob —repitió el muchacho. Si le extrañó esa información, no la cuestionó—. Sígueme, entonces.
El camino que a ella le había llevado casi media noche recorrer les llevó poco más de media hora desandar juntos. Cuando llegaron al arbusto que Silenia había visto al salir por la puerta, le pidió que se detuviera.
—¿Es aquí? —se extrañó el muchacho.
—Por aquí he salido —asintió ella.
La puerta estaba oculta. Ella no la había dejado así. Debía de tratarse de una puerta mágica, si se había fusionado con el paisaje y había dejado de parecer una puerta. Cuando por fin la localizó, descubrió que no podía abrirla. El muchacho se acercó para ayudarla, pero entre los dos no fueron capaces de moverla. Silenia se dejó caer sobre el suelo, desconsolada. Si se trataba de una puerta mágica, ésta sólo se podía abrir desde el interior. El alba se aproximaba. Pronto podría distinguir las murallas de la ciudad. Sintió que se le agolpaban las lágrimas.
El muchacho se acuclilló junto a ella.
—¿No podrás entrar por aquí?
Ella movió la cabeza.
—Entonces tendrás que escalar la muralla. Rápido, ven conmigo. Si empieza a clarear nos descubrirán.
Silenia le siguió a su pesar, porque él había vuelto a cogerla de la mano y la arrastró tras de sí. El muchacho la llevó hasta la muralla, se detuvo al borde del foso y miró hacia arriba. La princesa se fijó en las aguas oscuras y pensó en los peces comedores de carne.
—No podremos cruzar a nado —dijo con voz apagada—. Ni escalar la muralla. No llegaré a tiempo.
Entonces miró hacia arriba y descubrió que ni siquiera estaban delante del castillo de Cornell. La torre casi derruida que se veía sobre sus cabezas pertenecía a la Sección Angor.
El muchacho metió la mano en su morral de cuero sin curtir y sacó lo que parecía una cuerda muy larga y delgada.
—Llegarás, si confías en mí —prometió.
Sacó de la bolsa un objeto que tenía un brillo apagado y lo anudó a la cuerda con movimientos rápidos y diestros. Comprobó que no se soltara. Miró a la niña.
—No te rindas ahora, Silenia, hija de Cornell. Vamos a entrar en la ciudad, y llegaremos a tu castillo a tiempo. No descubrirán tu huida. Confía en mí.
Silenia alzó la cabeza.
—Pero, ¿cómo...?
El muchacho sonreía.
—¿Confías en mí, princesa?
Silenia le miró fijamente. No tenía motivos para no hacerlo. Desde que le conociera, él no había hecho otra cosa que tratar de ayudarla. Y aunque ignoraba lo que pretendía hacer, él era su única oportunidad. Movió la cabeza para decir que sí. La sonrisa del muchacho se intensificó. Ella sonrió a su vez.
—Y que los dioses nos sean benévolos —dijo."

6 comentarios:

  1. Muy buena prosa. De verdad que da gusto leerte ;-)

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    1. Gracias, Marcos, el gusto es recíproco, ya lo sabes. Así que escribe más!! Yo también lo haré. Hay muchas historias que quieren ser contadas, y no debemos negarles ese derecho.
      Besos^^

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  2. Eres buena mí niña, lo eras antes y lo serás después.Tienes un don, siempre lo has tenido. Confia en tí porque sé que llegarás lejos, yo lo hago. Creo en tí. Te quiero.
    SARA

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    1. Antes era buena, ahora soy mejor. He pasado mucho tiempo sin atreverme a reconocerlo, pero por fin lo he recordado, y tú has tenido mucho que ver, gracias, hermanita, por seguir creyendo en mí. No te defraudaré.
      TQM

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