Hoy voy a ser breve,
porque el capítulo con el que continúa la aventura de Silenia es un
pelín largo y no me ha parecido oportuno dividirlo en dos, como he
hecho otras veces. Lo cierto es que no había por dónde cortarlo, me
arriesgaba a dejar dos relatos incompletos y a que esta parte de la
historia perdiera su encanto y su intriga. Pero tengo que explicar un
par de cosas.
Sobre Räel Polita:
alguna vez he comentado que la Ciudad de los Reyes se formó a partir
de la unión de las cinco ciudades más grandes de Minroq Dalnu, cada
una de ellas gobernada por un rey. Al unirse en una, las distintas
ciudades pasaron a convertirse en Secciones de la ciudad más grande.
Hoy os las presento:
Habai, cuyo rey actual es
Gidean; Mersha, la ciudad de Cornell; Anatur, regida por Charm;
Ontaar, gobernada por Narob; y Angor, que en la Era de Sanaa, cuando
tiene lugar la historia que se cuenta en Los Prados de las Fuentes
Cristalinas, carece de rey, aunque muchos aseguran que su castillo
continúa habitado por el espectro del difunto monarca, de ahí que a
la Sección Angor se la llame Sección Espectral.
Sobre los Dragones
Plateados: hace algunas Eras moraban en los picos helados de Boreade
Nesst, las Montañas Próximas. Pero durante una de las grandes
guerras fueron expulsados de su hogar y buscaron refugio en Mitrali
Güae, el Estanque donde desemboca el Boreagü, río que nace
precisamente en las Montañas Próximas.
El Estanque de Plata está
protegido por los reyes de la Ciudad de Plata, y es Gidean el
encargado de velar por el bienestar de los Dragones Cisne. Pero no se
encuentra dentro de las murallas de Räel Polita, sino en las
afueras. Junto a su orilla se alzan las Colonias de los Plateros,
quienes se encargan de extraer la valiosa plata que producen los
dragones y de darle forma antes de que sea llevada a la ciudad.
Silenia, que no ha salido jamás de su castillo (excepto para visitar
los otros castillos, y eso ha sido andando a lo largo del Camino de
Ronda, por encima de los muros de la ciudad, o recorriendo el
Laberinto Subterráneo) supone que las Colonias de los Plateros son
un lugar seguro y custodiado por Guardias, dado el trabajo que se
realiza en ese lugar y los tesoros que en él se guardan. No imagina
que pueda haber ladrones en Räel Polita, no se ha encontrado nunca
con la pobreza, con la necesidad, con la codicia, no se ha planteado
todavía que en una ciudad tan pacífica y próspera como la suya
puedan existir personas malvadas.
Sobre Lummenii-a-Llaut,
el Arpa de Luz que pertenece a Ariiama: la Dama del Lago se lo
entregó a la princesa, pero a la niña no le quedó claro si fue un
regalo o un préstamo. Así que lo guarda como el valioso tesoro que
es pero no lo considera suyo. Sin embargo, le pertenece, al menos
durante el tiempo que lo lleve encima, pues lo hizo suyo cuando le
dio un nombre. Dale un nombre, y verás su aspecto, le dijo la
Sirena. Y lo que parecía un pasador para el cabello, o un broche
para la ropa, adoptó su verdadera forma cuando Silenia lo nombró:
Lálya, así fue como llamó a Miussaura.
Con esto, ya puedes
seguir mejor el capítulo de hoy.
Dioses, no tengo remedio.
Intento ser breve y siempre acabo escribiendo más de la cuenta.
Espero que esta
explicación no te haya aburrido demasiado. El relato va un poco más
abajo. Me gustaría que lo leyeras. Y que dejaras tu opinión. Si
quieres más, debes decírmelo. No permitas que me vuelvan a asaltar
las dudas, no ahora que he vuelto y que la Musa está dispuesta a
darnos una historia completa.
Y recuerda: ama y cree.
Yo lo hago.
(c)Bea Magaña.
(Reservados todos los derechos)
Sombras y Notas (III)
"A sus once años era una
niña alta y delgada que sabía moverse con agilidad y había
aprendido a confundirse con las sombras. Vestida con las ropas de
muchacho que solía usar cuando jugaba a los soldados con Eugene, y
armada con el estilete de entrenamiento que le había sustraído a su
hermano, cruzó la puerta con sigilo y miró hacia arriba. Tenía
algo más de seis horas hasta el amanecer. Distinguió una torre alta
custodiada por dos torres más bajas delante de ella y se le escapó
un bufido de consternación. Miró a sus espaldas y distinguió las
negras aguas del foso y los muros del castillo del Espectro. Había
salido al exterior en algún punto entre el castillo abandonado y el
del rey Narob, demasiado lejos de Mitrali Güae. Debería correr
hacia el este hasta localizar el castillo de Gidean y dirigirse desde
allí hacia el sur entre las colonias de los plateros.
—Al menos no tendré
que cruzar el foso a nado —se dijo, tratando de darse ánimos.
Después de asegurarse
de que podría encontrar la puerta secreta a su regreso, echó a
correr entre árboles y arbustos, sigilosa como un gato y veloz como
un caballo. Se mantuvo prudentemente alejada del foso y de las
garitas de la Guardia, y procuró no perder la dirección sureste en
ningún momento. Debía encontrar el estanque y a los dragones y
regresar antes del primer amanecer si no quería ser descubierta.
Mientras corría, rezaba a los dioses para que el aya no se
despertara y se acercara a su cama vacía, si la anciana no la
hallaba dormida y a salvo, daría la voz de alarma y se armaría un
buen jaleo.
Dejó atrás la silueta
de la torre esbelta y maciza del castillo de Narob y continuó
corriendo. Más adelante, avistó a lo lejos la torre ancha que
terminaba en un tejado puntiagudo del castillo de Gidean, pero para
entonces ya se había distanciado mucho de la ciudad. Antorchas
dispersas y algún fuego encendido marcaban el emplazamiento de las
Colonias. Corrió hacia el sur. El tiempo corría también, pero no
tan veloz. La luna se desplazaba por el cielo con parsimonia.
Las Colonias de los
obreros de la plata eran una sucesión de casuchas diseminadas cerca
de las orillas del Estanque, que era tan ancho que desde las márgenes
occidentales no se podía distinguir su límite oriental. Los
dragones podían hallarse en cualquier parte. Y Silenia ignoraba si
habría guardias vigilando las Colonias, pues en aquellas casas y
talleres se almacenaba la valiosa plata a la que los obreros daban
forma antes de que fuera transportada a la ciudad. Corrió lo más
sigilosamente que pudo entre las casuchas, atenta a cualquier señal
de presencia humana y mirando a su izquierda para no perder de vista
las aguas del Estanque. Eran éstas oscuras como la propia noche, y
sólo la luz de la luna les confería en algunas zonas cierta
cualidad plateada. Buscó con la mirada, tratando de distinguir las
colosales formas oscuras que creía debían tener los dragones por la
noche. No sabía sus nombres, e ignoraba cómo llamarles. Pero no se
rindió.
Dejó atrás las
Colonias y continuó bordeando el Estanque de Plata, consciente de
que no disponía de mucho tiempo. Recordó la melodía de la Sirena y
se sintió fuerte. Podía conseguirlo. Tenía que hacerlo. La ciudad
había quedado muy atrás, y la luna seguía su camino sobre la
cabeza de la niña.
Se detuvo un momento
para mirar al cielo, con la intención de calcular cuánto tiempo
había perdido, y entonces escuchó las notas que sonaban no
demasiado lejos. Alguien tocaba algún instrumento de viento, y
varios alguien cantaban al compás de la melodía. Sólo que aquellas
voces no eran humanas. Su corazón se ensanchó, pleno de alegría.
¿Eran los dragones, que cantaban en algún lugar cerca de donde ella
se encontraba y le daban la bienvenida con su canción?
A la luz de las
estrellas, Silenia era sólo una sombra delgaducha vestida con ropas
de muchacho. No habría llamado la atención de no haber sido por su
pasador, que brillaba como una valiosa joya entre su pelo recogido en
dos trenzas, como lo llevaban los aprendices de caballero. No fue
consciente de la presencia de otra persona hasta que la tuvo
prácticamente encima, una mano sucia al final de un brazo huesudo
estirado hacia su cabeza. Fue la Música la que la avisó. Un cambio
en el sonido del aire de la noche, un silencio roto de pronto, una
respiración uniéndose a la suya la obligó a girarse, y la mano
atrapó y perdió un mechón de pelo en lugar del pasador que había
codiciado.
Silenia echó mano de su
estilete. La sombra se rió como un cuervo. A la niña se le congeló
la sangre.
—¿Te has perdido?
—preguntó una voz nada agradable desde la oscuridad—. Tal vez
pueda ayudarte.
La Música de esa voz no
le gustó. Sus notas recordaban a algo viejo y oscuro, peligroso y
enajenado. Nunca había escuchado nada parecido en los Prados de las
Fuentes Cristalinas, ni en el castillo de Cornell, ni siquiera en el
Laberinto Subterráneo, ni en las mazmorras, que eran uno de los
lugares más antiguos y temibles de todo Räel Polita.
—¿Quién sois?
—gritó, forzando la voz para tratar de ocultar su edad y su sexo—.
Mostraos a la luz —ordenó.
La voz se rió otra vez.
Recordaba a cuevas oscuras y serpientes venenosas. Silenia no sabía
cómo lo sabía, pues nunca había visto una serpiente ni entrado en
una cueva, a excepción de los Pasadizos que discurrían más allá
de las mazmorras, pero reconocía esas cosas, era la Magia de la
Música que estaba creciendo en ella. Retrocedió un paso con su arma
en alto. No sabía qué haría si la situación se volvía peligrosa.
—Así que vienes de
los castillos —dijo la voz, graznando como un cuervo—. Y dime,
¿qué haces tan lejos de tu hogar? ¡Y has venido sin protección!
Tu padre se disgustará mucho contigo cuando sepa que has incumplido
la Ley de los nobles. ¿Has venido en busca de aventuras? No debes de
saber que éste no es un buen sitio para ti.
—Parecéis saber
muchas cosas. Y las que ignoráis no os importan. Mostraos, o
apartaos de mi camino —dijo, recordando que ese tipo de frases eran
las que se decían ella y Eugene cuando jugaban juntos. Pero ahora no
era un juego. Y ella blandía un arma que no tendría el valor de
utilizar si llegaba el momento de hacerlo.
La sombra avanzó, y la
niña pudo ver por fin a quién pertenecía la voz de cuervo. Lo
primero que pensó, horrorizada, fue que una bruja de sus libros de
cuentos se había materializado frente a ella. No sabía cómo se
luchaba contra una bruja. Se decía que comían niños y que no
temían a nada. Comprendió la risa de la anciana: una bruja no
retrocedería ante ningún arma, y no temería a una niña pequeña.
Su valor se debilitó, y por fin cayó hecho añicos sobre el suelo
frío.
—Pero si es sólo una
niña —dijo la anciana, melosa pero sin rastro de dulzura—. Una
joven niña noble. ¿Sabes lo que los colonos podrían hacer con una
preciosidad como tú?
—Atrás —ordenó
Silenia. La bruja se le estaba acercando demasiado.
—¿Atrás, me ordenas?
—se rió la anciana. Su imagen daba pavor. Ni en los mejores
dibujos de los libros había visto la princesa a una bruja tan
aterradora—. ¿Me amenazas con un cuchillo de pelar manzanas y me
ordenas como si fuera una vulgar criada? No te das cuenta de algunas
cosas, chiquilla. Ya no estás en tu bonito castillo, y yo no soy una
de tus sirvientas, ni voy a correr para acatar tus órdenes, ni me
voy a arrodillar ante ti. Estás en mi colonia, y ahora eres tú la
que vas a portarte bien y obedecer.
Se acercó un poco más.
El cuchillo tembló en la mano de Silenia.
—Podría ponerme a
gritar y acudirían muchos paisanos míos, a los que les encantaría
divertirse con una florecilla como tú —continuó la anciana—. Me
pagarían bien por entregarte a ellos. No volverías a ver a tu
padre.
Alargó una mano nudosa
de uñas largas y rotas. Silenia apartó la cara, pues le asqueaba la
idea de sentir el contacto de esa mano.
—No eres muy
obediente, ni tampoco sumisa, ¿por qué te das esos aires de
princesa, acaso tu padre es un apestoso rey?
Silenia apretó los
puños y sus ojos brillaron de furia.
El cuervo se rió una
vez más.
—Eso es, eres una
princesa. Entonces, vales mucho más de lo que pensaba.
—¿Qué es lo que
queréis de mí? —vaciló Silenia. Pensaba en sus opciones. Sólo
podía hacer dos cosas: correr o atacar a esa mujer. Si echaba a
correr, la bruja no podría darle alcance, pero ¿hacia dónde
correr? Si escapaba hacia la puerta secreta, perdería la oportunidad
de ver a los Dragones Plateados, y no volvería a atreverse a
abandonar la seguridad del castillo. Si corría hacia las Colonias,
¿quién sabía si se encontraría con otras brujas, o con gentes aún
peores? Apretó los dientes. Si corría para huir de la anciana,
estaría aceptando su derrota.
—Quiero el pasador
—dijo la voz de cuervo, y una mano de dedos ávidos y sucios se
abrió delante de la cara de la niña—. Dámelo.
—¿Por qué habría de
hacerlo? —preguntó Silenia, cuyo enojo empezaba a eclipsar a su
temor.
La bruja volvió a reír.
—Porque te permitiría
salir con bien de ésta —explicó—. Quizás hasta te devolvería
a tu castillo, en lugar de entregarte a los tratantes de blancas, tu
padre me pagaría más que ellos por recuperarte sana y salva.
Piénsalo, es mejor la reprimenda de un padre preocupado que ser
vendida como esclava a las tribus del desierto del sur.
Por fin, Silenia se
encolerizó. No estaba acostumbrada a ser tratada con tan poco
respeto ni a que la amenazaran, ni a que la tasaran como vulgar
mercancía. Esa mujer no sólo pretendía robarle, sino que además
le estaba haciendo perder un tiempo precioso. La sangre le hervía de
rabia. ¿Sólo porque era una niña indefensa, esa bruja podía
salirse con la suya? ¿Acaso no tenía cuanto necesitaba para vivir?
Silenia aún sostenía el estilete en alto. Bien, no estaba
indefensa, y no le iba a entregar a Lálya. Recordó el rostro de
Eugene y esbozó lo más parecido a una sonrisa feroz que le salió.
—No os daré mi
horquilla, pues no me pertenece, tan sólo soy su custodia. Y no me
pondréis la mano encima, os hablo muy en serio, creed que es tan
cierto como que existe una segunda luna en el cielo. Intentad
acercaros y no dudaré en utilizar mi arma contra vos —dijo con
decisión.
La bruja rió. Su risa
daba escalofríos. Se adelantó, sus manos convertidas en garras
extendidas hacia la niña. La mano de Silenia tembló un poco. Sus
tardes en los Prados de las Fuentes Cristalinas le habían enseñado
belleza y paz. No podía atacar a esa mujer. Cerró el puño con
firmeza alrededor del mango del cuchillo. Tampoco iba a ceder. Dio un
paso adelante.
Un golpe seco paralizó
a la anciana a un centímetro escaso de la punta del estilete.
Silenia cerró los ojos para no ver cómo el cuello de la mujer se
hundía en él. La bruja se desplomó. La niña abrió los ojos y las
lágrimas no le dejaron ver nada. Una mano aferró su muñeca y tiró
de ella. Se deshizo de su parálisis y opuso resistencia. La mano no
cedió su presa.
—Ven conmigo, antes de
que despierte —susurró la voz que pertenecía al dueño de esa
mano.
—¡Soltadme! —gritó
Silenia, que se vio arrastrada hacia la orilla del Estanque de Plata.
La voz la ordenó
guardar silencio.
—¿Quieres despertar a
todo el mundo? Cállate y corre detrás de mí, hazlo antes de que
nos metamos en un lío.
¿Eugene?, se preguntó
Silenia, confusa y esperanzada. ¿Era su hermano quien la había
rescatado de las garras de la bruja, su hermano que había adivinado
lo que pretendía hacer y la había seguido a través de los
Pasadizos sin que ella lo advirtiera? Corrió tras él, que no la
soltó durante la carrera. Se detuvo cuando él lo hizo, y le costó
recuperar el aliento. Habían corrido durante cinco minutos, y sin
embargo le pareció a Silenia que habían sido horas."
No ha acabado un poco en el aire? Yo quiero saber que les pasa!!!!!!
ResponderEliminarClaro que acaba un poco en el aire, Ana, es una novela larga, los acontecimientos suceden poco a poco, y a mi Musa le encanta dejarnos con la intriga (sí, a mí también me deja con la intriga, más a mí que a nadie, aunque no te lo creas)
EliminarPero me has ayudado a comprender la diferencia entre lo que es largo para mí y lo que resulta largo para el lector. Ahora sé que no depende de la longitud del texto, sino de lo que el texto contiene. Y tengo muy encuenta lo que me dijiste. No volveré a preocuparme si me sale una entrada extensa.
Gracias por el comentario, y por seguir ahí, eres la amiga más leal que pueda existir, y yo soy muy afortunada por contar con tu amistad. También con tu apoyo y con tu amor por Thèramon, claro. Pero especialmente por tu amistad.
Océanos de amor, Ana.
Solo te diré, que hoy se a sumado a la lectura de este capítulo mi hija, y eso solo quiere decir una cosa!! :)
ResponderEliminarQue no he ganado una lectora, sino un nuevo motivo para seguir escribiendo. Gracias, Cleo, por no permitir que la Música deje de sonar para mí.
EliminarOcéanos de amor!!!
¡Eso no vale!me has dejado con la miel en los labios.Sabia q las musas iban a hacer bien su trabajo.Te quiero
ResponderEliminarSara
Y que mi mayor lectora no sea seguidora del blog... la cosa tiene su gracia, no creas, hermanita. Pero ya sabes lo mucho que significa para mí que sigas viniendo a leer y a comentar. Como en los viejos tiempos, ¡eh! Volveré a escribir para ti, mi niña. Volverás a ver una novela completa de Bea, te lo prometo. Y te gustará infinitamente más que las anteriores. Esa promesa me la hago a mí misma.
EliminarTe quiero, cielo.
Como siempre...magnífico! La introducción no ha sido larga, Bea, y era necesaria, así que no te preocupes. Me ha encantado!!
ResponderEliminarEspíritu afín, sé lo ocupada que estás con la promoción de Eterna Oscuridad, por eso tu visita me alegra doblemente, porque has encontrado un hueco para Thèramon y para mí. Me hace muy feliz verte aquí, ya lo sabes.
EliminarSí, esa explicación era necesaria. No sé si el capítulo es magnífico, los hay mucho mejores en esta historia, pero si a ti te lo ha parecido, ya me doy por satisfecha.
Gracias por seguir ahí, mi niña. Te quiero mucho!!